Leila Guerriero: “Con los libros uno siempre quiere producir un efecto, la escritura no es inocente”

Referente de la crónica en América latina, la autora de "Opus Gelber" (Anagrama) estuvo invitada en Experiencia Leamos, el ciclo que es beneficio exclusivo para sus suscriptores de la plataforma Leamos.com

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Leila Guerriero

En la tradición de las letras de América latina, el género de la crónica es uno de los más visitados y más influyentes. En una lista rápida, escrita al vuelo, se pueden mencionar a distintos autores que han hecho de este género una marca del continente: Roberto Arlt, Guillermo Cabrera Infante, Rubén Darío, Teresa de la Parra, César Vallejo, Rodolfo Walsh. Y, más cerca en el tiempo: Carlos Monsiváis, Haroldo Conti, María Moreno, Gabriel García Márquez, Tomás Eloy Martínez, Martín Caparrós, Cristian Alarcón, un largo etcétera.

Tras un breve período de latencia, hace unos diez o quince años, el género revivió con una explosión que impulsó una nueva manera de ver y entender la realidad. Ese boom, que se dio en toda la región, tuvo su epicentro en dos o tres ciudades: Buenos Aires, Cartagena, el DF. Allí, entre los muchísimos autores que intervinieron —y de quienes se podría hacer una lista tan o más larga que la anterior—, aparece Leila Guerriero como una de las grandes promotoras.

De todos los cumplidos que ha recibido a lo largo de su carrera, tal vez el más categórico sea el de Mario Vargas Llosa, quien, hace algún tiempo ya, después de leer el libro Plano americano, dijo que Guerriero “muestra de manera fehaciente que el periodismo puede ser también una de las bellas artes y producir obras de alta valía, sin renunciar para nada a su obligación primordial, que es informar”.

Con sus notas, sus crónicas, sus libros, Leila Guerriero no sólo retrata una imagen del presente sino que interviene en él. Sus crónicas breves están incluidas en distintos volúmenes: Frutos extraños (Alfaguara), del que se destaca largamente la crónica del supermercado chino, Plano Americano (UDP), Zona de obras (Anagrama). Publicó también Los suicidas del fin del mundo (Tusquets), en donde aborda una problemática compleja y dura, como la de una “epidemia” de suicidios entre los adolescentes de un pueblo patagónico. Los más recientes son Una historia sencilla (Anagrama), donde sigue los pasos de Rodolfo González Alcántara, campeón de malambo en el Festival de Laborde, y Opus Gelber (Anagrama), que es un largo perfil del gran músico Bruno Gelber.

"Opus Gelber. Retrato de un
"Opus Gelber. Retrato de un pianista", de Leila Guerriero

Esta semana, Leila Guerriero estuvo invitada en Experiencia Leamos, el ciclo de encuentros que organiza la plataforma de lectura Leamos.com como beneficio exclusivo para sus suscriptores —los libro de Guerriero, de hecho, están disponibles en Leamos— y donde habló particularmente de Opus Gelber.

La entrevista completa puede verse en el sitio de Experiencia Leamos. Estos son algunos pasajes del encuentro.

De un libro sobre un hombre de una timidez total, como Rodolfo González Alcántara, que se incomodaba con tu presencia, pasaste a una estrella de la música, como Bruno Gelber, que vive casi con un reflector al lado. ¿Qué tienen en común Rodolfo y Bruno?

—La vocación. A los dos los une la música, pero es una conexión demasiado obvia. Los veo mucho más conectados por la entrega. Rodolfo nació en Santa Rosa, La Pampa, en una familia súper humilde; Bruno nació en el barrio de Belgrano, hijo de una pareja de músico de clase media ilustrada y vivió 50 años en Europa. De alguna forma, los dos se arriesgaron a hacer algo que la realidad indicaba que no iban a poder hacer. Rodolfo quería dedicarse al baile toda su vida y era un chico de una extracción tan humilde tendría que haber hecho una carrera más redituable con la que se ganara la vida de una forma más "tradicional", pero hizo la apuesta del baile. Bruno tuvo poliomielitis a los 7 años, con lo cual, una vida de concertista que viaja por el mundo, vive en aviones, duerme en Viena y se despierta en Venecia y al tercer día en Praga, era impensable. Está la entrega y la vocación clavada en el cuerpo de los dos. Y también, y no hace falta decirlo, el talento. Esas vocaciones se abrieron paso porque los dos tenían una singularidad que era el talento.

En otra relación de continuidad y quiebre entre Rodolfo y Bruno está el alcance de música: mientras uno baila la música de una tradición local, el otro interpreta obras clásicas que son más internaciolistas.

—Pero también ahí hay algo en común. En la Argentina, Bruno es el más popular de los músicos clásicos. Ni Marta Argerich ni Baremboin alcanzan las cotas de popularidad de Bruno. Ha sido durante mucho tiempo un personaje casi farandulesco. No por lo que él hiciera, no pertenece a la clase de personas que genera runrún en los programas de farándula, pero fue amigo de Mirta Legrand, iba a los almuerzos, aparecía en programas de televisión de gran audiencia. Y Rodolfo, curiosamente, siendo un artista popular, quería ganar el concurso de música popular menos popular de la Argentina. Porque el festival de Malambo de Laborde, al lado de Cosquín y Jesús María, no estaba en el mapa. Hay muchas lecturas posibles de eso. Hay muchos puntos en común entre ellos.

