“El concepto de ‘civilización’ carece de buena prensa”. Así lo afirma José Emilio Burucúa en su nuevo ensayo, ¿Civilización o civilizaciones? Choques y trabajos en común de la humanidad, que forma parte de la colección de Filosofía que acaba de lanzar en exclusiva la plataforma Leamos.com. La desconfianza de la categoría “civilización” —y por eso se la usa entrecomillada, dice— se debe a que suele ser una manera de promover la universalidad autoatribuida de la civilización europea.
Ante la noción de “civilización”, entonces, se antepone otra que goza de mayor prestigio: “cultura”. Pero Burucúa propone una mirada distinta y, luego de hacer un recorrido histórico por el concepto de civilización, plantea que la forma plural — “civilizaciones”— permitiría saltar las jerarquías impuestas por el eurocentrismo. Al rehabilitar el concepto de civilización con otros fundamentos, las Ciencias Sociales tendrían una nueva categoría para trabajar en los grandes horizontes de cultura.
José Emilio Burucúa es un intelectual de vastísima trayectoria. Autor de libros imprescindibles como Excesos lectores, ascetismos iconográficos —que recibió el Premio de la Crítica de la Feria del Libro de Buenos Aires—, Enciclopedia B-S y el maravilloso Historia natural y mítica de los elefantes —escrito en colaboración con Nicolás Kwiatkowski—, entre otros títulos, ha dejado una marca en la manera de mirar y pensar la historia y el arte. A lo largo de su carrera recibió cuatro premios Konex y el Premio Ñ a la trayectoria.
Hoy a las 22.00, Burucúa será el invitado inaugural de “Leamos Filosofía”, un ciclo que coordina Ezequiel Martínez. El encuentro se da en el marco de la Experiencia Leamos, que es beneficio especial para los suscriptores de Leamos.com. Pero antes, se dio el tiempo para hablar con Infobae.
—¿Cómo se interpreta la batalla entre civilización y cultura en la Argentina, donde la dicotomía tiene su acento en la división sarmientina de civilización y barbarie?
—El concepto de civilización tiene su opuesto, su antagonista, en el concepto de barbarie. Mi pretensión es que en una categoría reformulada de civilización no se plantee este antagonismo, que no se piense que aquello que está más allá de los límites de lo que podríamos llamar el espacio de una civilización sea la barbarie. De lo que sí estoy seguro es que hay fuerzas que se oponen a los procesos por los que una sociedad se ve a sí misma como una civilización. Es decir: hay fuerzas que llevarían aún a civilizaciones maduras y bien establecidas a la des-civilización. Es, por supuesto, un concepto que tomo de Norbert Elias. Elias dice que el caso mas impresionante de esa des-civilización es Alemania en la primera mitad del siglo XX.
—Allí también menciona a Hannah Arendt.
—Es que, precisamente, el caso más claro de una des-civilización es el proceso de gestación del totalitarismo en los términos en que los analizó Hannah Arendt. Hay una fortísima tendencia a la des-civilización en el colonialismo en África. La civilización europea colapsa por la crueldad, por la falta de límites a la fuerza de sus guerreros. No hay ni límites legales ni psicológicos. Estos agentes de la colonización abandonan toda idea de la sujeción a un orden político y moral. La experiencia de los europeos en África a fines del siglo XIX y principios del XX convierte a estos hombres en agentes de un proceso radical de des-civilización. Por eso, cuando vuelven a la metrópolis, no pueden regresar a la domesticación y esa es una de las fuentes del totalitarismo de los años 20, 30 y de la brutalidad de la Segunda Guerra mundial.
—Esta respuesta me hace pensar en Joseph Conrad y El corazón de las tinieblas: en cómo veía Europa la oscuridad de África.
—No hay mejor ejemplo del fenómeno de la des-civilización que la novela de Conrad. Y abona la tesis de Anna Harendt. Pienso que Los orígenes del totalitarismo deriva de una lectura de Conrad. No recuerdo si ella lo cita, pero creo que de allí procede. Norbert Elias ahonda con el ensayo Los alemanes en la búsqueda de un proceso explicable de des-civilización, que es el nacional socialismo. Ya Erich Kahler había analizado en Man and History —que Fondo de Cultura Económica lo tradujo como Historia Universal del Hombre— el fenómeno alemán: él encontraba tres fuentes históricas del totalitarismo nazi. El primero sería Lutero, con la legitimación de la imposición violenta de la Ley sobre los cuerpos, dado que las almas están libres. La segunda fuente sería el despotismo prusiano y la militarización de la sociedad en el siglo XVIII. Y la tercera es el irracionalismo que se abre paso a partir de la década del 20 y se convierte en un elemento revulsivo, negador incluso de lo que sería la gran tradición ilustrada alemana. El nacional socialismo recoge estas tradiciones que se combinan —y esta es una mezcla letal— con el racionalismo técnico. En esa batalla de racionalismo e irracionalismo, él ve la dialéctica que lleva al retroceso civilizatorio.
