Cuando uno habla de Sergio Olguín, suele mencionar novelas como Filo, El equipo de los sueños, Springfield, Oscura monótona sangre (Premio Tusquets), 1982, la saga de Verónica Rosenthal —que fue llevada a la televisión con el protagónico de Eva de Dominici—: La fragilidad de los cuerpos y No hay amores felices. Seguramente muchos tenemos uno, dos o más títulos de Olguín en la biblioteca. Lo mismo que nuestros hijos, nietos, sobrinos, el chico del vecino: Olguín también escribe literatura infantil y juvenil, y ahí están Cómo cocinar un plato volador y Boris y las mascotas mutantes.
Este año, después de bastante tiempo, Olguín vuelve al cuento: Los hombres son todos iguales (Tusquets), tal el nombre del nuevo libro, incluye once relatos bellísimos —realmente bellísimos— que, a excepción del primero, ponen en primer plano las relaciones personales entre varones.
“Cuando armaba el libro”, dice ahora Olguín en diálogo con Grandes Libros, “me di cuenta de que la mayoría de los cuentos se referían a los vínculos entre pares e hijos, hermanos, amigos; algo bastante poco usual en mí, que suelo darle prioridad a los personajes femeninos. Me resultó divertido pensar justamente ese título como un desafío para mostrar que los hombres no son todos iguales. En ese sentido, va en la línea de otros títulos mentirosos a los que estoy recurriendo últimamente como No hay amores felices”.
—Después de publicar varias novelas, algunas bastante extensas, ¿cómo armaste este libro de cuentos? ¿Son nuevos?
—Algunos formaron parte de distintas antologías, algo que siempre nos piden a los escritores. Pero más de la mitad son nuevos. En algún caso partí de un cuento breve, como el cuento inicial, que fue un texto de “Lamujerdemivida”: se nos había caído un cuento, lo escribí a las apuradas y lo firmé con un seudónimo de mujer. Después tomé esa historia, la expandí y así nació el cuento. Fue una experiencia muy interesante para probar distintas voces. Ahí usé la primera persona femenina, soy bastante remiso a usar la primera persona en la literatura de adultos. Salvo en Lanús. La reservo para las novelas juveniles.
—¿Filo no está en primera?
—No, lo que pasa es que puede quedar esa sansación porque lo que hago está muy pegado al personaje. Incluso con Oscura monótona sangre o en las novelas de Verónica Rosenthal puede pasarte eso. Acá quería probar la voz de una mujer, la voz de un chico que recuerda un vínculo con el padre, y, lo que para mí era más fuerte, mi propia voz contando una historia mía, que es la del último cuento, “Recetas”. Si esa es mi voz verdadera. ¿las otras son verdaderas o no?
—Cómo cambia esa voz de una ficción total a una autoficción.
—En general, yo trabajo mucho con la autobiográfico. En toda mi literatura hay elementos propios; me parece que a todos nos pasa. Hay algunos que son más evidentes, como en Lanús o en Filo, donde se puede trazar un vínculo más directo con la biográfica pública. Pero nunca me había animado a escribir algo absolutamente íntimo y personal, como el vínculo con mi padre. Yo tengo muchos padres abandónicos en mi literatura. El protagonista de El equipo de los sueños, el del cuento del Siam en este libro, la madre abandónica de 1982. Evidentemente es un tema que me funciona en la ficción y me ha ahorrado muchos años de terapia. Indudablemente el cuento “Recetas” es el más íntimo y con un tono que no había utilizado nunca.
—Una característica de tus personajes es que aún el más detestable no deja de ser querible.
—Hay algo en la creación de los personajes vinculado a la piedad, a la comprensión, a tratar de entenderlos desde una cierta intimidad. De la misma manera que un médico no se plantea si está sanando a un dictador o a un luchador por la paz mundial, yo no me preocupo por mucho por pensar si el personaje es bueno o malo. Así y todo, tengo personajes fallidos. Siento que el militar de 1982 es fallido porque es malo; tiene pocos momentos donde no lo es. En ese sentido le faltó elaboración. No quería que en los cuentos se repitiera esa situación, quería trabajar más desde lo humano, encontrar la vuelta de tuerca donde aparece el quiebre.
