Vivió La Noche de los Bastones Largos y el Mayo Francés. Es filósofo, sociólogo, y ha publicado más de 25 títulos publicados, entre ellos La guerra del amor, Historia de una biblioteca y La máscara Foucault. Tomás Abraham participó en una entrevista a cargo de Ezequiel Martínez en el marco de la Experiencia Leamos, el ciclo de encuentros que es exclusivo para los suscriptores de Leamos.com.
Abraham habló de los viajes que hizo a su ciudad natal y de cómo el contacto profundo con sus raíces rumanas afectó su idea de identidad . Abraham nació en Rumania en diciembre de 1946, pero antes de que cumpliera dos años migró con su familia a la Argentina. Desde siempre, entonces, creyó que no tenía nada que ver con su país de origen. “Me argentinicé”, dijo entre risas, “pero hace muy poquito tiempo me agarró lo rumano. Los viejos empezamos a hacer cosas muy extrañas...”
Como todos los rumano pertenecientes a la región del Imperio Austrohúngaro, sus padres hablaba húngaro, alemán y rumano. De hecho, el húngaro fue la lengua materna que fue perdió a propósito. Pero hace varios años, les propuso a los padres volver a Timisoara, la ciudad donde había nacido, y que es conocida como la Pequeña Viena. Hacía allí fueron los cuatro: Abraham, su mujer y sus padres.
Lo sorprendente es que el viaje que habían pensado para que fueran los padres quienes, ya casi al final de sus días, se reencontraran con el origen, tuvo un efecto impensado en el propio Abraham: “Me dio un golpe a mí”. Los viajes al tiempo de los padres suelen plantear una dimensión especial para los hijos. La emoción de reconocer los lugares tan emblemáticos para ellos --aun cuando ellos mismos parecían poco interesados en visitarlos-- como el lugar donde se casaron, la casa en la que vivieron y el cementerio donde estaba enterrado el abuelo, le produjeron a Abraham un efecto paradójico que lo conmocionó durante mucho años.
Hoy, con esas experiencias y el pensamiento que desarrolló a partir de ellas, está preparando un próximo ensayo autobiográfico, Retorno.
He llegado hasta tu casa
Timisoara tenía cinco sinagogas, lo que indicaba que había habido una comunidad judía importante, pero todas estaban cerradas con candado. Para entrar en ellas tuvieron que encontrar a un señor de 90 años, “el único judío que quedaba en el pueblo y que había estado en Auschwitz”, que tenía las llaves. Al abrir las puertas se encontraron con “una pequeña sinagoga tan hermosa que me puse a llorar”. El regreso a Buenos Aires lo dejó en el umbral de la historia. Abraham se dio cuenta de que su vida era una suma de intersecciones muy particulares del siglo XX: un judío nacido en la Rumania de habla húngara, con estudios en Francia y que vivía en la Argentina.
“Yo me dedico a la filosofía”, dijo, “y la filosofía es un modo de pensar que nace con la inquietud. Uno no piensa naturalmente. Todos pensamos, claro, pero el pensamiento es otra cosa. Hay que fabricarlo, hay que construirlo. Es el resultado de un trabajo”. Para pensar, dijo, hay que tener una razón, un problema. “Y mi inquietud era el candado”.
“¿Qué simbolizaba ese candado?”, quiso saber Ezequiel Martínez. “El candado”, le dijo Abraham, “era el símbolo metálico de que habían desaparecido todos. No solamente los cuerpos sino toda la memoria cultural. En esos lugares había festividades, determinados tipos de ropas, oraciones, festejos, rituales, familias, había modos de vivir. ¡Y ahora no había nada! ¡Un candado! Vi una versión de la Shoah totalmente distinta. Era un silencio”.
Un candado de dolor
Ese viaje y los siguientes lo llevaron a hacer una indagación alrededor de tres preguntas: por qué el candado, por qué sobrevivió su familia, por qué regresó a Timisoara. Hay ciertas preguntas cuyas respuestas están más allá del lenguaje: ¿por qué en Rumania se mató a 350.000 judíos? No hay explicación posible para semejante brutalidad. Pero entonces se le agregó un nuevo interrogante: ¿cómo se construye un nazi?
“Nadie nace nazi”, dijo, “al nazi hay que hacerlo, hay que fabricarlo. No hay un primer nazi, como no hay un primer filósofo, como no hay un primer hombre. Lo primero es la multiplicidad”. El nazismo rumano se construyó día tras días y poco a poco para que el odio al judío se naturalice, se normalice, para que las cosas aberrantes no parezcan tales. Para que se acepte esa banalidad del mal es necesario realizar un trabajo cultural enorme.
Con esa idea empezó a pensar en la influencia de cinco destacadísimos escritores que se formaron en el período de entreguerras: Emil Cioran, Mircea Eliade, Benjamin Fondane, Eugène Ionesco y Mihail Sebastian. Hacía allí apunta el nuevo trabajo que está escribiendo, que cruza nazismo y talento. “No es sencillo fabricar un nazi”, dijo. Se requiere de una gran dosis de creatividad y de la participación de una élite intelectual de una sociedad en estado permanente de crisis y violencia.
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