Tamara Tenenbaum: “Pasé años haciendo cosas solo porque eso era lo que les gustaba a los varones”

La escritora que, con el ensayo “El fin del amor”, elaboró una cartografía del amor y el deseo en los jóvenes de 30, habla de su nuevo libro: “Nadie vive tan cerca de nadie” (Emecé/Notanpuän) incluye una decena de relatos que exploran dificultades y claroscuros de las relaciones afectivas.

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Tamara Tenenbaum (foto: Lihueel Althabe)
Tamara Tenenbaum (foto: Lihueel Althabe)

Tamara Tenenbaum es una de las escritoras del momento. Intelectual tan incómoda como brillante, se ha convertido en una referencia de la militancia feminista y en el mascarón de proa de una generación que se mueve en torno a los 30 años e intenta plantear nuevas formas de de pensar y sentir. Es la autora de El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI (Ed. Ariel), un ensayo que generó un pequeño sismo —y un pequeño cisma— entre sus lectores, con el que elaboraba una cartografía del amor y de la complejidad de las relaciones vinculares en la actualidad.

Acaba de publicar Nadie vive tan cerca de nadie (Emecé), con el que ganó el premio Ficciones otorgado por el Ministerio de Cultura en 2018. El libro incluye una serie de relatos que transitan las zonas de aquel ensayo, pero ahora desde con una búsqueda literaria, lo que implica un tipo distinto de exploración. Historias quebradas, hombres enamorados, mujeres que quieren preservarse del dolor, el amor y la muerte como destinos inexorables pero a los que se llega a través de un camino largo y sinuoso.

“Si querés comunicar una idea, si lo que querés decir se puede traducir a un ensayo, entonces que sea un ensayo”, dice Tenenbaum ahora en diálogo con Infobae. “La ficción está para eso que te incomoda y no sabés terminar de decir por qué”. Durante casi una hora de charla, Tenenbaum habló de todo: de los límites de la ficción, de los tipos de participación en el debate feminista, de deseos y miedos, del sexo y el lugar del varón.

Tamara Tenenbaum (Foto: Lihueel Althabe)
Tamara Tenenbaum (Foto: Lihueel Althabe)

¿Por qué tantos cuentos de Nadie vive tan cerca de nadie hablan de la muerte?

—Me interesa mucho la muerte. Mi papá murió cuando yo era muy chiquita. Tenía 5 años, no me acuerdo prácticamente de nada. De hecho, no me acuerdo cuándo me lo contaron.

Sin embargo, en el libro mueren muchas madres.

—Sí, porque el desafío era salir de mí misma. Probar otras voces, otros trajes. Me gusta la forma “vieja” de leer la ficción, del lector que se encariña con un personaje como quien mira una telenovela. La relación con la muerte es algo que me interesa investigar, pero, a la vez, no me animo a trabajarla desde el ensayo. Siento que no tengo nada para decir. Por eso me interesa desde la ficción: para preguntarme. No sé qué es la muerte porque para mí siempre fue una realidad. La gente se acuerda de la primera que vio a un muerto. La primera muerte de la que tuve noticia es una que no recuerdo. Por eso hay varios cuentos en donde se muere gente, pero se lo menciona como algo raro, como de costado.

¿Y el amor? No creo que haya ningún cuento que toque directamente el amor, pero tampoco creo que no haya ninguno que no lo toque.

—En los cuentos, el amor juega el mismo lugar que la muerte. Esa idea que nunca llega a ocupar el centro, pero que está. En general, me interesan más los vínculos inesperados. Me gustan los encuentros donde se arman vínculos que no se saben nombrar porque no se entienden. Tomo mucho de esos vínculos que no existen. En el amor, en el sentido más amplio, también me interesa lo no dicho. Me interesan los vínculos opacos.

¿Esa idea de lo opaco es algo siempre presente en el amor o se da más en esta época en la que “nadie vive tan cerca de nadie”?

—Yo creo que ahora nos importa. Antes la gente convivía cincuenta años con alguien sin saber nada de la otra persona. Aquella frase de “casa grande, casa chica”: imaginate lo poco que se sabía de la pareja que hasta podían tener otra familia sin que el otro lo supiera. Antes no le importaba a nadie, ahora hay una pregunta en relación con eso.

"Nadie vive tan cerca de
"Nadie vive tan cerca de nadie", de Tamara Tenenbaum (Emecé)

¿Qué cambió para que aparezca esta necesidad de conocerse, de entenderse?

—No sé por qué pasó. Creo que hay dos cosas que nos importan más que en otra época: la felicidad y la honestidad. La felicidad es tan importante —hay como una hiperinflación de eso— que, de hecho, hoy casi nadie legitima seguir en un trabajo que no le gusta. Pero la vida no es pura felicidad, no puede serlo. Y, por otro lado, se le pone mucho precio a no ser un careta, a no ser un hipócrita, a que te conozcamos de verdad. Quizá cuando la gente crece, entiende que la vida es mucho más difícil. En mi generación ya aprendimos que decir siempre la verdad es difícil, y que cambiar el mundo también requiere de muchas mentiras. Quizá es una cosa de la juventud y de la generación. Pero la honestidad importa mucho y, entonces, esa imposibilidad radical de conocer al otro nos duele más.