—En todos tus libros se da una serie de preguntas sobre las relaciones humanas. ¿Cómo cambia tu forma de pensarlas a lo largo de los años?
—Estaría bueno ver cómo funciona, si lo que aparece como amor en Lanús es similar a lo que aparece como amor en los relatos de Los hombres. En Filo, la pregunta que funcionaba era: ¿puede uno estar locamente enamorado de dos personas a la vez? Y la respuesta era que se podía estar enamorado, pero no locamente. Es una frase que le robé a Camille Paglia. En este libro, los relatos que están más vinculados con el amor son “Una casa frente al mar” y “Barcos hundidos” y ahí la pregunta está dada por la duración del amor: por qué el amor se acaba o cómo se hace para que perdure. En Filo ninguno de los personajes se lo hubiera planteado.
—Bueno, cuando uno tiene 20 años es eterno.
—Después te das cuenta de que “no hay amores felices” y que, tarde o temprano, se va a terminar en la vida real. Pero en la ficción, el fin del amor es un momento interesante para narrar.
Y mañana serán Borges
Con casi tres décadas de carrera, Olguín ha ocupado todos los roles que las letras le permitieron ejercer: escritor, periodista, editor, director. Ya desde muy joven se mostró con la suficiente persistencia y el suficiente desenfado para intervenir fuerte en el ambiente literario argentino. En 1990 lanzó la revista “V de Vian”, desde la que hacía una crítica —a veces mordaz, a veces febril, siempre lúcida— de la situación de las letras.
Por entonces, la revista “Gente” publicó una nota sobre jóvenes escritores con la promesa “… Y mañana serán Borges”. Allí aparecían Sergio Bizzio, Alan Pauls, Esther Cross, Luis Chitarroni, Juan Forn, y más. Hay que decir que “Gente” no se equivocaba: treinta años después, todos los escritores que aparecen en la nota han hecho una carrera mayúscula. Olguín, sin embargo, hizo un planteo interesante desde “V de Vian” en donde criticaba la postura de los autores hacia el mercado. Si bien la polémica quedó hace ya mucho tiempo atrás, vale la pena la reflexión de Olguín para entender el papel que desempeñan los escritores hoy.
“De los que aparecen en la foto", dice Olguín, “yo le apuntaba más al grupo Babel, que era nuestra bestia negra. Les criticábamos que se la daban de estar en contra del mercado, pero iban muy contentos a nota con la revista ‘Gente’. Osvaldo Soriano se había negado a estar en la tapa de esa revista porque había sido un medio cómplice con la dictadura militar. Entonces, para nosotros, un escritor comercial como Soriano tenía una actitud más digna y anticomercial que estos escritores, que en esa época veíamos como escritores de laboratorio, con una mirada más académica. En nuestra crítica también estaba volando la pregunta de por qué había una sola mujer. Hoy es lo que más resalta, pero en ese momento no era tan fácil darse cuenta.”
—¿Una revista como “Gente” le dedicaría hoy varias páginas a un grupo de escritores?
—Probablemente no. Y si se las dedicara, probablemente la mitad serían mujeres.
—Mi pregunta apuntaba a que la literatura hoy ya no tiene el peso de ese entonces.
—Yo creo que es todo lo contrario. Esa nota trataba de retratar un fenómeno raro: ¡hay escritores jóvenes! De hecho remitía a Borges como la única figura reconocible para el público masivo. Hoy hay autores mucho más populares que en los 80 y 90. En esa época, salvo Soriano, que a su vez tenía que soportar una crítica feroz del mundillo literario, no había escritores conocidos. Hoy sí: Claudia Piñeiro, Eduardo Sacheri, Guillermo Martínez, Marcelo Figueras, Andahazi, Birmajer son tipos que la gente reconoce por la calle. Es un fenómeno que no se daba en la literatura argentina desde los años 60 y 70, donde sí había una literatura muy popular, donde todo el mundo reconocía en la calle a Silvina Bullrich, a Mujica Lainez, ni hablemos de Borges y Cortázar. Hoy los escritores no son esas raras avis.
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