Es el año 2035 y el detective Del Spooner investiga la muerte del Dr. Lanning, un eminente ingeniero en robótica. El principal sospechoso es justamente un robot, que prefiere ser tratado como algo más que un producto fabricado en serie, y pide que le digan Sonny. Spooner, con un desagrado especial por estas máquinas, lo mete en una sala de interrogatorios: hablan de Lanning, pero también de simulaciones, sentimientos, del concepto de la vida y la inteligencia. “¿Puede un robot escribir una sinfonía? ¿Puede un robot convertir un lienzo en una obra de arte?”, le dice. “¿Puede usted?”, responde Sonny.
El contrapunto de “Yo robot” es una de las grandes escenas del cine y de la literatura que abordan la relación entre hombre y máquina, entre sensatez y sentimientos, entre arte e inteligencia artificial. Pero la fusión que hasta hace años era una utopía, hoy parece estar más cerca que nunca.
Volver al futuro
Mercedes Ezquiaga es una periodista cultural de vasta trayectoria. Autora de dos libros capitales de divulgación, Todo lo que necesitás saber sobre arte argentino y Todo lo que necesitás saber sobre Leonardo Da Vinci en el Siglo XXI —este último en coautoría con Héctor Pavón—, acaba de publicar un nuevo título: Será del arte el futuro sale en formato digital por IndieLibros y se consigue en exclusiva a través de la plataforma Leamos.
En este nuevo libro, Ezquiaga analiza la relación que hay entre arte, ciencia y tecnología a partir del trabajo de las personalidades más destacadas del ambiente artístico contemporáneo. De qué manera los artistas influyen en las otras disciplinas, de qué manera las otras disciplinas influyen en ellos. “Hay un debate en torno a la ciencia que pasa por determinar si las ideas están al servicio de la ciencia o si la ciencia está al servicio de las ideas”, dice Ezquiaga, ahora, en diálogo con Infobae. “Yo creo que la ciencia está al servicio de las ideas, no puede ser de otra manera. Y cuando el arte confluye con estas disciplinas tiene la capacidad de provocar cambios. Puede sonar a frase trillada, pero el arte abre caminos para otros.”
Arte y ciencia son, en última instancia, maneras de entender el mundo, y el libro muestra cómo la comunicación entre estos relatos es un péndulo. Entonces, Ezquiaga habla con la astrofísica Dawn Gelino, responsable de la investigación de la NASA que busca vida en exoplanetas, y luego remite el trabajo del colectivo turco Ouchhh, quienes, a partir de la información obtenida de un satélite que viajó nueve años en el espacio, combinan inteligencia artificial y Big Data, y devuelven imágenes en una obra de arte de quince toneladas. También en relación a la NASA pero ahora en la dirección inversa, Ezquiaga menciona la labor de Tomás Saraceno, el artista argentino que, basándose en el comportamiento de ciertas arañas, se convirtió en un referente para la investigación que permitiría volar sin quemar fósiles.
El arte como laboratorio
Los proyectos del arte del futuro —que a veces son digitales, a veces materiales y casi siempre gigantescos— expanden los límites de la experiencia. “En general”, dice Ezquiaga, “lo virtual tiene más interacción que una pintura, una escultura o una fotografía, que no se pueden tocar. Es un tipo de arte que involucra a las personas. En el MORI Building, el museo de 10.000 metros cuadrados de Tokio, las obras son proyecciones, pantallas y lámparas gigantes, que cambian a medida que uno mueve la mano o camina por el espacio. Parece algo medio naíf, pero habla del involucramiento y la interacción con otros, que, en definitiva, es un poco lo que planteo en el libro: cómo, cuando nos juntamos con alguien de la ciencia, de la literatura, de la tecnología, del arte, podemos hacer algo mucho más potente que tomando una disciplina indivdual.”
—¿Por qué lo virtual requiere de espacios tan amplios? ¿Por qué la virtualidad, que finalmente puede comprimirse al tamaño de un teléfono, necesita ser tan grande cuando se vuelve un hecho artístico?
—¿Y cuántos metros tiene el Museo Nacional de Bellas artes? Yo no sé si necesita tanto espacio. Uno de los capítulos, por ejemplo, está dedicado a Rob Anders, CEO de Niio, que es una aplicación que plantea cómo vamos a coleccionar arte en el futuro. El arte va a estar mucho más a mano y todos vamos a poder pagarlo. Y va a estar tu celular. Pero en realidad, lo que vas a hacer es sincronizar el celular con una pantalla en la pared.
