Mientras en redes sociales y discusiones mediáticas se deja entrever que atravesamos la época más secular de la historia, diferentes voces salen al cruce con otro discurso. Uno de ellos es Iván Petrella, quien, lejos de enmarcar a nuestro presente crispado y vertiginoso como un tiempo sin fe, plantea que la influencia de la religión es mucho mayor de lo esperable. Hoy, señala, más del 80% de la población mundial asegura profesar alguna religión.
Conocido por su trayectoria política, Petrella, fue, entre 2015 y 2017, Secretario de Integración Federal y Cooperación Internacional del Ministerio de Cultura, y es el director académico de la Fundación Pensar. Pero mucho antes de comenzar el camino de la gestión pública, ya se había interesado por el estudio de las religiones. De hecho, es doctor en religión por la Universidad de Harvard, donde también obtuvo su maestría.
“Cuando uno está trabajando con funcionarios del extranjero y representantes del Gobierno”, dice ahora en diálogo con Infobae, “tiene como práctica indagar el background de aquellos con los que se va a reunir, porque muchas veces la religión puede ser un tema para considerar. No porque sea algo sobre lo que ir con cuidado, sino porque podría ser algo sobre lo cual se pueda construir. En especial, si tenemos en cuenta que la Argentina, con una mayoría católica, es el país de América latina con mayor número de judíos y musulmanes”.
Petrella, que además se confiesa agnóstico, acaba de publicar Dios en el siglo XXI (Debate), un largo ensayo donde presenta a las cinco religiones más masivas a nivel mundial, y se interroga por la influencia y la presencia de cada una en la cultura.
—¿Por qué un agnóstico se interesa tanto por la religión?
—El creyente cree, el ateo rechaza. Para el agnóstico, en cambio, las preguntas sobre Dios o la vida después de la muerte son centrales. Son las preguntas más importantes para la humanidad, pero no tienen respuestas. Muchas veces el creyente y el ateo se encierran en su propio mundo, en sus propias certezas. El agnóstico, en cambio, está en la búsqueda y está abierto a múltiples respuestas posibles. El agnóstico está interesado en la pregunta de Dios y en las múltiples maneras en que la humanidad ha buscado enmarcar esa pregunta. Y esas múltiples maneras son las religiones.
—¿Por qué la religión, que apunta a la paz y a la superación, termina muchas veces como un territorio de disputa y violencia?
—La religión no necesariamente apunta a la paz y a la superación. Eso me parece falso. La religión es un fenómeno ambiguo. En el cristianismo está Martin Luther King y el movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos, y, al mismo tiempo, el Ku Klux Klan, que se inaugura en Nochebuena porque lo querían enmarcar en el cristianismo. En el Islam hay cientos o miles de imanes que luchan por la paz y buscan la reconciliación, y a la vez están el Estado Islámico y Al Qaeda. Lo mismo en el judaísmo. Hay algo a lo que no se le presta suficiente atención: en los textos sagrados de las religiones de raíz abrahámica hay ejemplos donde Dios legitima y bendice la violencia en su nombre. Lo que sucede es que para cada religión hay distintas teologías, diferentes interpretaciones. La teología viene antes del bien y el mal: es lo que le dice al creyente si su conducta está acorde o no. Por ende, el musulmán que se pone un chaleco bomba lo hace porque se basa en una teología donde ese acto es virtuoso. Las religiones son fenómenos ambiguos que dependen de la interpretación y de la teología.
—En el libro dice que estaba en Nueva York el día que tiraron las Torres Gemelas y que, por la calle, un viejo imán repartía fotocopias con un mensaje del islam como amor. ¿Cómo pueden coincidir los mensajes de paz y de violencia?
—Si hablamos de las tres religiones occidentales, hay una fórmula bastante simple: si cumplís con los mandamientos, Dios te recompensa; si los incumplís, Dios te castiga. Ya en ese esquema de la relación entre Dios y la humanidad, está la amenaza cumplida o latente de la violencia. La idea de la religión como construcción humana no puede escapar de la violencia, porque la violencia es parte central de nuestra humanidad. Durante mucho tiempo, los historiadores del cristianismo decían que la Biblia hebrea era violenta y que Jesús inauguró el amor y la paz. Una y otra vez, cuando Jesús habla de Dios, menciona recompensas y castigos. Jesús también dijo: “No vine a traer la paz, vine a traer la espada”. Hay dos posturas básicas en relación a la religión y la violencia: la más secular dice que la religión lleva a la violencia porque es fundamentalista, la otra es la del creyente que dice que el que mata en nombre de Dios no entendió su propia religión. Yo creo que hay una tercera postura posible, que es más correcta y más sutil, que es la que, a partir de una interpretación intelectualmente honesta de los textos, se permite la violencia en nombre de Dios. El que mata en nombre de Dios está canalizando una interpretación que tiene una base, pero que, claro, no es la base que me gusta a mí o que quisiéramos para la religión.
