Una pintada por Callao, cerca del Congreso decía: “¿Te imaginás la vida sin música?”. Aquella frase, que tiene la fuerza atronadora de un bombo martillando en negras, podría encontrar en esta otra pregunta su continuación: “¿Te imaginás la música sin imágenes?”. Muchas veces —si no, siempre—, el rock se alimenta de la iconografía que surge con las fotos, los escenarios, el vestuario, los “raros peinados nuevos”.
¿Te imaginás la música sin imágenes? En el rock nacional hay ciertos nombres que, desde la fotografía, acompañan el movimiento casi desde el surgimiento: Eduardo Martí, Alejandro Kuroptawa, Nora Lezano, Ale López, Andy Cherniavsky. Todos ellos cuentan la historia desde adentro: el detrás de escena, los ensayos, los viajes, los conciertos. Sin estas fotos —estas historias—, probablemente, el rock no tendría tanta épica.
Andy Cherniavsky acaba de publicar Acceso directo (Planeta), un libro en el que cuenta en primera persona su relación con la música argentina en la década del ochenta: una movida que se parecía más un happening infinito donde los músicos exploraban los géneros, descubrían ritmos, se cruzaban en formaciones paralelas. El libro es de una frescura enorme y, en un punto, recuerda a ese clásico moderno que es Corazones en llamas, de Laura Ramos y Cynthia Lejbowicz.
Cherniavsky estuvo invitada en Experiencia Leamos —el ciclo de entrevistas que organiza la plataforma Leamos.com como beneficio exclusivo para sus suscriptores— y a lo largo de una hora habló de su libro. Aquí algunos pasajes del encuentro.
—¿Qué tiene la movida del rock de los 80 que es tan narrable?
—Los 80 era una época muy revolucionaria con respecto a la música. Tenía una gran poesía y unas letras increíbles. Mucho se relacionaba con salir de una dictadura feroz y, de repente, poder expresar. Hay que pensar que canciones de Luis Alberto Spinetta y Charly García estaban prohibidas. De repente fue una explosión de expresiones. Lo que vino después siguió siendo música, pero ya no fue un movimiento que tenía la necesidad de romper con estructuras tan fuertes como las anteriores a los 80.
—El rock en sus comienzos era una música que generaba desconfianza tanto para la dictadura como la militancia de izquierda. En ese ambiente, que además era casi completamente masculino, empezás a desarrollar tu trabajo: ¿cómo fueron esos años para vos?
—Personalmente me costó mucho meterme en ese mundo de hombres. Nunca tuve una situación de discriminación, pero yo internamente venía con cierta vergüenza por ser una mujer que se atrevía a entrar en un mundo de hombres. Recuerdo que tenía un flash con un rebotador, mi equipo era como un armatoste inmenso, y me daba vergüenza que me miren: una mina con un flash aparatoso sacando fotos de gira con montones de hombres. Yo era la que me sentía un poco incómoda. No quiero decir que no había machismo, pero nunca me sentí discriminada.
—Sin embargo, en la introducción, hablás de tu rol como un “feminismo activo”. En esa línea pienso la autobiografía de María Rosa Yorio, que se llama Asesínenme y el subtítulo dice “Rock y feminismo en los 70”.
—Leí el libro de María Rosa. Ella era como el espejo de una mina desenfadada que se animaba y subía al escenario y participaba en ese grupo de hombres. Creo que fuimos las que nos animamos a poner un pie ahí y a sostenerse. Había que hacerse un lugar. Charly era alguien que te dejaba. Hoy siento que hay toda una cosa de género súper importante que se está dando y que, en ese momento, nosotras no nos dábamos cuenta.
—Mencionás a Charly y recuerdo que en un recital de Serú Girán tocaron las Bay Biscuit.
—Estuve en ese concierto.
—¿Cómo fue? Porque antes de empezar, Charly le pide a la gente que las escuche.
