Jack Reacher nunca defrauda. Tiempo pasado (790$ en papel, 299$ en digital) es la entrega número 23 del justiciero que Lee Child creó en 1997 y que, lejos de agotarse, sigue cautivando lectores y anticipa ya un nuevo episodio para antes de fin de año. Child es un mega bestseller: sus novelas se han traducido a casi 50 idiomas y lleva vendidos más de 100 millones de ejemplares en todo el mundo.
Sus libros son elogiados por un amplísimo rango de escritores: desde Stephen King ("Lee Child sigue siendo el mejor") hasta Elvio Gandolfo, pasando por César Aira ("El recurso perfecto para devolverles el gusto por la lectura a quienes nunca lo perdieron"), Ken Follet, George R.R. Martin. Tiempo pasado fue presentada nada menos que por Bill Clinton: "Hubiera pagado por estar aquí", dijo a modo de saludo el ex presidente de Estados Unidos en la librería Barnes & Nobles, y contó que sólo había leído 21 de las 23 novelas. ¿Cómo se explica este fenómeno?
“Nunca quise ser un escritor. Yo quiero ser un entertainer”
"Nunca quise ser un escritor", le decía Child —voz profunda y un acento británico suavizado por las dos décadas que lleva en Estados Unidos— a Clinton en aquella presentación. "De hecho, todavía no quiero serlo. Yo quiero ser un entertainer".
El escritor autodiseñado
La anécdota es conocida. Lee Child (Coventry, 1954) todavía se llamaba James Grant y trabajaba como guionista para una cadena de televisión inglesa y disfrutaba mucho de su trabajo, "pero entonces mi jefe me dijo algo que hizo imposible que siguiera trabajando. Me dijo: Estás despedido". La reestructuración de la compañía lo dejó en la calle y, mientras llevaba a juicio a sus ex empleadores, empezó a escribir Zona peligrosa, la primera entrega del soldado Reacher. La firmó con el seudónimo Lee Child porque quería que sus libros estuvieran entre los de Raymond Chandler y Agatha Christie, dos grandes patronos para su forma de escribir y de pensar el policial.
La novela fue un boom: ventas millonarias, premios de asociaciones de novelas de misterio, traducciones en decenas de idiomas —portugués, checo, hebreo, japonés, italiano, español y un largo etcétera—. El éxito agiganta la imagen del escritor contracultural que se sobrepone a las injusticias del mercado… tomando al mercado por asalto. Uno no puede sino imaginar a los directivos de la cadena de TV viendo el ascenso meteórico de Child y pensando "Cómo nos equivocamos". Es el mito de origen de toda saga que se precie: antes de que Jack Reacher se convirtiera en el héroe antisistema, su creador dinamitó al sistema desde adentro.
¿Cuánto hay de movimiento autoconsciente en la creación y sostenimiento de esta imagen? Puede decirse que, como hizo con su personaje, Child se diseñó a sí mismo. Lo bien que le salió.
Libertad de consumo
En 1997 las Torres Gemelas estaban en pie, internet era una promesa, no había smartphones ni mucho menos redes sociales, la sociedad se podía explicar por la candidez de una sitcom donde seis amigos se juntaban a tomar café. Jack Reacher es un subproducto de la época: el last action hero de brazos fuertes y mente ágil que tiene a la Justicia como Norte. Para muchos se parece a Tom Cruise —que protagonizó las únicas dos películas que se adaptaron—, pero por los libros estaría más en línea con Arnold Schwarzenegger: rubio, casi dos metros, más de cien kilos, bíceps del tamaño de la cadera. Con la confirmación de que ya no volverá al cine y que Amazon está produciendo una serie, veremos quién lo encarna.
En aquella primera novela Reacher ya era un soldado veterano que había salido del ejército con el rango de Mayor. Estadounidense —siendo el autor inglés—, Reacher había cumplido tareas en la policía militar. Era incorruptible, pero su integridad no lo era en tanto que cumplía un imperativo ético, sino más bien —y he aquí la primera gran rebelión de Child— porque el dinero y los bienes no representaban nada para él. Reacher, que había nacido y crecido en la disciplina de una base militar norteamericana en Berlín, ansiaba la libertad: entregarse a la sociedad de consumo habría sido relegar la fragilidad de su independencia. Su vida, entonces, era un lento vagabundeo sin rumbo por los Estados Unidos: un "Sherlock Homeless", como lo bautizó un crítico —creo que Quintín—.
