“Un clásico”, decía el crítico y escritor Carlos Gamerro, “no es sólo un texto que tiene algo nuevo que decir en cada época; un clásico es un texto del cual cada nueva época debe decir algo nuevo si quiere conformarse como tal”. La frase es cautivante porque, primero, pone en evidencia la condición de novedad permanente que constituye al clásico, y luego porque le otorga una jerarquía de tótem. La pregunta sobre el clásico, entonces, es una pregunta sobre la identidad y es siempre urgente.
Ahora que la pandemia nos pone ante un presente quebrado, surge el interrogante sobre si la “nueva normalidad” nos va a empujar hacia nueva época. La respuesta, tal vez, esté en los clásicos: si tenemos algo nuevo que decir de ellos, tal vez estemos ante una nueva época. “Leamos Clásicos” es una serie de encuentros que organiza la plataforma de lectura Leamos.com y propone una mirada aguda y perspicaz del presente a partir de las obras de Cervantes, Shakespeare, Homero, Virginia Woolf, etc.
El encuentro inaugural estuvo a cargo de Cristina Pérez, que dio una charla abierta sobre William Shakespeare. Periodista de una gran trayectoria —desde hace años es la cara del noticiero de Telefé—, en su rol de escritora ha publicado Cuentos inesperados (2013) y una novela con un aire shakespeariano El jardín de los delatores (2015). Y, como si fuera poco, también es actriz. De hecho, hizo a Shakespeare: actuó en Antonio y Cleopatra, Macbeth, Ricardo III. Por haberlo estudiado con una dedicación profunda y haber actuado en sus obras, Cristina es una entusiasta, una gran conocedora de Shakespeare y una experta divulgadora de su obra.
Shakespeare, el poeta que sabía
“Shakespeare sabe lo que nos pasa antes de que nosotros lo sepamos”, dijo Pérez a modo de introducción. Si uno pusiera en duda la actualidad de Shakespeare alcanzaría con señalarle que cada quince segundos alguien tuitea su nombre. O que durante un año “normal”, en cualquier país —y tal vez en cualquier ciudad— hay una puesta en escena de Hamlet o Romeo y Julieta. Pero también podría decirse cómo la situación de la pandemia actual está imbricada en sus obras.
“La fuerza más poderosa que afectó la vida de Shakespeare y sus contemporáneos fueron las epidemias”, explicó Cristina Pérez. En el mismo año de su nacimiento murió una de cada siete personas de su pueblo. Las epidemias están tan presentes en la vida y en la obra de Shakespeare que, por ejemplo, un personaje habla del amor a partir de una metáfora del contagio: “¿Y así tan rápido puede uno agarrarse la plaga?”.
“Era tan fácil contagiarse como enamorarse”, dijo Pérez y continuó con otros ejemplos: “Venus dice de Adonis: ‘La plaga está desterrada por tu respiración’. Nosotros, que ahora andamos con barbijos, imaginemos la calidad del piropo. El duque de Orsino dice de Olivia: ‘Creo que ella ha limpiado el aire de pestilencia’. Pero la más contundente expresión de cuán metida estaba la epidemia en la vida de la gente en esa época está en Romeo y Julieta. ¿Por qué el fraile no puede hacer saber que, en realidad, Julieta no está muerta? Porque lo frenan y creen que está contagiado y no le permiten pasar. ¡Lo ponen en cuarentena! Dicho esto: Shakespeare sabía de nosotros hace 500 años”.
Shakespeare, el creador del inglés
Si, como dice Umberto Eco, el arte es una suerte de herramienta para los hombres, los sentimientos universales —el amor, el dolor, el odio, la nostalgia— serían aprendizajes a partir de los modelos que proponen por los artistas. Lo destacable de Shakespeare es que consiguió llegar tanto a los más preparados intelectualmente como a los menos formados, tanto a los aristócratas como a las clases populares. “Shakespeare”, dijo Pérez, “tenían conocimiento de botánica, hablaba como un filósofo, como un loco de atar, conocía los detalles de la vida del campo pero también podía entender a Maquiavelo y las teorías del Universo que empezaban a abrir el mundo científico”.
Shakespeare escribía para que lo entendieran los actores: “el texto era el personaje, el texto era la acción, el texto era la música”. Por eso, aunque se ha estudiado que cuando escribía sus guiones “no tenía manchas de tinta porque su escritura y su pensamiento funcionaban prácticamente sin fisuras en la conexión de bluetooth”, recién en 1623, siete años después de su muerte, se publican sus obras.
La intervención de Shakespeare llega a tal punto que creó una cantidad escandalosa de palabras en inglés. Shakespeare acuñó beedroom (habitación), fashionable (lo que está de moda), gossip (chimento), undress (desvestirse), fixture: más de 1700 palabras que hoy se siguen usando.
Shakespeare, el padre de Freud
Tal vez el más grande logro de Shakespeare sea su capacidad para hacer que el hombre, el personaje, hable consigo mismo. “Los monólogos son eso”, dijo Cristina Pérez, “el hombre descubriendo su consciencia”. Por eso, Harold Bloom decía que Shakespeare había inventado a Freud. Muestra a un hombre que se hace preguntas. “En ese tiempo”, continuó Pérez, “Descartes decía ‘pienso, luego existo’. Shakespeare encarna eso. Pone en el escenario a un hombre que piensa delante de otros hombres y dialoga con su conciencia”. Freud, de hecho, va a retomar Hamlet para hablar del complejo de Edipo. Con cada interpretación, con cada reescritura, con cada reelaboración y puesta en escena, se construye y se actualiza el genio de Shakespeare y se entiende el devenir del mundo. “La vida imita a Shakespeare”, decía Oscar Wilde, “tan bien como puede”.
La vastedad de la obra de Shakespeare fue recorrida con la enorme pasión de Cristina Pérez. La charla abierta puede verse completa en el sitio de Experiencia Leamos. Y todas las obras de Shakespeare, así como los ensayos escritos por Harold Bloom, Carlos Gamerro, Juan Villoro, y más, están disponibles en Leamos.com.
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