La plataforma de lectura por suscripción Leamos presenta en exclusiva dos nuevas colecciones de ensayos a cargo de Alejandro Marchesán, master coach profesional y doctor en Recursos Humanos. El trabajo de Marchesán es interesante porque atraviesa dos ámbitos que podrían pensarse como caminos que se bifurcan, como son la escuela y el la empresa, y, sin embargo, tal como él lo muestra, los cruces son casi continuos.
¿Qué tipo de ciudadano forma una educación en crisis, donde uno de cada dos estudiantes no puede comprender un texto básico o tres de cada cuatro no pueden realizar operaciones matemáticas sencillas? Pero, ¿alcanza con emular la educación del primer mundo y mejorar las métricas para hablar de una educación de calidad? Por otro lado, ¿cómo hace la escuela para lidiar con el cambio? ¿Y cómo lo hace la empresa? Los vasos comunicantes entre el mundo escolar y el mundo organizacional se dan, paradójicamente, en los problemas y las incertidumbres.
Marchesán habló con Grandes Libros de sus nuevos trabajos La educación como esperanza y Coaching y gestión del cambio.
—Habitualmente se dice que los trabajos de los próximos diez años aún no han sido creados. ¿Cómo da cuenta la educación de eso?
—Comenzaría por revisar el supuesto de que la educación actual nos prepara para el mundo que viene; quizás el gran problema es que no lo hace. Pensamos en la tecnología como el mundo que viene y claramente la tecnología empieza a marcar una gran tendencia, pero el mundo que viene —o que quizá ya llegó pero todavía no percibimos— requiere de una educación en distintos aspectos. La educación no está pudiendo adecuarse a las necesidades futuras pero tampoco presentes. Todavía tenemos instituciones educativas con la lógica del siglo XIX, tenemos maravillosos docentes con un modelo mental del siglo XX y tenemos educandos del siglo XXI. Si no logramos unir estos tres estadios, la educación va a estar siempre un paso atrás.
—¿Qué es la emolingüística?
—Es un neologismo con el que nos hacemos cargo de la intersección entre los seres humanos lingüísticos que somos y las emociones que nos atraviesan. Durante unos 400 años, a partir del racionalismo, creímos que éramos seres racionales con algunas emociones. Los avances en neurociencias a partir de la década del 90 han demostrado que somos seres emocionales que pensamos. La emolingüística es una propuesta para trabajar este fenómeno humano de lo emocional con razones a través de la incidencia del lenguaje.
—¿Se lo puede pensar tanto en la escuela como en la empresa?
—Sin ninguna duda. Solemos decir que estamos ante el desgarro del tejido social. Son más que evidentes las pruebas de que nuestra sociedad socializa cada vez más precariamente. Hay muchos botones en este desgarro, pero dos son ineludibles: uno tiene que ver con la manera en que nos comunicamos, cómo priorizamos el decir antes que el escuchar; el otro tema es la instancia emocional en la que nos comunicamos.
—¿Eso es deuda de la educación?
—Me parece que es una asignatura pendiente del liderazgo. La responsabilidad de mostrar el horizonte y un diseño de país tiene que ver con los líderes. Los líderes, no el líder. Líderes en distintos ambientes: político, educativo, religioso.
—Uno de los temas con los que trabaja es el éxito: es muy llamativo que relativice el éxito financiero y económico, cuando uno sabe que una empresa busca maximizar los beneficios y minimizar los costos.
—Lo ubico en una concepción nueva de la rentabilidad. Nosotros fuimos educados a pensar la rentabilidad lineal, que es el excedente monetario de una transacción entre lo que produzco y comercializo. El nuevo paradigma es superador. Es capaz de incluir la rentabilidad lineal, pero no termina ahí. Por eso hablo de rentabilidad integral: ya no importa lo que sabemos y lo que hacemos para tener los resultados que buscamos, sino lo que yo denomino como costos de transacción ocultos e invisibles. ¿De qué sirve tener una empresa superavitaria si la gente no está bien? La rentabilidad integral dice: bien saber y bien hacer me lleva a la rentabilidad lineal, pero también hay que bien estar. La propuesta que es instalar la conversación e invitar a que los líderes empiecen a pensar en la rentabilidad integral.
—¿Cómo se hace para mantener un ambiente sano en una empresa cuando un país como el nuestro tiene a la incertidumbre económica como un factor tan determinante?
—La empresa tiene como fin generar la rentabilidad lineal porque es lo que le da sustento a su lógica, pero la sostenibilidad no sólo es financiera o económica, pasa por otro montón de causas. Hay elementos con una volatilidad feroz, como por ejemplo la previsibilidad de la inflación. No puedo atar a mi desempeño y desarrollo una estrategia sobre elementos volátiles, necesito atar mi estrategia sobre elementos más estables, que me permita gestionar la volatilidad. ¿Cómo hacemos en una empresa? Primero con el trabajo sobre el liderazgo, luego sobre la gestión, y si enlazo liderazgo y gestión empiezo a crear cultura.
—¿Se le puede transmitir a un estudiante secundario que su esfuerzo hoy vale la pena?
—Para un estudiante, el largo plazo es motivador. Pero necesitamos que los estudiantes, los docentes, los padres, las políticas de Estado estén motivados para llevar adelante la educación en el país. Necesitamos motivación en las personas. Ahora bien, el líder motivador del siglo XX colapsó y le dio lugar al líder manipulador del siglo XXI. La motivación no puede venir de afuera, tiene que ser tuya. Por eso hablo de la cuestión de la inspiración. Yo te puedo inspirar, pero el motivo para seguir conversando lo tenés que aportar vos. ¿Qué ha hecho Finlandia desde el 2000? Se ha ido preguntado qué tipo de educación es necesaria para el estudiante en el tiempo que accede a la educación. Nosotros seguimos apostando más a la currícula que a la facilitación de procesos de aprendizaje. Hay que cambiar la idea del docente que imparte saberes y tomar la idea del docente como facilitador.
—¿Pero cómo hacemos para no olvidarnos del contenido?
—El lenguaje no es inocente. Por eso tomamos distancia de la visión del docente y migramos a la del facilitador para generar la nueva realidad para que, sin perjuicio de los contenidos, el contenido pase a ser una herramienta y ya no la esencia. Para que la esencia pase a ser el fenómeno humano que utiliza los contenidos. Mejores facilitadores educativos forman mejores personas y mejores personas forman mejores sociedades.