Para Reacher, entregarse a la sociedad de consumo habría sido relegar la fragilidad de su independencia
Recher se mueve sin teléfono celular ni auto; probablemente no entienda muy bien para qué se usa Google. No es un anarquista ni un romántico, simplemente es alguien que vive al margen. Por eso tampoco se abre a la vida amorosa. De hecho, son muy pocas las novelas en las que tiene relaciones. En Tiempo pasado, la más linda se va con otro y para él eso no representa ni siquiera el asomo de un problema. La saga de Reacher —y aquí la segunda gran rebelión de Child— no se aferra a ninguna de las convenciones del género.
Tiempo presente
Rémora de la Guerra Fría, James Bond lucha en cada episodio por modernizarse sin perder su esencia. Cada "historia Bond" necesita más glamour, una conspiración más compleja, una resolución más grandilocuente. Reacher está tan lejos de Bond como el Océano Atlántico lo permite. Sus historias se ocupan de casos aparentemente simples pero que tienen una onda expansiva que arrasa con los principios más naturalizados de la sociedad estadounidense. Por eso, las mejores novelas —que podrían ser Personal y El enemigo— tienen como eje central un crimen producido dentro del ejército. Es cierto que Child se muestra más sólido y más confiado en ese ambiente, pero, sobre todo, debajo de la acción y el entretenimiento, hay un grito de alerta: el país descansa en una fuerza que debe ser controlada.
A nivel del personaje, Lee Child hace un movimiento pendular con el tiempo de las novelas. Viaja a la década del 90, vuelve al presente, regresa a los 2000 y así. Con esa discontinuidad, no hace falta leer en orden para conocer a Reacher. Cualquier novela puede ser una puerta de entrada.
No hace falta leer en orden las novelas de Reacher. Cualquiera puede ser una puerta de entrada
Irónicamente, Tiempo pasado transcurre en el presente. Asoma el verano y Reacher hace dedo con la idea de llegar a la Costa Oeste, pero un desvío lo deja a las puertas del pueblito donde nació el padre. El misterio, entonces, no pasa esta vez por una muerte o un complot, sino por un secreto familiar. En el medio, claro, pasan cosas. Una de ellas es que Reacher se mete con el hijo de un mafioso. Mientras tanto, corre en paralelo una trama secundaria en la que una pareja de canadienses es secuestrada por los dueños de un falso hotel en las afueras del pueblo, que, justamente, pertenece a un primo desconocido de Reacher.
La manera en que las dos historias se desarrollan y se unen tienen mucho de fortuito. Tal vez esa sea una marca habitual de lo que adolece Child. En todas sus novelas —desde la primera hasta la última— la suerte y la casualidad juegan un rol protagónico.
blockquote class="twitter-tweet" data-width="550">En "Tiempo pasado" no hay una sino dos intrigas: qué pasó con el padre de Jack Reacher en su adolescencia y porqué se va quedando la pareja de canadienses en el misterioso motel. Al final, tienden a juntarse. La última de Lee Child es imperdible. pic.twitter.com/7D0LBMmRxg
— Blatt & Ríos (@BlattyRios) August 15, 2019
Alta literatura
Lee Child es un autor bastante maltratado por la industria editorial en español. Se tradujo menos de la mitad de sus novelas; siempre en desorden y con un delay de varios años. Por eso la publicación de Tiempo pasado supone un mojón en su bibliografía.
La novela aparece a los pocos meses de haber salido en el idioma original, en una coedición a cargo de Eterna Cadencia y Blatt & Ríos —que ya había sacado los volúmenes de cuentos Noche Caliente y Sin segundo nombre—. Estas dos editoriales independientes mantienen catálogos de una gran sensibilidad y apuestan por la literatura de calidad: Sergio Bizzio, Hebe Uhart, Martín Kohan, Nona Fernández, Pablo Katchadjian, Fogwill, César Aira, son algunos de los autores que han publicado.
Que en esos catálogos se incluya ahora un escritor "comercial", como el propio Child se define, pone en crisis los criterios con los que se diferencian la alta literatura y la literatura popular. Un debate que excede largamente esta reseña, pero que pide a gritos un análisis urgente.
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