La nueva historia de Betina González (Las poseídas, El amor es una catástrofe natural) es más bien mínima: una de esas que centellean por la sutileza con la que se cuenta lo "común". Pero lo "común" así, entre comillas. Porque La semilla mágica, tal es el título, se sostiene en lo que constituye a la literatura desde hace siglos —casi desde su creación— y es la extrañeza que se produce en la mirada de aquel que sale hacia lo desconocido.
Claro: estamos en la era de la hiperconectividad, y el territorio extranjero ya no es ni un mundo por descubrir ni la promesa de una aventura épica. Por el contrario, lo suele ocurrir es que el viaje provoque un quiebre, una dislocación —una deslocalización— íntima. Algo que se acentúa, sobre todo, cuando el idioma se impone como frontera.
Irina, la protagonista de La semilla mágica, es una chica que no puede esconder su otredad: con su físico y el rojo del pelo desentona inmediatamente en la ciudad que visita. Es una violoncelista que llega gracias a una beca, pero, sin hablar la lengua, queda atrapada en un silencio obstinado del que solo puede liberarse a través de los resquicios más improbables.
"La vida en otro idioma está presente en mis textos", dice González en diálogo con Grandes Libros, "porque fue y es parte de mi experiencia vital". La escritora vivió casi diez años—entre 2003 y 2012— en Estados Unidos y actualmente da clases de literatura y escritura en inglés en la UBA. "Esta realidad cotidiana de pensar en castellano y a la vez funcionar en inglés produjo en mí una dislocación. Al principio, la vivía con angustia, pero luego vi que era una mina de oro para una escritora, porque una segunda lengua te permite cultivar una distancia, una especie de esquizofrenia incluso para con tu propia cultura. Lo que está en un lenguaje y no está en el otro, cuando toca al ser, lo despierta de una serie de casilleros que eran constricciones. Es liberador."
De alguna manera, esa realidad es la que refleja Irina. "Siempre me impresiona cómo el hablar en otra lengua", sigue González, "te habilita para ser otra. Por ejemplo, para mí es diferente el sentido del humor y la forma de socializar en otro lenguaje. Caminar ese borde entre lo que se abre o se gana en sentido y lo que cierra o se pierde es parte del trabajo del escritor. Estas cosas tan vitales, inevitablemente entran en mi escritura".
—Irina les tiene miedo a las reacciones de los nenes de su cuadra, especialmente de dos nenas vecinas. ¿Por qué la infancia aparece como una suerte de etapa perversa?
—No creo que la figura de los chicos esté trabajada con perversidad; al contrario. Hay dulzura en que a Irina lo que más le asuste de esa cultura extranjera sea la interacción con los niños, porque los niños son impredecibles y no saben de lo políticamente correcto. Entonces, ponen el dedo en la llaga: en esa dislocación en la que ella vive. Creo que el encuentro con las vecinas es iluminador además de amedrentador. La confrontan con su no saber y no entender, no solo con respecto al idioma si no también con los códigos.
—Sobre el final, cuando ella va a encontrarse con Albano, hay una mención a la película "Amor eterno". Se dice el título en inglés —"A very long engagement"— siendo que la película es francesa, lo que le da una vuelta más al tema de la traducción. Pero ¿por qué esa película?
—Me parecía interesante que fuera una película en otro idioma y hubiera que reponer el sentido, algo inasible, al igual que el murmullo de extranjería en el que a ella le parece que habla Albano. Como decís, que fuera una película francesa le agrega una capa más al tema de la traducción y de lo que se pierde y se gana en cada uno de sus intentos.
La semilla mágica integra la colección digital "Grandes autores para tramos cortos" que dirige Patricia Kolesnicov y publica IndieLibros. En esta colección han publicado, entre otros, Sergio Bizzio, Florencia Etcheves, Gabriela Saidón, Patricia Suárez, etc.
LEER MÁS:
>>> Descubrí los libros del momento en GrandesLibros.com