“Somos hijos de los viajes que otros hicieron antes”. En la afirmación de Beatriz Sarlo, que apuntaba sobre todo a la odisea de los inmigrantes, resuenan las proas que “por ese río de sueñera y de barro” vinieron a fundar la patria de Borges. Pero no es esa la única manera de interpretar aquella frase. ¿O acaso un libro no es, también, un viaje? Somos hijos de los libros que otros hicieron antes, podría decirse entonces.
“Siento que soy lo que he leído y escrito”, dice Margo Glantz, la autora de Coronada de moscas, El rastro, Apariciones —entre tantos otros títulos— , que, desde hace más de cincuenta años, vive en un viaje perpetuo alrededor de la biblioteca.
En su nuevo ensayo, El texto encuentra un cuerpo (Ampersand), Glantz hace un recorrido por su genealogía de lectora, partiendo de una premisa clara: otorgarle el lugar preponderante a las mujeres. Recupera el papel fundacional de la mujer en la literatura y las trata a todas como corresponde. No como un nombre en una serie, sino como un cuerpo innegociable que define una identidad. Así, aborda a las escritoras y a las protagonistas, a las heroínas y a las sufrientes, a las vengadoras, las vanguardistas, las que soportaron —estoicas o vulneradas— el silencio injusto.
“Una página de ciertos libros”, escribe Glantz en el primer capítulo —que sugestivamente se llama Sufrir y leer—, “es como la punta de la daga, entrando, parsimoniosa, en mi corazón”. Esa imagen provocativa da con el tono justo: no hay arma más peligrosa que un libro. La materialidad del texto se hace carne, encuentra un cuerpo, y ese movimiento produce una suerte de milagro agnóstico: el libro nos moldea a su imagen y semejanza.
Con una erudición generosa y divertida, Glantz arma una cartografía de la literatura que la formó. Comienza en Europa —Francia, Inglaterra, Rusia, España—, cruza el Atlántico y llega a los Estados Unidos, y luego sigue el latido de América Latina. Arma recorridos que van de Choderlos de Laclos (Las relaciones peligrosas) al Marqués de Sade (Los 120 días de Sodoma), de Jane Austen (La abadía de Northanger) a Emily Brontë (Cumbres borrascosas), de Roland Barthes (Fragmentos de un discurso amoroso) a Virginia Woolf (La señora Dalloway). Glantz sabe que un libro es lo que dice, tanto como lo que se dice de él; es lo que el autor propuso y lo que el lector dispuso. Y sus lecturas son siempre novedosas, imprevistas, voluntariamente fuera de eje.
Los capítulos se eslabonan en temáticas que van modelando un cuerpo: los ojos, la mano, el corazón, el sexo, la sangre. En ese sentido, Glantz termina el ensayo con una apuesta mística. La última propuesta de El texto encuentra un cuerpo es levantar la vista del libro y mirar al cielo: hacia Frida Kahlo, el cuerpo mítico de la modernidad.
Margo Glantz debe reírse mientras escribe. Se lee, al menos, de esa manera.
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