Con la reciente nominación de Algo ritmos a los premios Gardel como mejor álbum del año, Kevin Johansen se consolida como lo que es: uno de los músicos más importantes de la Argentina. De hecho, casi no necesita presentación. Alcanza con decir Kevin Johansen para que a todos se les presente una imagen —mental, auditiva— de él.
Acostumbrado a romper las fronteras de los géneros —”soy un desgenerado”, dice de sí mismo—, es capaz de mezclar el soul con el folklore, el rock con la cumbia, los ritmos latinoamericanos con el folk estadounidense. Y también puede desarmar una palabra y jugar con la polisemia hasta encontrarle un nuevo sentido inesperado, que, generalmente, termina en una carcajada.
Esta semana, Kevin Johansen estuvo invitado en Experiencia Leamos —ciclo que es un beneficio exclusivo para los suscriptores de la plataforma Leamos.com—. En una entrevista a cargo de Patricio Zunini, habló de las identidades que persigue con su música, cómo interpreta el humor, quiénes son los “padres artísticos” de los que se siente deudor. Publicamos aquí algunos fragmentos de la entrevista.
La nota completa puede verse en el sitio de Experiencia Leamos.
—En un disco tuyo, no recuerdo si es en “Sur o no sur”, hay una frase de Frank Zappa, que pregunta si el humor pertenece a la música. Y vos respondés que sí. La pregunta, en todo caso, es: ¿con cuánta seriedad se hace humor en la música?
—El humor bien entendido es de lo más serio que hay. No creo tener el talento de Les Luthiers, que son unos genios. Pero intento ser lo suficientemente libre como para aproximarme al humor o la ironía en una canción. Zappa es un muy buen ejemplo del humor en la música, y de un humor bien entendido, crítico, con profundidad. A veces se hace una lectura superficial del humor, como si por hacer reír, no fuera profundo. Todo lo contrario: el humor puede ser una observación muy aguda y generar debates y preguntas. Los músicos, en general, son grandes contadores de chistes. Son muy ocurrentes. Pero no todos los aplican a la canción. Creo que es lo que decía Cortázar cuando hablaba de los novelistas latinos y de los anglosajones. Entre los anglosajones se pondera la ironía, pero los latinoamericanos tienen el temor de que no se los en serio. Es un eterno debate y es una línea muy delgada, porque todos queremos ser tomados en serio.
—En el título Algo Ritmos resuena el juego de palabras de Les Luthiers, pero también el espíritu de Ghost in the machine. ¿Cómo es el intento de relacionar la lógica, la matemática, el humor, los sentimientos?
—Es como el teatro griego: la risa y el llanto. Es un acto reflejo de nuestra personalidad. Tuve el privilegio de trabajar con Les Luthiers en un par de ocasiones: Marcos Mundstock, que se nos fue hace poco, escribía mails y cada tanto hacía un juego de palabras y ponía entre paréntesis “Perdón, no puedo parar, soy brillante”. Él decía que lo lúcido puede ser lúcido, y me encanta como juego de palabras y como una observación profunda. El cancionista a veces es un poco el arqueólogo de las palabras. Algo ritmos es un ejemplo muy sencillo pero también es una forma de explicar qué es una canción: es algo con ritmo. Siempre encuentro una excusa conceptual para hacer lo que se me antoja en diez o trece canciones.
—En el juego de palabras también hay una búsqueda por romper la idea de centro y periferia. Pienso en discos como Sur o no sur o Mis Américas.
—Fui criado por una madre muy argentina y muy americanista que en los 60 se fue becada a estudiar a Estados Unidos. El chiste en casa era “Qué hice que casé con un gringo, yo que soy antiimperialista”. Ese lugar y momento en que le tocó ser de América latina, me generó un tipo de conciencia. Y cuando empecé a viajar por España y por Latinoamérica, me di cuenta del gran beneficio que es hablar el mismo idioma en un territorio tan vasto. Más allá de las diferencias con los chilenismos, los mexicanismos, el lunfardo, los peruanismos. ¡Qué privilegio! También es un efecto de la globalización, que fue defenestrada como si fuera malévola y horrible, pero que a la vez nos acercó, nos arrimó, nos permitió celebrar las diferencias.
—¿Alguna vez pensaste en el eco que hace Kevin Johansen + The nada con Los Abuelos de la Nada?
—Sí, y no me di cuenta cuando lo pensé. Inconscientemente haber estado presente. Cuando llegué a Buenos Aires, con doce años en plena dictadura militar, me mandaron a La Escuela del Sol, a donde iban los hijos de parte de la Buenos Aires progre. E iban los Calamaro. Yo fui compañero de Javiercito y muchas veces fui a merendar a su casa en la época en que Andrés comenzaba con Los Abuelos. Así que vi el comienzo de esa gran banda en una época todavía oscura, cuando se estaba saliendo de la dictadura hacia la primavera democrática de Alfonsín. En algún lugar debe haberme quedado que me gustaban Los Abuelos de la Nada y después, en Nueva York, me salió “The Nada” y me gustó el juego de palabras bilingüe. Ellos y Sumo fueron dos de las bandas que me marcaron mucho. Sumo jugaba con el espanglish desprejuiciadamente y tenían un desparpajo que yo todavía buscaba con timidez. De a poco fui saliendo del cascarón, gracias a la libertad artística de esas dos bandas.
—¿Pensás en cómo hubiera sido tu carrera si te quedabas en Estados Unidos?
—Todavía lo pienso. Me vería como un personaje dentro del folkie o el country. No diría un Dave Matthews, pero por ahí un Eddie Vedder solista o un Jack Johnson un poquito más irónico y menos cool. Pero los que vivimos en el Norte y en el Sur no hacemos mucha diferencia, no pensamos mucho en eso. Sí podría decir, con respecto a mis ídolos del Sur, Charly, David Lebón, Spinetta que, si hubieran sido músicos de habla inglesa, estarían a la altura de Bowie, de Lou Reed, de Elton John, de cualquier gran artista anglo. Estarían en ese panteón.
—En la figura del cancionista hay un vínculo con la del trovador, que es una figura típica de la Argentina y de América latina. Uno puede mencionar a León Gieco, como para empezar. ¿La historia del cantante que cuenta una historia es también tu historia?
—Ni hablar. Y están Facundo Cabral y Víctor Heredia y Miguel Cantilo. Argentina fue pionera de la canción. El rock argentino conquistó Latinoamérica y sigue tiñendo estéticamente al continente. Yo aprecio a la generación de nuestros padres, porque ellos eran amenazados por escribir una canción. Vivían exilios como la Negra Sosa o eran asesinados como Víctor Jara. Nosotros podemos cantar lo que se nos cante gracias a estos tipos que se la jugaron en serio. Hace años, tocamos frente al Congreso con Liniers y los The Nada antes de que se votara la Ley del Matrimonio Igualitario. No sabíamos si se iba a sancionar; al final, al día siguiente se votó. Ahí también me cayó una ficha porque me di cuenta de que yo canto sobre nuevas libertades a conseguir. No tengo que cantar sobre la libertad como Serrat o Silvio Rodríguez: gracias a esa generación, yo escribo sobre nuevas libertades a conseguir. Y parte de esas nuevas libertades, amén de las individuales, son las libertades artísticas. Cantar sobre lo que se te cante es también una forma de protesta. A veces el artista va dibujando su propia celda estética. Pero gracias a esos padres artísticos, somos y debemos ser más libres.
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