Algo llamativo de los cuentos es cómo los varones tienen un lugar “femenino”. Lo digo con una categoría que no sé si es correcta.

—Es gracioso que los únicos enamorados del libro sean varones. Si hubiera hecho una chica tan enamorada como el chico del cuento “Otro instrumento” me habría resultado paródico. Quizá se pueda hacer, pero yo no puedo. Me identifico más con la chica del cuento en donde la madre se suicida y ella va por la vida tratando de que las cosas no le afecten. Pero eso tiene que ver conmigo, con mi manera de entender la feminidad, que ni siquiera tiene que ver con la forma tradicional. Los personajes varones me permitían explorar una zona mucho más cursi. Y me gustó, Los varones pueden ser así.

Somos así.

—¡Claro! De hecho, muchos varones me dijeron que se sentían representados. La idea del adolescente que sólo quiere acostarse y no se enamora de nadie no es verdadera. En la adolescencia todos nos enamoramos como idiotas.

¿Pero, entonces, por qué cuando uno está mal o está pasando por un duelo, no lo demuestra? ¿Por qué a los hombres nos cuesta tanto mostrar nuestra angustia?

—Es una performance. Por estos días estoy traduciendo el libro de una feminista india y ella cita a Judith Butler, que dice que lo peor de la performance es que nunca termina. La performance de género nunca se acaba. Y cuando Butler dice “performance” no piensa en que hay una profundidad y hay una superficie: la performance es lo único. No hay una verdad detrás. No sé cómo se rompe eso. Ser varón debe ser muy difícil, lo pienso como una experiencia ajena que no atravesé. Yo pienso cómo se destraban cosas con mis amigas, pero tuvimos la ayuda de una discusión pública que nos permitió decir ciertas cosas.

Tamara Tenenbaum (Foto :Lihueel Althabe)
Tamara Tenenbaum (Foto :Lihueel Althabe)

Hay una canción de Charly García que dice: “Los chicos tienen un lugar donde viven esas cosas que asombran, las chicas tienen un lugar donde ir a conversar”.

—Eso está muy estudiado: los varones tienen amistades codo a codo y las mujeres cara a cara. Los varones se juntan para hacer algo; nosotras nos encontramos para tomar un café. Algo que empecé a notar, y me parece bien, es que, cada vez más, los varones se animan a ir con un amigo a comer a lugares lindos. Antes no pasaba. Me acuerdo que hace unos años le dije a un amigo que fuéramos a comer a un lugar re lindo y me dijo: “No voy a gastar plata con vos, comamos una pizza”. La idea de sentarnos a tomar un vino y charlar me parecía un planazo, pero a él no. Pero una vez que a un varón se le habilita la instancia del diálogo, no te deja de hablar más. Una vez que les abrís un espacio para que te cuenten sus cosas no te suelta más el teléfono.

Tal vez tenga que ver con algo que decís en El fin del amor, donde señalás que en las novelas se cuenta que primero viene el amor y después el sexo, pero que, en realidad, en la vida primero viene el sexo y después el amor.

—Hace unos días salió el tema de las relaciones entre docentes y alumnos en la UNSAM. Yo estoy a favor de no prohibirlas, aunque creo que lo mejor sería esperar a que se termine la cursada. Me daban gracia los comentarios que decían: “Bueno, pero si dos personas se enamoran...” ¡Chicos, no tenemos 15 años! Nadie se enamora antes de coger, no existe eso. ¿En qué mundo viven: en el de Ana Karenina? Ni siquiera Ana Karenina se enamora antes de coger. Ana Karenina se enamora mucho después de coger. No me mientan. Lo que pasa, en realidad, es que yo no sé cómo era el mundo de las novelas decimonónicas afuera de las novelas decimonónicas. Pero tengo la sensación de que esa idea siempre fue una ficción.

¿Cómo se vive el amor en tiempos de virus?

—Imaginate una pareja en cuarentena que durante quince días no puede salir. Es una comedia romántica terrible, es “La guerra de los Roses”. Mi novio y yo nos llevamos re bien, pero quince días encerrados, no sé. No sé qué va a pasar con la gente que está en la cacería total, los que están súper solteros. Si yo estuviera en esa, no pararía. Prefiero moverme de coger que de no coger.

¿No es un poco agotador salir a ver si te acostás?

—Para mí son épocas. Tuve meses donde no pasaba nada y otros en donde tenía toda la energía puesta ahí. Hay gente que se lamenta cuando pasa la fase inicial de la pareja y empiezan a coger un poco menos. ¿Chicos, no quieren escribir, trabajar, no tienen otras cosas que hacer? Yo no puedo estar toda la vida como en esos primeros seis meses. Es muy absorbente estar en la plenitud del enamoramiento.

