Una lección de periodismo. Así es como se lee Redacciones. La profesión va por dentro, el libro de memorias de Carlos Ulanovsky. Publicado originalmente hace casi diez años —y actualmente inconseguible, salvo por algunos ejemplares ofrecidos en internet a precios irrisorios—, acaba de reeditarse por IndieLibros en formato digital. Esta nueva versión, corregida y actualizada, está disponible en exclusiva desde la plataforma Leamos.
A lo largo de cincuenta y tantos años, Ulanovsky formó parte de los medios más paradigmáticos de la Argentina. En su currículum aparecen, entre otros: Confirmado, La Opinión, Clarín, Satiricón, El Porteño, La Maga. A eso hay que sumarle, por supuesto, su larga trayectoria en radio. Ulanovsky es un animal de los medios.
Para quienes leyeron algunos de sus libros anteriores —como Días de radio, Paren las rotativas o Estamos en el aire—, Redacciones va en esa línea, aunque con una primera persona presente y cercana. Es el libro de memorias de un periodista, pero también el de toda una generación. Por estas páginas pasan, como actores principales y de reparto, desde Rodolfo Terragno —amigo de la infancia y con quien fundó una revista a los quince años— hasta Jacobo Timerman, desde Bernardo Neustadt hasta Enrique Raab, desde Ernesto Tiffenberg hasta Nora Veiras.
“No tengo título universitario y lo lamento”, dice Ulanovsky en diálogo con Infobae. “Es una parte importante de la formación de la que carezco o carecí. Pero siempre digo que cada libro que hice es una materia que di”. Podría decirse, entonces, que Redacciones es su materia número veintiocho.
—Hay una frase al inicio del libro que dice “El periodista no miente, crea”. ¿Podemos comenzar por ahí?
—Desde los años 60 y 70, cuando se instaló para siempre el nuevo periodismo, la tarea de los periodistas es recrear la realidad a partir de datos concretos. No mentís, pero das tu propia versión de los hechos. No me parece que esté mal.
—¿Algo así como “No existen los hechos, sólo las interpretaciones”?
—Yo soy de la época en que estaba muy penado mentir. A partir del auge de la crónica se han descubierto casos de muchísimos periodistas que mintieron y eso está mal. En el periodismo hay que decir la verdad, pero cuál es la verdad y cuáles son los hechos. Yo realmente creo que, sin mentir, uno puede ofrecer su verdad.
—En los años 70 tuvo que exiliarse: ¿cómo se dice una verdad sabiendo que decirla es peligroso?
—Sí, los periodistas pueden ser asesinados por defender una verdad. Eso, desde luego, ha ocurrido centenares de veces en la Argentina. Montones de compañeros fueron víctimas. Pero si el periodista tiene la posibilidad de decir algo y no lo dice, es como si tuviera una pequeña muerte. Y si reiterás ocultamientos, te convertís en un tipo débil. Te convertís en un operador. Lo que también sé es que los periodistas sabemos mucho más de lo que publicamos. No leemos todo lo que hay. Hay un montón de informaciones que, de un modo arbitrario, alguien por su jerarquía, determina que es necesario o interesante o imprescindible, y eso es lo que nosotros leemos. Ni hablar de lo que los diarios se han convertido en esta última década.
—Pero los periodistas que trabajan en un medio no necesariamente lo representan.
—Eso es muy interesante. Eso que a nosotros, los periodistas viejos, nos costó una enormidad darnos cuenta, a los jóvenes no les pasa. Hace poco publiqué otro libro que se llama En otras palabras. 35 periodistas jóvenes entre la grieta y la precarización. Muchos de ellos me mostraron que no son la empresa en la que trabajan. Es muy bueno que lo tengan tan claro.
—¿Pero es algo que se ve en la calle? Recuerdo el escrache a la notera de TN el día de la presentación de Cristina en la Feria del Libro. Y, por otro lado, muchos periodistas vinculados al kirchnerismo vivieron cuatro años de ostracismo.
—Yo me refiero a los que chicos y chicas que trabajan en las empresas. La chica de TN, que sufrió una agresión lamentable, seguramente adentro de TN no es la empresa, no es Magnetto.
—Volviendo al exilio, ¿en qué momento se dio cuenta de que tenía que irse del país?
—En el 74, Mario Mactas y yo éramos los subdirectores de Satiricón, que era una revista de humor satírico, y empezaron a aparecer algunas revistas de ultraderecha, coincidente con la formación de la Triple A. Había una en especial, que se llamaba El Caudillo. En el primer número aparecimos con nombre propio. El editorial se llamaba “El mejor enemigo es el enemigo muerto”. Yo vivía en Larrea al 100. Cualquier ruido a la noche me daba la impresión de que venían a buscarme. Encima en octubre, Isabelita clausuró Satiricón y me quedé colgado de la brocha. Recién empezaba una pareja, teníamos un pasaje que nos había regalado el dueño de la revista y dije “Nos vamos”. Me fui por el miedo irrefrenable y la sensación cabal de que me iban a matar como habían matado a mi amigo Barraza. Y, por otro lado, para qué negarlo, yo estaba del lado de los montoneros. Yo también creía que había muertos buenos y muertos malos, y creía que la violencia era necesaria, que iba a generar un mundo nuevo. Y la verdad que no es así.
