Para muchos, la noche del 14 de febrero de 1988 quedará marcada en la historia. Carlos Monzón pasaba las últimos días de sus vacaciones en Mar del Plata en la casa de un amigo, cuando la llegada de su exmujer desencadenó en él una violencia inusitada. Hoy, la muerte de Alicia Muñiz estaría claramente enmarcada bajo la figura del femicidio; en aquel entonces, hace más de 30 años, todavía no se hablaba en esos términos.
Monzón había sido el gran campeón de box que había brillado en la década del 70 con victorias inigualables. Era un ícono del deporte argentino, pero era todavía algo más: un ícono de la Argentina. “Al campeón”, escribe Marilé Staiolo en el prólogo de Monzón. Secreto de sumario, “no se le negaba nada: conoció lo mejor del mundo y durante los siete años de reinado (1970-1977), su vida fue un tsunami de mujeres y placeres. También lo fue de fuertes dolores en sus manos después de cada pelea. Cuando colgó los guantes llegaron los días vacíos, las noches de boliches y, siempre, el alcohol. Nunca encontró el camino”.
En el momento del asesinato, Staiolo trabajaba en Radio Continental y siguió el caso bien de cerca: viajó a la ciudad, se entrevistó con jueces, fiscales, abogados, peritos. De aquellas largas jornadas le quedó la sensación de que había mucho más por conocer y así nació el libro que se construyó como una biografía, pero también como la investigación del asesinato que conmocionó al país.
El libro que dio origen a la serie de televisión que cautivó a millones de personas se publica ahora por IndieLibros en una versión corregida y aumentada, que aporta nuevos datos e incluye la sentencia judicial. Monzón, Secreto de sumario sale en exclusiva por la plataforma Leamos.
Grandes Libros habló con la autora.
—¿Por qué Monzón vuelve a ser noticia?
—Fue a partir de la serie, obviamente. Siempre dije que la vida de Monzón, sin agregar ni quitar nada, era para una película. Lo tenía absolutamente todo. Así pasó: nos reunimos muchas veces con la productora y compraron los derechos para hacer la serie.
—Monzón era un ícono del deporte, pero también, como dice en el prólogo, fue un femicida.
—Hoy Monzón hubiese sido condenado a cadena perpetua. El código penal cambió. Pero siento que, a pesar de los cambios, sigue habiendo muchas Alicias Muñiz. Y muchos Carlos Monzón. Como deportista, con disciplina, esfuerzo y sacrificio —no hay que olvidar que venía de una infancia de muchas carencias y de hecho sufría raquitismo—, logró lo que logró. Los que saben dicen que no tenía un estilo muy virtuoso, pero que aniquilaba a los rivales. Pero, al mismo tiempo, eso no aplacó su furia interna. No podía disimular la violencia. Yo tengo una teoría, que tal vez es para la polémica, pero no fue el típico golpeador de mujeres: él golpeaba. La violencia era innata en él. Se ha peleado con fotógrafos, con mozos. No distinguía a la hora de ser violento.
—¿En la cárcel también fue violento?
—En la cárcel lo pasó mal. Le costó mucho adaptarse a esa vida. Pasó por situaciones muy desagradables, muy difíciles incluso para su integridad física. Su furia hacía que fuera un personaje casi intratable. En Santa Fe llegaron a declararlo persona no grata. Pero también cuento en el libro cómo lo buscaban, cómo lo provocaban: una vez que fue campeón, tener un enfrentamiento con Monzón significaba dinero en un reclamo judicial.
—Hay una relación con Monzón —que es la misma que se podría pensar con Maradona y otras estrellas del deporte internacional—, donde la sociedad lo pone en el lugar de un dios y luego lo deja caer.
—Los destruye, sí. Pero no creo que fuera el caso de Monzón. No fue un boxeador querido.
—Yo recuerdo cada pelea de Monzón como un gran evento.
—Sí, claro. Pero Monzón despertaba admiración, no simpatía. Es otro tipo de sentimiento. De hecho, quienes han estado cerca de él dicen que era alguien que no quería ser querido. Permanentemente rechazaba al que tenía al lado.
