A comienzos de la década del 90, Fito Páez sacó “El amor después del amor”, uno de los discos más importantes —si no el más importante— de su carrera. Ese álbum traía la canción “Tráfico por Katmandú” en la que el desencanto se hacía presente con diferentes imágenes; una de ellas hacía mención a la victoria de la codicia frente al tratamiento contra el sida: “Prendí la radio y escuché y escuché / 200 chicos mueren hoy sin su AZT”.
Por entonces, el virus de inmunodeficiencia humana —VIH— y el sida eran los grandes terrores de un mundo en pleno proceso de globalización. Pero, poco a poco, habían dejado de ser palabras que se decían en voz baja y que estigmatizaban a quienes llevaban la enfermedad como una segunda condena.
Es que los primeros casos aparecieron en una Argentina en donde la homofobia estaba muy presente y se hablaba del sida como una enfermedad propia de los gays: una forma más de la discriminación. Fue gracias a los avances científicos y a la información que los medios empezaron a divulgar, que no sólo se pudo tomar una dimensión real del peligro, los mecanismos de contagio y los tratamientos, sino que también se desmoronó la “justificación” de plantear la homosexualidad como problema.
En momentos en que una nueva pandemia se ha hecho presente, Paula Andaló acaba de publicar una brillante investigación sobre cómo fue la cobertura periodística sobre el sida en sus comienzos. El virus mediático. Cómo el HIV irrumpió en la prensa y rompió las reglas (IndieLibros) es un ensayo que, como dice el infectólogo Pedro Cahn en el prólogo, “presenta un racconto minucioso de cómo el periodismo argentino trató y ‘des-trató’ esta cuestión”.
En cada capítulo de El virus mediático resuena como un eco profundo la realidad del coronavirus. Analizar cómo fue la información del HIV nos da herramientas fundamentales para comprender los temores, los aciertos y los errores en la comunicación que se da sobre esta nueva enfermedad, a la vez que tomar conciencia de la importancia de las conductas individuales y colectivas que eviten la propagación. “El espejo está ahí”, dice Andaló en el libro, “llámese VIH o COVID-19. Tarde o temprano tendremos que mirarnos sin máscaras. Ojalá nos guste lo que veamos”.
Con más de 25 años en medios de Argentina y Estados Unidos, donde actualmente reside, Paula Andaló se desempeña como editora de medios en español de Kaiser Health News, cuya meta principal es ofrecer información de salud confiable a las comunidades latinas más vulnerables.
A través de una entrevista por correo electrónico, Andaló habló de El virus mediático.
—¿Cómo cambió la percepción del VIH a partir de la cobertura de los medios? ¿Cuánto tiempo se tardó en dejar de hablar de “la peste rosa”?
—Como dicen en el libro mis colegas Nora Bär y Roxana Tabakman, al principio los medios de comunicación reproducían los errores de la ciencia. La ciencia dijo que era un cáncer gay, y eso se informaba. La idea errónea perduró demasiado, aunque ya en 1983 los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos habían informado sobre transmisiones heterosexuales. El miedo no es valiente, y prefiere poner a la enfermedad en los márgenes. Con el tiempo, los mismos médicos, los periodistas, y otras voces poderosas de las organizaciones civiles, de personas con VIH, contribuyeron para crear una mayor conciencia social en derredor del tema.
—En un capítulo menciona el libro Y la banda siguió tocando. ¿En qué medida ese libro y los que siguieron desestigmatizaron (o no) a los homosexuales?
—El VIH aparece en los 80, al menos en el hemisferio occidental, en una época en donde internet no existía en términos masivos, en donde el conocimiento se archivaba en papel, en rollos de entrevistas de TV. Narradores como Randy Shilts, periodista y autor de Y la banda siguió tocando, en el que se basó la película, son los que recogieron los testimonios del momento, el tono en el que se hablaba de la enfermedad, las acciones políticas, y datos muy valiosos sobre la cobertura periodística y el peso que tenía en la toma de decisiones de salud pública. Un estudio que cita Shilts del Philip R. Lee Institute for Health Policy Studies de la Universidad de California, en San Francisco, analizó las diferencias entre las respuestas municipales ante el sida de las ciudades de San Francisco y Nueva York y concluyó que la respuesta de las autoridades fue directamente proporcional a la cobertura de los principales medios de esas ciudades. El movimiento gay de San Francisco es el que toma acción al comienzo de esta epidemia. Libros como el de Shilts lo coloca en el lugar que merecen en la historia.
—¿Por qué enfermedades como el sida o el coronavirus exacerban las posiciones xenófobas?
