Una investigación revela los secretos del Congreso

El periodista Gabriel Sued, especializado en política y dedicado hace una década a cubrir las novedades del Palacio Legislativo, publicó una crónica en la que señala cómo se juega la suerte de una ley y de qué manera se negocia entre diputados y senadores.

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La cámara de diputados de la Nación (Adrián Escandar)
La cámara de diputados de la Nación (Adrián Escandar)

El interés por el Congreso suele darse en oleadas, que, habitualmente, parten de dos noticias con impacto negativo en la sociedad: el aumento de los sueldos de diputados y senadores, o el "poco trabajo".

Con una década cubriendo la realidad del Palacio Legislativo, Gabriel Sued (autor de Marca personal y Política extrema, entro otros títulos) acaba de publicar Los secretos del Congreso (Ediciones B), una investigación en la que, sí, aborda cuánto ganan, qué cantidad de asesores tienen cada uno y cuánto tiempo pasan en el recinto, pero además cuenta cómo funciona el Congreso: cuáles son las dinámicas, sus corrientes subterráneas, sus modos, sus personajes anónimos.

Los secretos del Congreso es también la crónica de grandes sesiones y la evidencia de cómo se negocia el quórum y las leyes. Con las elecciones presidenciales a tiro de piedra, el trabajo de Sued no está pensado para definir el voto sino para entender qué se vota y qué representa la democracia. Gabriel Sued habló con Grandes Libros de su trabajo.

El gobierno de Macri tuvo en minoría en las dos cámaras. Esto solamente había pasado en los últimos dos años de Alfonsín y en los últimos diez días de De la Rúa

En estos diez años de trabajo, ¿qué cambios se dieron en el Congreso?

—Hay dinámicas permanentes, pero en los últimos cuatro años se dio una situación totalmente novedosa desde el punto de vista político institucional, que fue un gobierno en minoría en las dos cámaras. Esto solamente había pasado en los últimos dos años de Alfonsín y en los últimos diez días de De la Rúa. No hay experiencia en nuestra democracia de gobiernos en minoría en las dos cámaras que se hayan sabido mantener en el tiempo y que hayan terminado su mandato. En estos años hubo mucha negociación, mucho protagonismo de las terceras fuerzas. Primero fue el Frente Renovador de Sergio Massa; Emilio Monzó, presidente de la Cámara, le consiguió un despacho al lado del suyo, como para tenerlo bien cerca. Después, desde 2007, los gobernadores ocuparon ese papel y el despacho de Massa pasó a ser el de Pablo Kosiner, hombre de Juan Manuel Urtubey.

“Los secretos del Congreso”, de Gabriel Sued (Ediciones B)
“Los secretos del Congreso”, de Gabriel Sued (Ediciones B)

Monzó es una gran figura del macrismo que siempre dijo que reivindicaba "la rosca".

—Pero hay que profundizar en qué es la rosca. En definitiva, la rosca, que tiene mala prensa, es la articulación de intereses. Es la posibilidad de que dos personas traten de llegar a un acuerdo. Si no existiera la rosca, esos intereses contrapuestos nunca podrían encontrar un punto de conciliación y la política sería inviable. Monzó entiende que para la rosca es necesaria la relación personal. Es un vínculo que sirve para la negociación política porque se establecen lazos de confianza. El Congreso es el único lugar donde oficialismo y oposición están obligados a convivir y de esa convivencia surgen cosas interesantes: hay peleas, pero también hay negociaciones que sorprenden y hacen a la política.

¿Monzó no fue tratado un poco injustamente por Cambiemos?

—Tras la victoria de 2015, Monzó planteaba la necesidad de ampliar la base de sustentación del oficialismo, ampliar el espacio hacia el peronismo. Pero el oficialismo entendió que la votación le permitía tener un poder sin apoyarse en la dirigencia: el poder se lo había dado la gente y con eso le bastaba para gobernar. El triunfo en 2017 convalida y legitima esa estrategia y Monzó queda totalmente corrido, porque pensaron que la estrategia diseñada desde la jefatura de gabinete con Marcos Peña como cabeza —y ratificada por el presidente Macri— les alcanzaba. Ahora terminaron dándose cuenta de que, aunque los votos te dan el poder político, la construcción de una red dirigencial te da la fortaleza para los momentos difíciles. Si perdiste en la calle y no tenés el respaldo en el Palacio, tenés pocas perspectivas de continuidad, que es lo que le está pasando a este gobierno.

Si perdiste en la calle y no tenés el respaldo en el Palacio, tenés pocas perspectivas de continuidad, que es lo que le está pasando a este gobierno

Después de las PASO se polarizó notablemente la elección y el que gane —que por las encuestas parecería ser Alberto Fernández— va a tener mayoría en el Congreso. ¿Vamos a volver a "la escribanía"?