Medio siglo aprendiendo
—¿A quién considera sus maestros?
—Tuve un montón de maestros y tuve suerte. Llegué un día a una redacción y conocí a Pancho Loiácono, que me dijo tres o cuatro cosas fundamentales. Me dijo “¿Tenés ideas?", y a mí me agarró la clásica paranoia de los jóvenes: si daba mis ideas, por ahí otro se las apropiaba. “No hay ningún problema”, me dijo, “se te van a ocurrir otras”. Y así fue: las ideas circulan. Enrique Raab me sentaba en la escalera de Abril y me aconsejaba cómo reordenar los párrafos de una nota. Incluso un tipo jodido como Timerman, que era un cabrón, también fue un maestro. Te rompía notas en la cara. Un día en La Opinión me dijo “Todo lo que escribís es estúpido y banal”. Nunca me olvidé de esa frase. ¡Cómo remonto eso! Bueno, lo remonté. Para redondear el tema, en un momento dado sentí que no tenía un sustento intelectual demasiado trabajado y consulté con un montón de gente qué libros leer. Ahí también hay una parte de los maestros accidentales que tuve: los libros. Cuando leí El arte de amar y El miedo a la libertad de Fromm me volví loco. Toda la vida les transmití a mis hijas y a mis alumnos que la lectura te amplía la cabeza, el vocabulario.
—¿Es muy diferente cuando trabaja en gráfica y en radio?
—Ahora me parece que soy igual. Pero tuve que aprender cómo es la radio. En la gráfica uno expande y en la radio tiene que sintetizar.
—Hubiera pensado que era al revés.
—No, en la radio hay que hacer todo en parrafadas que no duren más de dos minutos. También existe esa superstición de que si hacés algo demasiado largo, la gente se espanta y se distrae.
—¿Se puede ser optimista con el futuro de los medios de comunicación?
—En un capítulo del libro de entrevistas con los 35 periodistas jóvenes les pido que mencionen colegas cuyos trabajos les parezcan interesantes: mencionaron más de 300. Eso me da esperanza de que pronto el periodismo argentino va a cambiar. Me parece que hay montones de chicas y chicos que están trabajando muy bien. El problema en el que todos coincidieron es la precarización: todos son víctimas de la precarización. Hay algunos que, con un camino hecho y con hasta cinco o seis trabajos, no les alcanza para vivir.
—¿Es algo sobre lo que tienen que dar cuenta los medios o es algo que debe cambiar en la profesión?
—Yo creo que hubo un montón de irresponsables y de inescrupulosos que se metieron en los medios para generar poder. Para estar cerca y sacar la mayor cantidad de ventajas. El caso emblemático es el de Szpolski. Lo único que le importaba era el negocio. El futuro del periodismo no depende sólo de la pauta, pero es importante que montones de medios chicos tengan el apoyo que había previsto la Ley de Medios y que nunca se concretó. Hoy, el gran tema del momento son los medios apoyados por sus suscriptores. “Si le interesa este medio, apóyenos”: ahí están Página, El Cohete, Nuestras Voces, Tiempo Argentino. Google acaba de reconocer la calidad de la estrategia de Tiempo Argentino para conseguir miembros adherentes, y eso es plata para la cooperativa.
De cara al futuro
—¿Qué valora en una nota?
—Agradezco las historias bien contadas. Los personajes diferentes. Lo emotivo, que no abunda. Cada vez que veo una nota atractiva llamo a quien la escribió, lo conozca o no. Creo que es algo que hay que hacer, un estímulo que hay que ofrecer. Otro tema interesante que aprendí en el libro de los periodistas jóvenes es que ninguno de ellos se priva de admitir que hablan desde un determinado lugar. Y eso también a nosotros, los más viejos, nos costó mucho. Fuimos víctimas del mito de la objetividad y hoy ya hay sobradas pruebas de que la objetividad no existe.
—¿De qué se arrepiente? ¿Hubo algo que no debió haber hecho?
—Sí, de muchas cosas. Varias las cuento en el libro. Trabajé en La Red, con el Cholo Gómez Castañón. Y al renovar el contrato me dijeron que, si quería ganar más, tenía que ser columnista de Mariano Grondona. Tendría que haberles dicho que no, pero dije que sí. También fue por una cosa de periodista omnipotente. A los dos meses me quería matar. Por suerte, se cruzó la posibilidad de escribir Paren las rotativas y dije que me iba porque me acababan de contratar ese libro. Era cierto, pero me vino bien la excusa. De eso me arrepiento muchísimo. Después, cuando dejé TEA, donde estuve 10 años, Escribano me llamó para ir a La Nación. Hice un montón de cosas que tenía ganas de hacer y, vaya a saber por qué, en un momento dado propuse hacer política. Todas esas notas fueron muy malas. No llegué al fondo. Por ejemplo, le hice una nota a De la Rúa antes de que fuera presidente. Me pareció un personaje detestable. Un huraño maltratador de toda la gente que tenía alrededor. ¡Encima, lo voté! Todas esas notas, que deben ser ocho o diez, integran el lote de notas vergonzosas.
—¿Le diría a sus nietos que estudien periodismo?
—Sí, claro, pero no van a ser periodistas.
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