Tomás Troncoso y María Robustiana Camaño se amaban desde la infancia, pero antes que un amor era una condena: ella era la hija del patrón y Tomasito, un pobre gaucho que no era bien recibido en la estancia. El conflicto clásico —la imposibilidad de un amor entre dos personas de mundos distintos—, es el eje de El destetado, la nueva historia de Federico Jeanmaire (Más liviano que el aire, La creación de Eva, etc.), que sale en la flamante colección "Grandes autores para tramos cortos" de IndieLibros.
Como el truco de un prestidigitador exquisito —y Jeanmaire es un mago de las Letras—, El destetado se va montando como un western de amor y venganza en el Baradero en 1870. Lo curioso es que la historia surge de un hecho real. "La escuché por primera vez de chico, en mi pueblo", dice Jeanmaire en diálogo con Grandes Libros. "La escuché de boca de mi abuelo o de mi tío o de ambos, no sé muy bien. Mucho más tarde, a fines de los 90, leí sus pormenores en el diario Tribuna de Buenos Aires, un diario muy importante del siglo XIX, en donde escribían los hermanos Varela y también Sarmiento."
—¿Por qué le interesó tanto la historia?
—Me interesó por varias razones: había sucedido en Baradero, era una historia trágica, horrenda, que te dejaba la piel de gallina y que, sobre todo, a partir de ella se había fusilado a alguien frente a la plaza de mi pueblo.
—El libro se llama El destetado, pero justamente ese personaje no forma parte de la historia. ¿Por qué ese título? ¿De qué manera juega la suerte o la casualidad en una trama policial?
—No sé casi nada del género policial. Y eso fue lo otro que me atrajo para escribir el relato. El destetado era el título, no podía ser otro. Muchas veces, el desencadenante de un hecho tan dramático, forma y no forma parte de la historia. Puede generarla, y también sufrir sus consecuencias, sin tener ninguna responsabilidad. Sospecho que el azar y la suerte son determinantes es muchísimas cuestiones humanas, no sólo en la trama de un policial.
—Siempre digo que usted es un escritor camaleónico, en el sentido de que su estilo se pone al servicio de la historia. Pero ¿cómo ajusta el tono de esa voz? ¿De qué manera entiende el tono o los usos del lenguaje de manera que se vuelva verosímil en la historia, pero no suene artificioso?
—Siempre me gustó más escuchar que hablar. Hablar es más fácil. Supongo que a fuerza de escuchar es que puedo trabajar los tonos o el lenguaje que utilizan mis personajes. Es un artificio, claro. Siempre es un artificio. Aunque el hecho de que se note lo menos posible, creo que es una de las tareas más encantadoras para quienes escribe y también, me parece, para el lector.
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