—¿En qué momento Monzón deja de ser un “deportista” y se vuelve un “ídolo”?
—Con la victoria ante Nino Benvenuti. Monzón ganaba a nivel nacional, pero no se le daba la oportunidad de tener una gran pelea en Europa. Entonces logran organizar esa pelea en noviembre de 1970. Todos iban con muy poca expectativa; el único convencido que ese iba a ser el gran paso era él. Por eso, cuando salen de Ezeiza hay poquísima gente alrededor de ellos. Y cuando vuelven no lo podían creer. Después vino la revancha y después hizo una o dos peleas por año. Y durante siete años, las ganó absolutamente todas. En el medio, la vorágine. Lo tuvo todo, absolutamente todo. Su nombre iba creciendo acá y fue muy famoso en Europa. En Francia e Italia era un ídolo. Pasó por todos los escenarios del mundo. Había princesas y mujeres del jetset que querían conocerlo. Entiendo que para él ha sido muy difícil manejar todo eso.
—¿Susana Giménez fue positiva en la vida de Monzón?
—Fue lo mejor que le pasó en la vida. Susana hizo muchísimo por él. Desde cómo vestirse y comportarse, hasta cómo relacionarse mejor con los demás. Susana es una maestra en eso, e intentó enseñarle muchísimo.
—¿Por qué en la nueva edición incluye la sentencia del juicio?
—Después de conocer y de indagar, la sentencia no me satisfizo. Faltó mucho por investigar. Está bien que Monzón se cerró; me consta que la Defensa le decía que no declarase. Él, en sus ganas de demostrar que seguía siendo el campeón, dijo: “Le digo todo al comisario y me voy a mi casa”. De alguna manera intentaba que los demás creyeran su relato. Pero nunca me cerró el relato de Monzón.
—¿Y el del cartonero Báez, aquel testigo que apareció en medio del juicio?
—¡Menos! Discrepé muchísimo con el fiscal Pelliza, porque él sí le creyó a Báez. A mí no me cerraba el desarrollo que Monzón hacía de los acontecimientos. Tampoco estoy de acuerdo con el último capítulo de la serie, que muestra una pelea muy desbordada, con ruidos y cosas rotas, con insultos y gritos. Nada de todo eso pudo haber pasado porque había dos niños durmiendo en esa casa y yo, que conocí la casa, puedo asegurar que los espacios eran muy estrechos. Nunca se pudo haber desarrollado semejante escándalo con los niños allí. Sí creo que hubo una discusión, que algo pasó que a Monzón no le gustó, y que lamentablemente desembocó toda su furia en Alicia. Monzón provocó la muerte de Alicia: provocó la tragedia que desencadenó la muerte de Alicia. Pero hay varias preguntas que todavía me hago.
—Por ejemplo, si estaban solos en la casa.
—En el libro hay testimonios, pero, como no lo tengo comprobado, no puedo dar nombres. No tiene que ver con que hayan participado, pero sí el haber ayudado después. Pero hay más interrogantes: ¿por qué fue Alicia a Mar del Plata ese fin de semana? No había absolutamente nada que justificara el viaje. Monzón le iba a devolver a Maxi, el hijo en común, el lunes porque empezaba las clases. En noviembre, ella ya había hecho una denuncia contra él por violencia, por invasión de domicilio. La verdad se la llevaron a la tumba los dos. Por eso no me cierra ni la investigación de la Justicia ni la escena de la serie. Qué pudo haber pasado, qué pudo haber dicho Alicia para desencadenar semejante furia.
—Pero no justifica la violencia de Monzón.
—No, para nada. Jamás voy a justificarlo. Trato de entender. Lamentablemente sigue habiendo muchas Alicias que no pueden, no saben, no quieren abandonar esa situación y dejar al golpeador. Si bien es verdad que la legislación ha avanzado y la sociedad acompaña a las mujeres que se deciden, también siento que estamos muy lejos de achicar el número de víctimas. Y ahí, para mí, la culpa la tienen los jueces. Las instituciones se están quedando atrás. Lejos de una realidad que nos golpea cada día.
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