Bruno Gelber (foto: Matías Arbotto)
Bruno Gelber (foto: Matías Arbotto)

En Opus Gelber, Pablo Gianera dice sobre que Gelber tiene “un equilibrio entre emoción y objetividad que parecen instancias opuestas y en él no lo son”. Yo creo que esa frase hace eco en tu forma de escribir.

—Sí, hay una tensión en la escritura. Pienso entre la austeridad y la cosa muy brillante. A veces, cuando escribo columnas, que son textos mucho más cortos y que necesariamente tienen un ascetismo muy marcado, siento que tengo que inocularles una especie de vibrión emocional porque si no, no funcionan. Entonces entra una especie de hiperinflación de la metáfora, del símil y recargo esas zonas de manera tal que el texto estalle. Eso es jugar con la textura del texto, con los climas, con la emoción. Uno siempre quiere producir un efecto; la escritura no es inocente. Bruno decía que si el pianista está contentísimo con lo que está haciendo y se regodea mientras toca, toda esa emoción queda en él y no pasa al público. Eso mismo podría aplicarse a la escritura. Si uno está demasiado impregnado de esa emoción, de esa euforia, es posible que algo de eso no escape del texto, quede encerrado ahí y no llegue al lector. Estoy muy atenta a eso. No solo a lo que hago sino a intentar evaluar si esa intención está plasmada.

En Frutos extraños hay un perfil sobre el mago René Lavand. Creo que Lavand es otro integrante de la serie de personajes entregados a la pasión, que pertenecen al “universo Guerriero”.

—René Lavand había perdido su mano diestra porque lo pisó un auto y tuvieron que amputarle la mano y transformó esa debilidad en una habilidad excelsa. Para él no había diferencia entre la magia y el arte. Él, decía, hacía era arte. Siempre que hacía un juego iba desarrollando un relato y hacía alusiones literarias a Borges, García Márquez, a tres o cuatro nombres que sabía que resonaban en la audiencia, y de quienes tenía frases elegidas. Y cuando lo fui a ver, tenía una biblioteca catastrófica. Y él me dijo “Yo no leo un carajo, pero engaño bien”. Era un embustero genial y tenía una gran vocación y también era un gran maestro, como lo son Bruno y Rodolfo González Alcántara. Ellos no solo hacen lo que hacen de una manera excelente, sino que además eligen a sus discípulos. No le enseñan a cualquiera, pero cuando ponen la mirada en alguien tienen una capacidad de transmisión, una claridad, una entrega, una severidad y una seriedad que es tan artística como la predisposición que tienen para hacer lo que hacen. Es muy difícil encontrar eso unido en una sola persona. Me llena de admiración.

Leila Guerriero sostiene su libro
Leila Guerriero sostiene su libro "Una historia sencilla" (Anagrama)

Plano Americano reúne una serie de perfiles que van de Kuitca a Sara Facio, y también hay uno de Roberto Arlt. Todos son relativamente breves. ¿Qué convierte a Rodolfo y a Bruno en figuras de libro?

Una historia sencilla no es el perfil de Rodolfo; él está apenas perfilado. El libro de Bruno habla sobre el triunfo de la voluntad, al igual que el de Rodolfo. Pero Rodolfo es un símbolo, un emblema que aglutina a esos chicos muy humildes que van año tras año a Laborde a tratar de ganar un premio que es como la consagración absoluta de lo que hacen. El libro de Bruno es claramente un perfil. No hay otra cosa, no es un libro sobre la música clásica. Es un libro sobre un hombre que es un universo. De algunos de los perfiles de Plano Americano hubiera hecho un libro; de hecho, quizás lo haga. Hay gente allí que me resulta tremendamente magnética. En el caso de Bruno, lo que me pasó fue eso: lo fui a ver para hacerle una nota en el periódico y terminó creciendo. Siempre es difícil reducir la vida de una persona a 30.000 caracteres, pero la de Bruno era sencillamente desbordante. Y creo que tiene que ver con la singularidad absoluta del personaje. Hay algunas personas que son como galaxias y uno quiere dejar que esa galaxia se muestre en todo su esplendor. Bruno era una galaxia. O un planeta. Y yo me quedé orbitando como un satélite borracho: realmente no podía parar de dar vueltas alrededor de él. Es raro que me haya metido tanto en el libro, pero soy un personaje un poco velado. Estoy simplemente como para que Bruno haga sus cosas, haga su magia, sus trucos, me atraiga, me aleje. En un texto corto no hubiera podido hacer todo lo que hice. Las intervenciones, las interrupciones, la confesión de que yo, por más que siga entrevistando durante mucho tiempo, no voy a llegar a saber nada de él.

Ver la entrevista completa en Experiencia Leamos.

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