—¿Qué pasa con el hinduismo y el budismo?
—Lo mismo. La mirada simplista es que las religiones occidentales tienen mayor tendencia a la violencia mientras las orientales son más pacíficas, más pluralistas, más tolerantes. Esa es una mirada bastante típica, pero es equivocada tanto desde los textos como desde la realidad histórica. El Bhagavad Gita habla abiertamente de violencia. Gandhi fue un gran exponente del hinduismo y el pacifismo, y fue asesinado por un hindú fundamentalista que a su vez se consideraba un buen hindú. Muchos de los conflictos que se dan hoy en la India tienen que ver con una tradición del hinduismo fundamentalista que quiere dejar afuera del país a otras religiones; en particular, al Islam, que tiene una población enorme en India. Y con respecto al budismo, hay monjes de Sri Lanka que llaman a la persecución de las minorías religiosas. Es un mundo mucho más complejo de lo que parece a primera vista.
—¿Cómo se puede ser ecuménico desde la idea de sostener una religión?
—Al principio me preguntabas por qué hay violencia si las religiones hablan de paz, y ahora me preguntás cómo logramos que en estas ideas tan violentas haya lugar para la paz.
—Bueno, pero la pregunta inicial tenía que ver con la religión y esta con los religiosos.
—El primer paso es estudiar las religiones. No estamos educados para un mundo religioso. No me refiero solo a personas que no participan de una tradición religiosa, sino también a quienes han sido educados dentro de una tradición religiosa. Conocer sólo una religión deja una laguna de ignorancia sobre cómo viven, piensan y construyen sus mundos otras personas. El déficit que tenemos en educación religiosa es un obstáculo enorme para la construcción de tolerancia, pluralismo y paz.
—En Argentina, la educación pública es laica y desde hace muchísimos años un sector pide por la separación de la Iglesia y el Estado. ¿Cómo se hace para sostener la educación laica y ese reclamo, pero dar, a la vez, el tipo de educación religiosa que plantea?
—Lo que necesitamos es repensar la idea de la educación laica. La idea de educación laica está construida sobre la ignorancia de las religiones. En la práctica, supone que no importa si no sabés nada sobre aquello que motiva a miles de millones de personas en todo el planeta. La educación no se puede construir nunca sobre la ignorancia.
—¿Cómo sería repensar la educación laica?
—Sería no educar una fe, porque no es catequesis, si no en una introducción a las principales religiones del mundo. Insisto: desde una óptica académica. La religión se tiene que estudiar con la misma mirada crítica que se estudia cualquier otro fenómeno que tiene que ver con nuestra humanidad. Nadie dice que para estudiar a Nietzsche, Hegel o Kierkegaard hay que ser muy cuidadoso porque se puede ofender a personas que tienen preferencia sobre otros filósofos. Lo mismo debería pasar con las religiones. Y, de la misma manera, el alumno que va a un colegio católico, judío o musulmán, también debería ser educado en las religiones de las cuales no participa. Me gusta la definición de educación que dijo el filósofo americano John Dewey: la educación es la emancipación del niño del accidente de su herencia cultural, su lugar de nacimiento y su herencia familiar. Es levantar al niño de su contexto y ayudarlo a ver mundos distintos. Y la educación multirreligiosa es una herramienta central para eso. Una presentación académica de las religiones te permite entender y empatizar con lo atractivo que tiene para el creyente. Hay muchos libros que señalan que hoy la educación tiene que trabajar sobre la “flexibilidad cultural”: la capacidad de convivir y trabajar con personas de culturas, creencias y prácticas muy distintas a las de uno. La educación multirreligiosa es parte de la flexibilidad cultural en el siglo XXI.
—¿Cómo influye la figura de Bergoglio en la religión hoy en la Argentina?
—Bergoglio me interesa mucho desde lo académico y lo intelectual. En una vida pasada, como profesor universitario en Estados Unidos, fui un especialista en la Teología de la Liberación. Bergoglio representa la Teología del Pueblo, que es la vertiente argentina. La Teología de la Liberación más clásica nace en la década del 60, estaba conectada con el marxismo y sospechaba de la religiosidad popular. La Teología del Pueblo incorpora al peronismo y tiene a la religiosidad popular como una herramienta de liberación. Bergoglio y los curas villeros son representantes de la Teología del Pueblo. No tengo ninguna duda de que una de las razones por las cuales Bergoglio fue una figura atractiva para el Vaticano y terminó convirtiéndose en Papa, fue porque se buscaba a alguien que pudiera renovar el espíritu de misión que tiene el cristianismo y, en particular, la Iglesia Católica. Atraer adherentes en un momento en que el catolicismo perdía fieles con movimientos evangélicos. Creo que, en ese sentido, su influencia en América latina es menos exitosa que en la Argentina, que se sostiene a través de la Teología del Pueblo y los curas villeros, porque en América latina el catolicismo sigue perdiendo fieles.