La guerra de los mundos
En el capítulo introductorio de ¿Civilización o civilizaciones?, Burucúa plantea el análisis de cuatro aspectos que hacen que una sociedad sea “civilizada”. Estos son: la curialización de los guerreros —que, de alguna manera, implica el paso de la violencia a la política—, el cultivo de las flores y la preparación cuidada de los alimentos, la poesía lírica y las traducciones. Y dice que la ambición del ensayo es ayudar a saltar el lugar común del “choque” de las civilizaciones.
—En el libro menciona la invasión estadounidense en Irak. ¿Por qué en un mundo globalizado, lo que, finalmente, es el capitalismo llevado a los confines, no se puede evitar la contradicción de las civilizaciones?
—En el caso de Estados Unidos y la guerra de Irak es obvio cómo ha quedado abolida la curialización de los guerreros porque, entre otras cosas, se privatiza la guerra. Para las empresas que hacen la guerra o que están asociadas a los guerreros no existe otra ley más que la del mercado. No puede ser que esa la ley rija los grandes conflictos humanos. No puede ser una cuestión de oferta y demanda y de establecimiento de precios la vara con la que se mida la manera en que hacemos la guerra. Ahí vuelvo a hablar en términos de barbarie: es probable que no haya habido un ejemplo más radical de barbarie en los últimos 25 años que el modo en que Estados Unidos hizo la guerra en Irak y el modo en que esa guerra fue respondida, que dio paso a la monstruosidad del extremismo salafita. Todos conocemos lo que pasó con el Estado Islámico.
—¿Cómo se da la apertura de la civilización islámica cuando no permite la traducción de su gran libro, el Corán?
—Es una característica de la civilización islámica: hay algo intraducible. Pero todo el resto sí lo es, y ellos, en el momento de mayor brillo de la civilización islámica, fueron los mayores traductores del Mediterráneo. Tradujeron a los griegos y cientos de textos de la literatura pagana antigua se salvaron gracias a las traducciones de los árabes. Transmitieron toda esa literatura a la Europa occidental. Y no solo miraban hacia Occidente: gracias a ellos se difundió y se conoció la literatura clásica de la India, que no tiene nada que ver con el Islam. Pero, es lógico, ahora los salafitas no sostienen esta cuestión de la traducción.
—El Estado Islámico está demoliendo estatuas y símbolos: borra la historia.
—En el mundo de la civilización islámica hay un proceso de des-civilización. Entre otras cosas ya no hay curialización de los guerreros. Llevados por la idea de que son el instrumentum dei no existe un orden fuera de hacer la guerra que los pueda contener. Eso es un proceso de des-civilización radical.
—En un punto, y aunque sea incomparable, en la Argentina también suele suceder que aquel llega al poder busca eliminar los símbolos de su antagonista.
—Volvamos al concepto de civilización tal como lo entendía Sarmiento. Seamos sarmientinos o no, es difícil discutir al Facundo como una piedra miliar de la cultura argentina; como lo sería, por otro lado, el poema nacional, el Martín Fierro. Cualquiera que quiera pensar a la Argentina tiene que transitar por ahí. Es una obra monumental en la que aparece el concepto de civilización en franca dialéctica con el de barbarie. Se podría decir que el concepto de civilización viene cargado con su oponente al debate cultural. Vienen de la mano. El libro se llama “Civilización y barbarie”. Es como si fuera una moneda: en una cara está la civilización y en la otra la barbarie. Y es una contraposición, una dialéctica que siempre está. Él lo piensa como un conflicto que nos alimenta, nos da un motivo para discutir, para pelear. A veces uno, sin darse cuenta, pasa de ser un adalid de la civilización a proponer la barbarie: es la cuestión famosa de la grieta.