—Las Bay Biscuit era un grupo de chicas muy luchadoras. Celsa Mel Gowland tiene mucho que ver con el tema de la Ley de Cupos y todas las que hoy están atrás en el tema de la lucha de género eran parte de Las Bays: Isabel (de Sebastián), Fabi (Cantilo), Vivi Tellas. Eran amigas mías, eran las que se animaban. Ese show fue tremendo. Ellas salían vestidas y pintadas de plateado con unos trajes rarísimos, medio intergalácticos. Y el público les tiró con todo, no las dejaron cantar. Charly era un tipo que le daba mucho espacio a la mujer y se fascinaba con la figura femenina. Fue genial que salga a defenderlas. Charly estaba muy comprometido con eso y con defender al grupo de mujeres que andábamos por ahí.
—Le sacaste fotos a Los Abuelos de la Nada y a Sumo, que, si bien no tiene que haber una pica entre ellos, encaran estilos y modelos distintos.
—Estuve mucho más con Los Abuelos. Ellos eran la alegría, eran la juventud, tenían una dinámica increíble. Los abuelos eran un grupo muy creativo. Yo creo que se fueron descubriendo a sí mismos como compositores y fueron descubriendo también esa veta divertida y simpática. Me preguntaste de Sumo: en realidad, en aquel momento, todos eran amigos y todos tenían una banda paralela con otro. Andrés (Calamaro) era recontra amigo de Pettinato, Luca vino a casa a grabar. Había mucha unión y mucho respeto. Toda esa pica, por ejemplo, entre Charly y Luis no era real. Pudo haber alguna discusión alguna vez, pero todo era un gran movimiento, incluidos los músicos que no eran tan roqueros.
—¿Cómo era Spinetta como modelo?
—No lo fotografié en estudio; siempre en vivo, en situaciones de backstage, en conferencias de prensa. Sí trabajé con él haciendo el disco El tiempo es veloz, de David Lebón, que son todos dibujos suyos. Lo conocí más como un amigo. Era un tipo súper creativo que dibujaba increíblemente bien y era muy gracioso, todo el tiempo estaba haciendo chistes. Y a nivel musical era muy serio.
—¿Y Charly?
—Era más relajado. Luis era un cerebrito en el estudio. Charly era más delirante. El estudio era una fiesta y Luis era muy metódico. No quiere decir ni que esté bien ni que esté mal.
—Se dice que Spinetta llegaba al estudio con todo el tema en la cabeza y Charly, en cambio, llegaba buscando inspiración.
—Exactamente. Charly tenía más juego en el estudio, que siempre estaba lleno de amigos. Caían y metían una voz, había mucha diversión. Luis era mucho más técnico, por decirlo de alguna manera.
—En aquel tiempo en que el rock era una música amenazada, ¿hubo alguna foto que hayan censurado?
—No, pero hay en mi archivo fotos que no mostraría nunca porque tengo una ética y porque muchas veces he visto cosas —en el rock, en la moda, en la publicidad, en todos los rubros que he transitado—, que no mostraría porque expondría a las personas.
—¿Tuviste oportunidad de ver a Charly en este tiempo de recuperación?
—Me encanta que Charly se quiera recuperar. Yo sufrí mucho con el Charly de...
—De la etapa Say No More.
—Sí. Lo sufrí porque en el estudio te daba un montón de imágenes muy locas, pero estaba lejos mi amigo. No sabía cómo acercarme a Charly. Lo volví a ver en la exposición de “Los Ángeles de Charly”, que hicimos con Nora Lezano e Hilda Lizarazu, y fue súper increíble. Nos fuimos las tres llorando. Lo fui a ver a algunos de los teatros, pero no lo vi más. Charly nunca se conecta a un teléfono, es como que siempre está muy metido adentro. Charly es un tipo súper inteligente que no tuvo la inteligencia de cuidarse a sí mismo y fue difícil acercarse a él. Lo que más deseo es que esté bien, sano, que componga y que la pase bien.
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