Patricia Sosa es una de las cantantes más icónicas del rock nacional. En los 80 formó La Torre, banda de hard rock con la que grabó siete discos, y en los 90 se lanzó a una ascendente carrera como solista. Con su música cautivó a diferentes generaciones, y marcó un antes y un después para las mujeres del rock argentino. En una entrevista con Patricio Zunini en el marco de la Experiencia Leamos, habló de sus orígienes, sus intereses y sus convicciones. Y también sobre el machismo al que tuvo que enfrentarse en el mundo del rock.
Su voz, dijo, no fue siempre la misma. Sosa contó que el punto de inflexión para comenzar a estudiar canto y perfeccionarse fue en el 84, cuando viajó a Ibiza para grabar el disco Sólo quiero Rock & Roll. “Me creí omnipotente”, dijo, “fui a todas las playas, a todos las discotecas, me acostaba tarde, dormía poco, y mi voz en el disco terminó sonando mal”. El álbum, por supuesto, fue muy exitoso, pero cada vez que lo pasaban en las radios sentía que le daba rabia escucharse así. A decir verdad, es una imperfección que sólo ella puede reconocer. Pero a partir de esa experiencia se prometió y le prometió a “sus chicas” --como llama a sus cuerdas vocales-- que nunca más las iba a abandonar: empezó a estudiar canto, y no paró. “Me convertí en una obsesiva del estudio de la voz”. Para Patricia, no basta tener el don, el estudio te da las herramientas para dominarla y te enseña que se puede ser mucho más poderosa.
Sosa recordó que no las discográficas no querían producir discos de La Torre “porque había una mujer”. Y que cuando consiguieron tocar en Buenos Aires Rock 82, primero subió la banda al escenario y que después de algunos compases, ella tenía que subir, “tomar el micrófono, y romperla”. Pero cuando subió por la escalera, la agarraron dos hombres de seguridad y le dijeron “Nena, las minitas de los músicos abajo” y la tiraron al público con más de veinte mil personas. Desde abajo comenzó, desesperada, a hacerle señas a los músicos, que no la escuchaban, hasta que Oscar la vio, se sacó la guitarra, y le dijo a los de seguridad “Si no sube ella no tocamos”. Ese día, finalmente, el público la adoró y salieron como revelación del festival. “Los organizadores no lo podían entender”, contó.
Fue muy difícil el comienzo, porque no había mujeres que marcaran esa tendencia. Patricia fue la primera en liderar una banda de rock nacional. En aquel recital, de hecho, subió a cantar “masculinizada”, como queriendo pasar desapercibida: “Me puse un jean, unas zapatillas viejas, una remera fea, me corté el pelo”. Pero después se dio cuenta que no podía no ser ella misma, y para el próximo show se puso la pollera más corta y el escote más largo. “¡Que se la banquen!”, dijo. “En los primeros temas me miraban las piernas, pero ya después, se acostumbraban y cerraban los ojos”.
Ese camino “tuvo un costo emocional muy grande”, dijo. Se sentía sola, tenía que ponerse una “careta de cara de culo” para que no la pasaran por encima. Lo habitual era llegar que en los escenarios no hubiera camarines de mujer. “Mis músicos tenían que estirar un toallón para que pudiera cambiarme, o tenía que ir cambiada directo”. Como esa, un montón de situaciones. “Igualmente, mis compañeros músicos, como Spinetta, Pappo, Fito y Baglietto, siempre me protegieron y me quisieron mucho”, dice. Ese respeto, amor y calidez, lo sintió y los sigue sintiendo, “Baglietto sigue siendo uno de mis mejores amigos”.
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