—Si gana Fernández, el Ejecutivo va a tener una tasa de éxito legislativo más grande que la de este gobierno. La tasa de éxito legislativo quiere decir qué porcentaje de los proyectos que envió al Congreso fueron aprobados. Sin duda va a haber mayor aprobación. Ahora bien, lo que está planteando Fernández es una alianza muy interesante con los gobernadores; una alianza que les da un espacio para que construyan poder con él. El actor principal en el Congreso siempre es el presidente porque influyó en la mayoría de las listas de los candidatos a diputados y senadores que llegan. El segundo actor son los gobernadores. Si el titular del Poder Ejecutivo entabla un buen vínculo con ellos, puede haber una combinación muy potente.

Miguel Ángel Pichetto lleva más de 25 años como legislador
Miguel Ángel Pichetto lleva más de 25 años como legislador

El teatro de la política

Una legisladora dice en el libro algo que parece evidente: nunca el discurso de un diputado cambió el voto de otro. ¿Por qué, entonces, se sostienen esas sesiones interminables? ¿A quién le habla cada legislador?

—Las sesiones son una puesta en escena y las Cámaras son el teatro principal de la política. Hay modificaciones a proyectos que se piden en el medio de una sesión que, en realidad, estaban arregladas de antemano. Incluso, el intercambio entre el legislador que pide modificar un artículo y el que impulsa la ley lo acepta en el momento, también se arregla de antemano. Se hace así para que el senador tenga un momento de visibilidad y pueda acreditar que el cambio se hizo a pedido de él. La política necesita un momento de teatralización para que esas negociaciones tengan una traducción pública. Hoy en día las sesiones duran más porque los senadores y los diputados empiezan a hablarle a los públicos de sus provincias, y lo hacen, ahora más que nunca, por medio de las redes sociales. Un diputado da un discurso y a los diez minutos ya tienen el corte para Youtube. Para la mayoría de los senadores y diputados, el Congreso es casi un lugar de paso para otros cargos ejecutivos, que son el anhelo real de un político promedio.

Pero hay una figura como Pichetto, que lleva muchos años.

—Dieciocho como senador y antes ocho como diputado.

Pichetto fue fundamental para que la Casa Rosada lograra la aceptación de proyectos determinantes para el avance de su gobierno

En el libro decís que Pichetto siempre fue oficialista aun cuando estaba en la oposición.

—Con el salto al oficialismo nos terminó dando la razón a los que pensábamos así, pero ya venía cumpliendo ese papel. Durante estos tres años, antes de aceptar la candidatura a vicepresidente de Mauricio Macri, Pichetto fue fundamental para que la Casa Rosada lograra la aceptación de proyectos determinantes para el avance de su gobierno. Sin él, el oficialismo no hubiera logrado ni el 50%. Pichetto es un tipo muy reconocido en la superestructura de la política. Tuvo la aspiración de gobernar Río Negro; fue dos veces candidato y en las dos oportunidades perdió. No pudo revalidar en el territorio el respeto y el prestigio que tenía en el Palacio.

¿La elección de Pichetto como candidato a vicepresidente de Macri fue una respuesta a Cristina como vice?

—En realidad, cuando Cristina decide ser vice y designa a Alberto Fernández como candidato a presidente, termina reduciéndose el espacio del medio que se estaba formando con Lavagna, Massa y Urtubey. Pichetto, entonces, ve que ahí no tenía destino. El gobierno también quiso capturar una porción de ese espacio. A Macri ya le habían dicho que no Juan Manuel Urtubey y Ernesto Sanz; no tenía margen para una tercera negativa. Entonces hubo un sondeo previo con Pichetto por intermedio del radical Gerardo Morales. Cuando Macri lo llamó, ya sabía que iba a aceptar.

Lilita Carrió fue elegida diputada por primera vez en 1995 (Franco Fafasuli)
Lilita Carrió fue elegida diputada por primera vez en 1995 (Franco Fafasuli)

El capital real y el valor simbólico

Siguiendo esta idea del Congreso como puesta en escena, ¿Carrió es un personaje de sí misma?

—Carrió tiene un gran manejo escénico. Todo político que habla en público tiene que ponerle un ingrediente de teatralización, y ella maneja la escena como muy pocos. Lo cierto es que se ha ido deteriorando su calidad como diputada. En el 95, cuando entró, era un huracán. Era la época de la comisión antilavado; en ese momento dio el gran salto de popularidad. Y ella, presidiendo la comisión antilavado, termina rompiendo con el gobierno de De la Rúa y forma su propia fuerza. En esa época era una diputada de lujo; hoy le queda el oficio. Ya no se presenta tanto a las reuniones de comisión, en las sesiones se retira antes de la votación. No es de las que más falta, pero, si tomaran lista en el último minuto, aparecería entre las más ausentes.

¿Cuánta gente se "cambió de camiseta"?