Tamara Tenenbaum (Foto: Lihueel Althabe)
Tamara Tenenbaum (Foto: Lihueel Althabe)

¿Cómo es tu idea de futuro?

—Siempre pensé que tenía que ver con la idea de proyecto de familia. Yo veo a muchas amigas que están aliviadas por haber tenido hijos. Como un deseo cumplido. “Qué bueno, ahora puedo hacer lo que yo quiera, incluso acostarme con alguien con quien no tendría hijos”.

A mí me gusta la idea de conocer a alguien con quien pensar veinte años juntos.

—¡Es que vos creés en eso todavía! ¡Es muy hermoso! Es muy de otra época. Veinte años es muchísimo tiempo. Yo pienso bastante en el futuro cercano. Me importa más el presente que el futuro. Siempre digo que soy una persona feliz y que tengo una vida muy buena. Recién ahora empecé a pensar en la muerte. Tal vez porque creo que cuando sea vieja ya no va a existir la ANSES y no van a existir más las jubilaciones. Cuando pienso en el futuro pienso en cómo voy a financiar mi jubilación.

¿Cuál es tu miedo más grande?

—No soy una persona miedosa. Quizá parte de lo que me pasaba con este libro era la necesidad de explorar cosas que no forman del todo parte de mi persona, pero que de algún lado las saco. Quería elegir personajes que me permitieran decir: “Vamos a sentir este miedo por un rato”.

Juan Martini decía que toda escritura es autobiográfica.

—Estoy de acuerdo. No sé qué piensan los escritores que dicen que no sacan cosas de su vida. ¿De dónde las sacan? ¿De qué vida hablan? Yo creo que tengo mil vidas, pero también son las vidas que imagino. Y esas vidas que imagino salen de mí. En términos de pareja, creo que daría miedo quedarme en algo que no me gusta. Estar tan en la mía de no darme cuenta de que me tengo que ir de una pareja que no da para más.

"El fin del amor", de
"El fin del amor", de Tamara Tenenbaum (Crédito: Santiago Saferstein)

Qué hubiesen dicho tus personajes de haber leído El fin del amor.

—No sé... Una cosa que me interesa es que mis personajes no sean necesariamente feministas. Tampoco machistas. Sí creo que les pasan cosas atravesadas por la condición de género que tienen.

En El fin del amor se te puede ver como a una persona más bien desapegada, pero feliz. Los personajes de Nadie vive tan cerca de nadie también son desapegados, pero un poco más torturados. ¿Qué hay que hacer para perder esa condición de desapego?

—Si lo supiera, ya lo habría hecho. El libro de cuentos me ayudó a explorar qué es lo que me incomoda de mi propia personalidad, qué es lo que me incomoda de mi propio desapego. Yo soy muy solitaria. Me gusta estar sola, pero evidentemente en algún nivel me hace ruido. Me pregunto mucho qué tengo que hacer con mi historia de vida, con lo que soy y lo que tengo que cambiar. Esas emociones no me sirven para un ensayo porque no las entiendo. Pero las investigo en la ficción.

Con respecto a la militancia feminista hay una idea que gira en torno al sexo, al que se lo toma como arma y bandera. Pienso en el subtítulo de tu ensayo, pero también en el libro de María del Mar, en los testimonios que compila Mercedes Funes, en los libros de varias otras mujeres. De alguna manera, la “joven feminista” es una mujer que no solo no oculta que disfruta del sexo sino que tiene que ponerlo bien adelante, y que si alguien se molesta, peor para él.

—Yo trato de estar un poco lejos de esa reivindicación. También es una imposición. Me pregunto hasta dónde ser una feminista “cogedora” es mucho más agradable para el lector que ser la feminista “anticogedora”. Hay que poner el tema en cuestión. Hasta dónde la performance sencillamente me resulta divertida porque le resulta divertida a los varones. Yo recuerdo lo que implicó darme cuenta del poder que tenía sobre los varones; que encima es algo que te das cuenta a los 15, cuando ese poder es más grande. Y pasé años haciendo cosas solo porque eso era lo que les gustaba a los varones. Te trastorna mucho. No sólo hablo del sexo. Por ejemplo, las primeras veces que me drogué —después lo seguí haciendo y lo reivindico— lo hice con tipos más grandes a los que les quería mostrar que era un encanto. El tema de mostrarse como “cogedora” también.

La imagen del hombre siempre dispuesto a acostarse con cualquier mujer quedó un poco empastada, estereotipada. Pero, de repente, hoy es una imagen que imponen las mujeres.

—Puede ser. Pero creo que hay que correrse de esa normatividad. Tiene que haber una forma de disfrutar del sexo que no sea usurpar la forma que inventaron los varones. Pienso que en mi generación ya no se usaba decirle “puta” a la que cogía mucho. Al contrario, todas teníamos miedo a ser la última virgen del curso. Pero también hay una edad en donde ya es medio patético. Coger no es lo más importante del mundo y todas las personas que llegamos a cierta edad lo sabemos.

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