—Toda condición transmisible causa mucho más miedo que la que no lo es (por ejemplo, el cáncer). La idea de la infección, de la conducta personal asociada con transmitir un virus, o con infectarse, muchas veces es más de lo que la mente humana puede tolerar. La idea de un “chivo expiatorio”, la misma idea antropológica de un “otro” que es el culpable, parece una vía de escape social que algunos necesitan. Llámese gay de San Francisco o habitante de Wuhan, en China, donde se registraron los primeros casos de lo que se llamaría luego COVID-19. Creo, de nuevo, que el miedo es el motor de la xenofobia. Y lo que genera el estigma y la discriminación contra la que hay que seguir luchando.
—En un capítulo analiza cómo fue la cobertura de a partir de las muertes de estrellas de cine y de la música. ¿Qué hubiera sido del VIH y de la búsqueda de una cura sin las muertes de Rock Hudson y Freddy Mercury, por ejemplo?
—Especialmente la muerte de Rock Hudson puso el tema del sida en la mesa de todas las personas, en los Estados Unidos y en el mundo. El Dr. Pedro Cahn cuenta que su primera entrevista sobre el VIH fue por la muerte de Hudson en 1985. El mensaje de la estrella tiene un alcance único. Y, en general, tiene un efecto positivo. Ocurrió con el actor Charlie Sheen. Está documentado cómo aumentó la venta de los kits para pruebas caseras del VIH en los Estados Unidos luego de que contara por TV que era seropositivo. Y cuando Angelina Jolie habló del cáncer de seno, aumentaron las mamografías. Aunque sea un efecto de corto plazo, es eficaz.
—En el libro analiza distintos momentos de la cobertura del VIH en Estados Unidos y Argentina en los diarios de mayor tirada. ¿Qué enseñanzas dejan a periodistas y lectores para interpretar estos momentos de pandemia?
—Como dice Nora Bär, hay que saber navegar la incertidumbre, porque había muchas incertidumbres con el VIH al comienzo de la epidemia, y las hay ahora con el coronavirus. Más preguntas que respuestas. La tensión de los números, los estudios, las falsas noticias, las redes sociales, las fuentes confiables, de nuevo ponen a los periodistas en la cobertura de esta pandemia al borde de un abismo informativo en el que hay que tratar de no caer, igual que en los 80, pero con la diferencia que ahora todo se disemina mucho más rápido y es exponencial. El periodista de salud tiene una responsabilidad primero de estar bien informado, de desmitificar (por favor no se inyecten detergente y explicar por qué) conocer las fuentes apropiadas, consultar a los médicos, repreguntar, y también denunciar (con datos) si es necesario. En salud pública también somos el cuarto poder.
—A lo largo de los días, presidentes como Trump, Bolsonaro y López Obrador, entre otros, dieron informaciones imprecisas y riesgosas sobre el coronavirus. ¿Cómo pueden los periodistas acompañar a los lectores ante estos discursos?
—Hay que dar una explicación racional de por qué lo irracional no sirve. Por ejemplo, si el presidente de Estados Unidos Donald Trump sugiere de manera irresponsable y absurda la posibilidad de una inyección de detergente para tratar a COVID-19, no hay que decir solo que es un disparate. Hay que explicar qué pasaría si el detergente entra en contacto con la sangre. Que es un producto tóxico. Que puede servir para limpiar superficies como una mesada, pero no para “limpiar” al virus del cuerpo. Si al lector/usuario/audiencia se le dijo un disparate, hay que responder con buena información, explicada de manera simple, un antídoto de información contra la desinformación.
—En el momento en que responde estas preguntas, en la Argentina llevamos más de un mes de aislamiento y se prevé que va a extenderse, por lo menos, hasta el 10 de mayo. ¿Es correcta la medida? ¿Se podría pensar una forma de abrir la cuarentena teniendo en cuenta el impacto económico de las clases media y baja?
—La contención de una epidemia a través del distanciamiento social se ha comprobado que funciona, desde aún antes de la pandemia de Gripe Española de 1918. Es un tiempo necesario para que el virus desacelere su avance en una comunidad, los hospitales no se colmen de pacientes, y que el sistema de salud pública del país pueda controlar el brote. También es un tiempo para que la ciencia avance con tratamientos y eventualmente desarrolle una vacuna. Entiendo la angustia por la economía, por el dinero, la pérdida de trabajo, del seguro de salud. Es desesperante. Pero también hay que entender que, si toda la economía reabre masivamente, nadie va a consumir porque todos vamos a estar enfermos.
El virus mediático se consigue en exclusiva por BajaLibros y Leamos.
LEER MÁS