—En general son pocos. Está muy estructurado oficialismo y oposición, y en la Argentina todavía existen los partidos políticos. Hay una franja del medio que, como me dijo un diputado, son "los amigos del calor" y se mueven de acuerdo a sus intereses. En general, los oficialismos tienen más para ofrecer: tienen más recursos, tienen más cargos. Entonces, cuando a un gobierno le falta poco para llegar al quórum o a la mayoría no le es tan difícil conseguirlo. Esos amigos del calor pueden tener intereses vinculados a sus territorios y sus representados, que son los más legítimos —conseguir una obra para su municipio, la creación de una universidad, un presupuesto más—, pero también hay cuestiones no tan santas, como sacar un provecho propio en esa negociación, que no hacen a los intereses de sus representados.

El presupuesto total del Congreso es el 0,6% del gasto de los tres poderes del Estado. Si llegáramos a un razonamiento extremo y dijéramos “Cerremos el Congreso”, el ahorro sería muy poquito

¿Cuánto tiene que ganar un legislador?

—No hay una respuesta única. Los diputados de izquierda determinan internamente que tienen que ganar como una directora de escuela y el resto lo ceden al partido. En el otro extremo están los que dicen que debería ganar como el CEO de una empresa, porque un diputado es una suerte de gerente de la política y, si no está bien pago, puede quedar vulnerable ante seducciones de otro lado. ¿Cuál es el punto medio? No lo sé. En comparación con los sueldos en otros países de la región, Argentina está bastante abajo y ahora, por el valor del dólar, mucho más. Digo esto y a la vez digo: el Congreso es una caja nacional de financiamiento multipartidario. Eso es ilegal. Hay mucha plata que se va en contratos para actividades partidarias. Pero tampoco es una caja grande: el presupuesto total del Congreso es el 0,6% del gasto de los tres poderes del Estado. Si llegáramos a un razonamiento extremo y dijéramos "Cerremos el Congreso", el ahorro sería muy poquito. ¿Podrían manejarse los recursos de manera más austera y transparente? Sí. Pero es una caja chica del Estado en la que meten mano todas las fuerzas partidarias.

Es llamativa la pelea por lo simbólico, que está presente desde el primero momento. Por ejemplo, conseguir un despacho más grande.

—En política, el estatus tiene una dimensión importante. La mayoría de los diputados quieren estar en el Palacio. Y no hay lugar para todos: el 90% está en los edificios anexos. Cuando alguien te viene a ver, si lo recibís en el Palacio se va a llevar la idea de que sos una persona con más poder. Si lo recibís en un despacho chiquito, puede llevarse la impresión de que no tenés poder en la mesa chica. Y algo de eso hay: en general, los diputados y senadores con mayor peso político están en el Palacio y tienen los despachos más grandes.

Gabriel Sued, autor de “Los secretos del Congreso”
Gabriel Sued, autor de “Los secretos del Congreso”

El Congreso como metáfora de la Argentina

Hay una imagen que Sued cuenta al comienzo del libro y tiene que ver con la cúpula del Congreso. Esa cúpula maravillosa de 80 metros de alto, color cobre que se pone verde por el óxido, está sostenida por una contra cúpula ubicada en el subsuelo del Palacio y que tiene la forma exactamente inversa. "De alguna forma", dice Sued ahora, "el poder que es visiblemente majestuoso y que atrae tanto, tiene bases subterráneas y poco vistosas".

¿Cuál fue la sesión en la que más te divertiste?

—Muchas, pero vamos con una. Hubo una sesión en noviembre de 2013 que casi termina a las piñas. Se estaba discutiendo la Ley de Democratización de la Justicia. La ley tenía que superar la mitad más uno del cuerpo, 129 votos, y en el momento de la votación dio 128 pero dos diputados dijeron que les había registrado mal el voto. Esto generó un gran revuelo y la oposición, que no quería que se aprobara la ley, denunciaba fraude. Fue un momento de gran tensión. Agustín Rossi, presidente del bloque del Frente para la Victoria, se acerca al estrado y empieza pelearse con el bloque radical. En un momento le tiran una botella de agua y Miguel Bassi lo insulta. Rossi se vuelve loco, quiere irse a las piñas. Entre Wado de Pedro, Sandra Mendoza y algún otro diputado logran frenarlo. El que estaba siguiendo toda la escena desde lo alto era Jorge Rivas, un diputado socialista que se había incorporado al kirchnerismo. Rivas había quedado cuadripléjico y se comunica a través de una vincha con un láser: él apunta a un letrero y una asistente lee las palabras. La ley se terminó aprobando como a las seis de la mañana. En la madrugada, Rossi salía del recinto todavía muy ofuscado y se encuentra con Jorge Rivas. Rivas hace saber que quiere decirle algo y empieza a formar una frase. Lo primero que dice es "Estabas". La asistente lo lee. Sigue: "Totalmente". No quería ahorrar palabras. "Estabas totalmente legitimado". Y la asistente, que interpreta lo qué va a decir Rivas, le dice "Mirá que esto lo tengo que decir yo". Se ríen los dos y Rivas sigue. Termina diciendo: "Estabas totalmente legitimado para cagarlo a trompadas".

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