Breves, como latigazos. Así son los cuentos de Furia diamante (Ed. Leteo), el nuevo libro de Valeria Tentoni. La escritora bahiense, autora de El sistema del silencio y Antitierra, entre otros títulos, usa el filo de las palabras como un bisturí para contar —cortar— el devenir de los personajes en el momento en que, dominados por la rabia, se dejan arrastrar hacia la incertidumbre. Separaciones, peleas, disputas indefinidas, miedos. Poco sabemos de lo que les ha pasado antes; nada sabremos de lo que les pasará después. La furia borra la historia y deja a los personajes en un presente continuo del que ni siquiera tiene el control.
Tentoni tiene un carácter gentil. Mira a los ojos cuando habla, responde sin artificios y con cada respuesta trata de dibujar un panorama de lo que piensa, lo que siente y lo que considera que está sucediendo con la literatura. Es editora del blog de la librería Eterna Cadencia, por lo que está atenta a las novedades y a los debates que pueblas las redes y las mesas de los congresos.
Parecería que nadie más alejado que ella para hablar de la violencia y la furia. Tal vez por eso lo hace.
“La furia me interesa como interioridad de los personajes”, dice Tentoni en diálogo con Grandes Libros. “Como una fuerza, los propulsa hacia un lugar desconocido. Creo que son seres un poco desvalidos que, de repente, se cruzan con una potencia indómita que desconocían. Me interesaba entrar en lugares no tan amables de la biografía de un personaje. No tengo ganas de contar los lugares donde aciertan o donde están estetizados. Quería llegar al punto en el que están desnudos, en el que están indefensos.”
—¿Por eso la brevedad de los cuentos?
—El tema de la brevedad es que no tengo tanto tiempo para escribir. No dispongo de horas y horas. Y, en algún punto, escribo con la misma premisa de la poesía. Lo que más leo es poesía. Tengo el ejercicio de la poesía y eso te marca. Lo que me pasa cuando escribo cien páginas es que llego a un punto en donde ya sé hacia dónde voy y me aburro. El cuento me acompaña durante mi propio tiempo de desarrollo. Con la novela, cuando ya tengo la idea y veo a dónde voy y me faltan 300 páginas, ya me aburrí, ya no hay exploración, ya no hay búsqueda. Tendría que encontrar la manera de ir explorando en el camino; supongo que eso se hace con entrenamiento y con tiempo.
—En los cuentos está la sensación de que ni los personajes ni el lector saben muy bien qué está pasando.
—Sin dudas, no escribo relatos a la manera antigua. Antiguo puede sonar ofensivo: digamos, en un paradigma preexistente. Desde hace un tiempo, entramos en un paradigma de narración más porosa donde el final no es lo más importante. Eso también pasa en la poesía, que se encarga de todo lo que pasa en el medio. La tensión no está en el desenlace; de hecho, el remate en la poesía es una obviedad.
—¿No va más el cuento redondo que te gana por knock-out?
—Hay gente que lo sigue escribiendo y muy bien, pero creo que se admiten nuevas maneras y que muchos lectores ya no esperan el "y comieron perdices". La vida no es así. Nada cierra, nada termina. Habría que ver para qué estaba esa circularidad, esa perfección sin hilachas. En algunos casos yo intenté en ese diseño, pero no es lo que me caracteriza.
—¿Será que aquellos cuentos eran de una época en que se escribía desde las certezas y los escritores tenían más lazos con la militancia política?
—En esta época la literatura también está imbricada con la militancia. Con otra militancia, tal vez. Pero tiene una relación muy cercana; sobre todo en poesía. Pero es cierto que estamos en un momento en que no hay nada seguro, los paradigmas en los que nos recostamos están fundidos, nada tiene sentido. Puede que las maneras de la literatura acompañen esa deformidad nueva, que no busca tantos los bordes sino la profundidad.
—¿Te sentís parte de una generación?
—No lo sé. Sin duda, estoy en el mundo y en una comunidad, pero no participo en cosas grupales. Lo que pasa es que me siento cerca de personas que no conozco. Escribo hace muchos años —mi primer libro salió en 2009—, y entonces me siento cerca de esa generación que escribía antes de Facebook. Había muchos problemas, es cierto. Estoy feliz de estar en un momento mucho más consciente de los problemas que tenían esa generación y las anteriores. Es escandaloso cómo se les daba la espalda a las mujeres. Nos hemos perdimos la oportunidad de leer a un montón de mujeres valiosas, que no tuvieron ni apoyo ni visibilidad, y que se resignaron a una vida sin escritura. En ese sentido, sí, me siento parte de una generación que se lee y se acompaña para que eso ya no ocurra. No sé hasta qué punto en estos oficios se puede hacer tanto en soledad y en silencio.
—¿Pero en tus cuentos hay militancia feminista?
—Trabajar con personajes femeninos de una interioridad tan profunda es darles un espacio. Andá a leer a Verne, a ver cómo contaba las mujeres. Yo creo que escribir es seguir pensando y pensar es militar por la pregunta. En el libro hay un cuento de unos chicos que tienen una situación con un perro. Es una situación claramente de presión sobre un varón en su etapa formativa, de quien no sabemos qué va a hacer de su vida ni si se va a reconocer como varón el día de mañana. Y todos sus compañeros lo están presionando. En ese cuento pongo en estado de pregunta lo masculino. Lo que no hago es bajar línea. No me gusta que me den órdenes, ni me gusta darlas. No hay nada que deteste más. No voy a dar órdenes de interpretación. Pero sí voy a poner en problemas algunos asuntos porque me interesa problematizar. De nuevo: problematizar es pensar. Me interesa más la pregunta que la respuesta. La literatura tiene que ser un territorio de libertad porque, si no, ¿a dónde vamos a pensar?
—¿Cuál es el valor de la certeza?
—No lo sé. El que la necesite, que la busque. Supongo que es un valor tranquilizador. Yo no tengo ninguna. Ni conozco a nadie que las tenga.
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