—Con Sapiens y luego Homo Deus, Yuval Harari es un intelectual que ha cobrado mucha relevancia en los últimos años. ¿Qué opina de la forma en que él piensa la religión?
—Una de las preguntas centrales que hace Harari es por qué el ser humano conquistó al mundo y no otra especie. La respuesta que da es sumamente interesante pero inverificable. Dice que sólo el ser humano tiene la capacidad de crear o forjar mitos, narrativas, ficciones que permiten cooperar de manera amplia. El dinero y la religión, por ejemplo, permiten cooperar con millones de personas que uno no conoce. Ese argumento lo usé bastante cuando llevaba el programa Argentina 2030 en la Casa Rosada. Cuando daba presentaciones y hablaba de distintas problemáticas, mostraba que, si desde el regreso de la democracia en 1983 y hasta el principio de 2016, la Argentina hubiera crecido como lo hizo Chile, tendríamos el PBI per cápita de Finlandia. Si hubiéramos crecido como Uruguay, tendríamos el PBI per cápita de España. ¿Qué quiere decir eso? Que el problema argentino no es tanto un problema económico, si no que, volviendo a Harari, es la incapacidad de generar las ficciones necesarias para cooperar.
—Harari menciona el dominio del habla como el gran salto cualitativo del ser humano.
—Es un tema interesante que, eventualmente, hay que explorar. Por mucho tiempo, filósofos, sociólogos, científicos han buscado diferenciar al ser humano de otros animales. Hubo una época en que se decía que la diferencia era el uso de herramientas y después vimos que hasta los pulpos las usan. Después se dijo que era la capacidad de razonar y hoy sabemos que hay distintos animales con la habilidad de solucionar problemas. Se dijo que era el idioma: los delfines y las ballenas tienen idiomas. Alguien dijo que lo que nos diferencia es que tenemos ritos alrededor de la muerte, pero ahora se sabe que los elefantes entierran a sus muertos y vuelven a visitar las tumbas. Tal vez lo que nos haga distintos es que seamos el animal que se plantea la pregunta sobre la totalidad de nuestra vida y del cosmos en general. El ser humano sería el único animal que busca la trascendencia y tiene conciencia de eso.
—Nassim Taleb, otro intelectual que analiza cuestiones sociales y políticas, muestra en Jugarse la piel como los pequeños grupos radicales e intolerantes terminan por ganar poder y volverse masivos.
—Eso me acordar a un poema de Yeats, "La segunda venida", que siempre me gustó mucho. En particular los dos últimos versos de la primera estrofa: "Los mejores carecen de toda convicción / mientras que los peores están llenos de una intensidad apasionada". La pequeña minoría violenta y extremista, ante la pasividad de los otros, logra imponer una visión.
—¿Cuál es el rol de la religión en el contexto actual de aislamiento y pandemia?
—Marzo fue el mes de mayor búsqueda en Google de la palabra “plegaria” en los últimos cinco años. Hace poco salió una nota que decía que, desde que empezó la pandemia, el libro más vendido de la Villa 31 es la Biblia. Se sabe que en tiempos de crisis la religiosidad aumenta. En momentos de incertidumbre, las religiones tienen la ventaja comparativa de dar certezas. Y, además, dan consuelo. Como agnóstico, a veces siento cierta envidia hacia el creyente. Incluso, diría, envidio al fundamentalista. Sería bastante reconfortante creer que hay vida más allá de la muerte. Por otro lado, la pandemia aceleró algunas tendencias que ya existían, como reuniones y conglomeraciones religiosas de manera virtual. Es algo que tampoco debería sorprender, porque la religión siempre avanzó de la mano de la tecnología. El protestantismo lo hizo gracias a la imprenta; los primeros movimientos de telepredicadores con el televisor. La incorporación de nuevas tecnologías para dar mensajes religiosos no es ninguna novedad. Y lo último en relación a esto. Salimos a caminar todos los días y no vemos la muerte, la enfermedad y la vejez. Construimos palacios mentales para no ver nuestra mortalidad. Pero hay veces, como en esta pandemia, en que esas paredes no aguantan. Se caen a pedazos. En un punto, hoy estamos como en el origen del busdismo, viviendo lo que vivió Siddhartha cuando salió del palacio por primera vez y lo llevó a su búsqueda espiritual.
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