Por Perla Suez.
Cuando escribo recorro un territorio impreciso, eso para mí es la escritura. Inclusive más allá de que la novela esté publicada, la inquietud continúa por las diferentes miradas de los lectores.
En el trabajo diario con las palabras siempre está el riesgo de no saber en dónde voy a terminar, más allá de dar la batalla puedo caerme y nunca encontrar el final. La escritura, para mí, es avanzar, borrar y volver a empezar, es fantástico el camino pero también es peligroso.
Si vuelvo atrás y reviso mi trabajo puedo decir que quizás, lo que quise contar en Furia de invierno se vincula con la necesidad de volver a preguntarme dónde me encuentro en este mundo hostil que no entiendo, en este mundo violento donde pasan las cosas que pasan. La escritura me permite pensar y repensar todo eso que me destroza y llevo como una carga pesada.
Mi proceso de escritura siempre fue diferente en cada novela, aunque todas nacieron con una trama previa. En el caso de Furia de invierno yo pensaba que sabía lo que quería contar, pero no sabía lo duro que iba a ser contar la historia de Luque, meterme en su piel. Me preocupé por alguien que nadie ve, que a nadie le importa. Una vez que creí tenerlo construido, Luque empezó a marcar el ritmo de la historia, qué podía o no hacer y hacia dónde iba.
En esta nouvelle uno de los riesgos que corrí fue pensar un personaje que sostuviera solo toda la trama y al que el narrador no le sacara los ojos de encima.
Una de las preguntas transversales que me hice fue si iba a encontrar una salida para el personaje. En todo momento creí que había posibilidades, tenía ganas de que a Luque le pasara algo bueno, que tuviera una oportunidad. Nunca perdí la esperanza, aún en momentos muy duros fue la pelea que di como escritora.
Quise crear un personaje complejo, contradictorio, que estuviera en los límites y por momentos fuera de la realidad. Todo en una atmósfera onírica que nutriera las rarezas del personaje y que filtrara la indiferencia de la sociedad.
Por mi cabeza pasaron imágenes, muchas de ellas ya las había contado en otras historias, varias veces tuve que descartar escenas, diálogos, ideas. Mi temor era copiarme a mí misma, contar lo mismo o parecido, repetir recorridos, porque hay problemáticas que me obsesionan como los personajes marginales, la violencia, la hipocresía.
Es difícil tomar distancia de la historia en el terreno de la ficción, por eso son fundamentales las personas que te rodean y te leen, te convidan miradas y perspectivas, te acompañan en el camino donde uno tiene miedo de equivocarse.
En la escritura atravieso momentos de euforia cuando creo haber encontrado el camino y estar generando tensión, pero por más que la escena esté lograda no funciona y cuesta soltarla.
Mentiría si dijera que la historia sale de una vez, de un tirón, hay mucho trabajo detrás. Soy lenta, voy despacio midiendo el camino. En Furia de invierno sabía lo que no quería, no quería escribir un thriller psicológico, es un ámbito que no domino y donde no sabría cómo entrar, pero fue mucho trabajo para mí encontrar la salida, si es que la encontré. No sé cómo lo va a percibir el lector.
Una de las decisiones fundamentales que tuve que tomar fue elegir el narrador, fue tan complejo encontrar su voz como la de Luque. ¿Quién iba a contar la historia? Era el otro protagonista. Fui y vine muchas veces entre la primera y la tercera persona, resolviéndolo en la marcha. Definí su campo visual, qué sabía y qué no, a quién seguía, si opinaba o no, desde qué lugar nos contaba la vida de Luque. Creo que entre el narrador y el lector se tiene que resolver el final, ellos son los hacedores de esta historia.
Mi intención era que el relato avanzara en un in crescendo, en una progresión creciente, para que fuera tensionando cada vez más y atrapando al lector. A su vez quería embaucarlo para que piense que iba a suceder una cosa y en realidad ocurría otra, no como efecto sorpresa sino como reflejo de lo que muchas veces nos pasa. El lector es quien decide qué es verdad y qué no lo es en todo lo que Luque ve y hace, desde el comienzo hasta el final.
Siento que los condicionaría en la lectura y sería inoportuna diciéndoles algo más de lo que les digo. Me gustaría que los lectores de Furia de invierno se apropien de esta novela como se apoderó de mí cuando la trabajaba. Ojalá que el destino de Luque, un ser fantasmal sofocado por la indiferencia y presa fácil de esta sociedad hipócrita, no caiga en la indiferencia.
Si hay algo valioso en Furia de invierno, sólo va a surgir por la forma en que se reciba, por su resonancia, si la tiene. Si no, no tendrá valor, eso lo sabemos como lectores y yo, antes que escritora soy eso, soy una lectora y trato de ser feroz.
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