—La semana previa a que comenzara la cuarentena hicimos una entrevista con Martín Caparrós y él me dijo: “Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. No voy a decir que estamos ante el fin del mundo, pero sí que hay una sensación de cambio de época. Quería preguntarle por esa frase de Caparrós.
—Es una frase muy inteligente, pero no puedo contestarla a boca de jarro. Tengo que pensarlo bastante. Serían como paralelas que se juntan en el infinito. El capitalismo es hasta tal punto el sistema o la formación socioeconómica hegemónica que ocupa los rincones más remotos del planeta. Es difícil pensar en un derrumbe de las formaciones socioeconómicas del capitalismo sin la otra rama paralela, que es la de la destrucción de la humanidad. Yo podría contraponer las posturas claramente optimistas en donde el sistema capitalista no solo debe sino que puede ser superado por formas más justas y más humanas de organización social y económica. No me animo a llamarlas ecologistas, pero hay personas como Maristella Svampa que consideran que la gestión democrática de los problemas del medioambiente son la clave de bóveda de cualquier cosa que queramos construir para el futuro. Es una apuesta a una reflexión superadora del sistema capitalista, que no termina ni con la historia ni con la humanidad. Al contrario, la preserva y garantiza su continuidad.
La estrella de la discordia
En medio de la cuarentena por la pandemia del coronavirus, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires trató de impulsar una medida que, para proteger a los adultos incluidos en el grupo de riesgo, buscaba impedir que salieran de sus casas. La medida finalmente no entró en efecto, pero el día que se dio a conocer la posibilidad, Burucúa hizo una declaración política ineludible al aparecer con una estrella amarilla en su solapa: la estrella que los judíos debían usar durante el nazismo. Un día después, el propio Burucúa dijo que había sido excesivo y pidió perdón públicamente por haberla usado. “Lo mío fue una exageración, un exabrupto”, dice ahora. “Pero en el núcleo de lo que sucedió y en los potenciales que un acto como ese tiene hay enormes riesgos”.
—A casi cien días de comenzada la cuarentena, muchos comparan el control de Villa Azul con el gueto de Varsovia. ¿Qué peligros trae la comparación de las acciones de los gobiernos —de la ciudad, de la provincia y de la nación— con el nazismo?
—Es que hay enormes peligros, no podemos perder esa noción. Cualquier cosa que hagamos tiene una fase luminosa y una fase oscura, y eso es lo que hay que sopesar: de qué lado me pongo. Creo que al principio de la cuarentena era absolutamente necesario que depusiéramos nuestro derecho a la libertad de movimiento para salvar a la sociedad. No tengo dudas. Pero tampoco tengo dudas de que había potencialidades sumamente peligrosas en la delegación de poderes en los mandatarios. Al señalar eso, uno puede exagerar como hice yo —demasiado, tal vez— pero no me parece mal. Al contrario, no es bueno que aceptemos todo sin riesgo de inventario. Usar las metáforas del nazismo no es inmoral. De ninguna manera. Antes que historiador soy ciudadano y antes que ciudadano soy un ser humano. De todas maneras, me arrepiento porque afecté a antiguas víctimas. Se conmemoraba el aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia, lo pasé por alto eso. A esa gente yo le tengo que pedir perdón, pero no sé si a los poderosos.
—¿Quiénes son los poderosos? ¿Los políticos?
—No solo. También los médicos. Si los médicos son quienes dirigen esto —y pareciera que así es— ellos tienen que pensar en el juramento hipocrático: “Primero no dañar”. Lo tienen que pensar aún cuando luchen contra un agente letal como el coronavirus. Es absolutamente escandalosa la manera en que se gestiona el final de la vida de quienes mueren y el proceso posterior del duelo familiar. Nos lleva a un estadio de deshumanización total. Los antropólogos dicen que el proceso de humanización empieza con el entierro de los muertos. No se los abandona, se los asiste en sus últimos momentos y se los entierra. Eso es un trauma social que tiene que ser procesado. No me van a decir que no existen formas de que los hijos acompañen a sus padres sin ponerse en riesgo. Lo que se está haciendo va a tener consecuencias psicosociales devastadoras. No me pueden decir que no hay forma de solucionar eso. Creo que esto forma parte de lo que podríamos llamar la soberbia del conocimiento. Y no soy yo el que habla del tema: ha sido nada menos que Freud. Y acá está el caso de la soberbia médica, que es vergonzosa.
LEER MÁS: