Doctor en filosofía y docente universitario, Luis Diego Fernández representa a la nueva camada de intelectuales de la Argentina. Con una vasta trayectoria intelectual, ha dictado seminarios en diversas instituciones y universidades y ha publicado muchísimos libros: entre ellos Libertinos plebeyos, Los nuevos rebeldes, y Furia y clase. Su principal campo de investigación es la filosofía francesa contemporánea y, en ella, sus dos referentes: Michel Focault y Gilles Deleuze.
En una entrevista a cargo de Ezequiel Martínez, que se realizó en el marco de Experiencia Leamos, el ciclo de entrevistas que es exclusivo para los suscriptores de Leamos.com, Fernández habló sobre la disputa filosófica y política que ambos pensadores han tenido sobre el deseo y el placer. Dos eróticas confrontadas, dos maneras de pensar la política de los cuerpos.
“El psicoanálisis mantiene la mirada del deseo como falta”, explicaba Fernández, pero Deleuze viene sostener que el deseo es producción: no es un lugar donde todo falta sino un lugar donde todo sobra, donde todo es exceso: “va a plantear que el deseo está inserto en lo social, que el deseo es político”. No debe pensarse sólo en relación a los padres, sino que hay que desfamiliarizarlo, sacarlo de la esfera representativa. Deleuze, mantenía que el deseo no es lo que uno imagina, sino lo que uno hace, lo que uno produce, algo pragmático y empírico.
En ese contexto, Focault publica el primer tomo de la Historia de la sexualidad donde habla del placer y el poder, y plantea que el poder es un vínculo: por lo tanto toda relación es una relación de poder. Foucault habla sustancialmente del concepto de placer, que va a oponer al concepto de deseo. “Él sigue pensando el deseo en términos psicoanalíticos”, dijo Fernández, y por ello opone a esa visión del deseo un concepto que considera desprestigiado, que es el del placer. Foucault dice que nadie habla de placer sino que todos hablan del deseo, por lo que plantea la recuperación del concepto de deseo.
Focault considera que el placer es un acto y allí, explicaba Fernández, es donde Deleuze se oponía: “él piensa al deseo como un proceso”, como un devenir que no cesa de agenciar e interconectar cuerpos heterogéneos, que nunca para, que solo cesa con la muerte. La crítica de Deleuze al pensamiento de Foucault es que el placer estratifica el devenir deseante. Es decir: al fijar el placer en actos concretos, se rompe el proceso de devenir deseante; “lo entiende como una obturación”. Por otro lado, Deleuze también critica la visión de Foucault acerca del poder. Si Foucault piensa la sexualidad es un dispositivo y los dispositivos son de poder, luego la sexualidad es un dispositivo disciplinario. Deleuze entendió esta hipótesis como algo negativo, Focault, en cambio, señaló Fernández, “no veía problema alguno en el concepto de poder” porque para él era imposible salirse del poder. Pero Deleuze si buscaba una salida y ahí se da la tensión.
Para Fernández, los franceses no estaban discutiendo palabras, nociones o prácticas eróticas: “En el fondo, estas dos formas de pensar significan una discusión política” que atraviesa el nivel de la intimidad y el del poder. A Foucault probablemente le interesara el sadomasoquismo, porque es la erotización de los vínculos de poder. “Como en este no hay exterioridad, como no hay afuera, hay que erotizarlo”. Deleuze, por el contrario, buscaba la fuga, y esa exterioridad está en lo que él plantea como deseo, que siempre va a ser primigenio, que siempre va a estar antes de las relaciones de poder.
¿Con cuál visión se siente más a fin Fernández? Como piensa el deseo en términos productivos, ya que al hacerlo en tanto carencia implica una insatisfacción, “la forma en que lo pensaba Deleuze es más vitalista”, dijo. Por otro lado, simpatiza con el planteo de Focault del placer en término de acto de creación. “Soy como un monstruo bífido, de dos cabezas: política y éticamente me siento más focaultiano, mientras que estética y eróticamente, más deleuzeaniano”. Cuando uno estudia mucho a un autor, “desarrolla un vínculo afectivo”, y aunque no coincida con muchas de las cosas que plantean, “a veces gana más el afecto que la disidencia”.
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