—La relación del arte con otras disciplinas es algo que te interesa, creo, incluso desde antes de que escribieras el libro sobre Da Vinci.
—Este libro tiene mucho que ver con haber escrito el de Da Vinci. De hecho, arranco con una cita de Leonardo. Me encantó hacer ese libro, lo quiero mucho. Descubrí muchas cosas. Da Vinci es el precursor de todo esto. Pero mientras ahora se juntan diferentes personas en un mismo proyecto, él hace quinientos años lo hizo solo.
El viaje como un hecho artístico
Si se piensa en viajes espaciales, el primer nombre que aparece es el de Elon Musk. Pero no por ser el más famoso es el único: Yusaku Maezawa es un coleccionista y empresario japonés que tiene el plan de llevar a un grupo de artistas a la luna en 2023, para que se inspiren y realicen nuevas obras de arte. Después de muchos intentos, Ezquiaga consiguió hablar con el inaccesible Maezawa, quien le explicó la ambición del proyecto: “Me gustaría encontrar artistas que compartan mi visión de buscar la paz mundial y que tengan un fuerte deseo de mejorar el mundo a través de la creatividad. Las obras que ellos crearán, espero, van a inspirar a ese soñador que todos llevamos dentro.”
Pero mientras un magnate japonés busca el arte fuera de la Tierra, un colectivo francés piensa en el arte fuera de la mano humana. En 2018, la galería Sotheby’s remató el retrato de Edmond Belamy que los Obviuos “pintaron” a través de algoritmos. El cuadro se vendió en casi medio millón de dólares.
Escribir en coautoría con la inteligencia artificial
Teniendo la premisa de Obvious como norte, el siguiente paso de Ezquiaga fue subir la apuesta y continuar el libro con la firma de una máquina. No hay en español otra experiencia como esta.
Lucía Funes —que en su nombre combina a la Maga de Cortázar y la memoria de Borges— fue cómo Ezquiaga y el periodista y especialista en tecnología Esteban Tablón bautizaron a la inteligencia artificial que se ocupó de escribir el quinto capítulo de Del arte será el futuro.
“Primero”, dice Tablón desde Mendoza, “generamos una biblioteca con todo lo que Mercedes había escrito en el ámbito periodístico y en los libros que había publicado. Luego hicimos que la máquina aprendiera a través de reglas y redes semánticas, ponderamos los trabajos más recientes y los capítulos anteriores del libro. El tercer paso fue hacer que escriba. ¿Por qué escribe sobre arte? Porque aprendió de Mercedes, que escribe sobre arte.”
—¿Qué revela “Lucía” de Mercedes ?
—Es interesante. La idea inicial, incluso, era no decir cuál era el capítulo escrito por la inteligencia artificial, que el lector lo descubriera al final, si lo descubría. Hubo que trabajar mucho, porque no se trataba solamente del análisis del lenguaje natural, no es un “chatbot” de un banco. Esta inteligencia escribía un libro, hacía arte. Por lo tanto, debía tener una cuota de independencia y creatividad. En los primeros intentos estaba muy disciplinada y escribía al estilo de Mercedes, tanto que ella misma se sorprendía de reconocerse en los textos de la inteligencia artificial. De hecho, el título del libro fue una de las primeras frases que “balbuceó” Lucía Funes.
—Con pinturas hechas a partir de algoritmos, con un libro escrito con inteligencia artificial, ¿los humanos nos estamos haciendo superfluos?
—No, definitivamente no. Para empezar, las inteligencias artificiales son creaciones humanas. No tienen existencia propia. Pero si llegara el momento en que se independicen, cosa poco probable y muy lejana, simplemente van a ser una herramienta más. Cuando apareció el motor de vapor en la primera revolución industrial —a esta se la llama la cuarta—, la labor humana fue aumentando en complejidad y sutilezas, en el uso de capacidades exclusivas y dejó que la fuerza bruta fuera para las máquinas. Pensemos en los autos que se conducen solos y en los diagnósticos médicos por computadora. Que la inteligencia artificial incursione en el arte es una fuente más, no tiene por qué anular la creación humana.
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