El general Edelmiro Farrell llegó al poder en febrero de 1944, tras derrocar a Pedro Pablo Ramírez, de quien fuera el vice. Farrell se convertía así en el tercer presidente de facto en menos de doce meses, pero el nuevo gobierno tenía ya la semilla de su propio derrumbe: el vicepresidente era un coronel de nombre Juan Domingo Perón.
El ascenso del peronismo excede largamente este artículo, aunque es claro que Perón fue más determinante para Jorge Luis Borges que Borges para Perón —recién en 1973, en carrera hacia su tercera presidencia, Perón habló de Borges con la prensa: "Está muy viejito, no lo vamos a echar del país", dijo. No tenía en cuenta que él era cuatro años mayor.
Borges fue mucho más explícito en su repudio. Además de aquellas máximas irónicas —"los peronistas no son buenos ni malos, son incorregibles"; las hay de a montones— llegó a crear la categoría "ur-peronista" con la que definía a las figuras de la historia, como José Hernández y su Martín Fierro, que prefiguraban al "tirano". No sólo Kafka tiene sus precursores.
El destino sudamericano
El modo en que la escritora y periodista María Esther Vázquez —íntima amiga y un gran amor no correspondido de Borges— interpreta el "Poema conjetural" es revelador para comprender cómo vivieron la irrupción del peronismo.
Escrito tiempo ante de la aparición de Perón, el poema dice —conjetura— los pensamientos del Dr. Francisco Narciso Laprida al morir en manos de los montoneros de Aldao, el 22 de septiembre de 1829. En una actualización de la batalla entre civilización y barbarie, el hombre "cuya voz declaró la independencia de estas crueles provincias" huye de la violencia de un enemigo sin rostro, salvaje, indeterminado, y encuentra su "destino sudamericano" con el "íntimo cuchillo en la garganta".
Vázquez escribe en Borges, esplendor y derrota que el poema resultó "profético en cuanto a la conducta que asumiría el posterior régimen fascista, encarnado en la figura de Juan Domingo Perón" al denunciar "un pasado que —Borges no podía imaginarlo— sería una forma de futuro."
Una biblioteca vulgar
Jorge Guillermo Borges fue fundamental en la formación de su hijo. Muchas veces opacado por lo que representaba la figura de la madre, fue, sin embargo, en su biblioteca donde Borges se formó como lector. Fue él quien le enseñó los primeros conceptos de filosofía; fue él quien le presentó a Macedonio Fernández.
Jorge había querido ser escritor, pero, tras la publicación de una novela fallida, reconoció que su hijo tenía el talento a que él le faltaba. Por eso, prefería que Borges se dedicara por entero a la literatura antes que saliera a trabajar. "Para escribir", decía Hebe Uhart, "tenés que desclasarte". Y, de alguna manera, eso fue lo que hizo Borges. Sin dinero propio, dependía por entero de sus padres. Lo poco que gastaba era la plata que le daba la madre para los taxis en las noches de reuniones literarias.
Así se mantuvieron hasta que la enfermedad hizo estragos en el cuerpo del padre y Borges tuvo que buscarse un trabajo. El 8 de enero de 1938, con 38 años de edad, Borges entró como auxiliar en la Biblioteca Municipal Miguel Cané. No está claro si las gestiones fueron de Adolfo Bioy padre o del poeta Francisco Luis Bernárdez, que era el director de las Bibliotecas Públicas Municipales. En cualquier caso, Borges sentía que ocupaba un cargo inferior a su capacidad y su jerarquía, y concentró en Bernárdez su resentimiento y frustración.
Se sentía rodeado por gente vulgar, superficial, de poca cultura. Sus compañeros lo trataban con displicencia; casi no hablaba con nadie. Todavía no había llegado el tiempo en que se figurara el Paraíso bajo la especie de una biblioteca.
Sombra terrible de Borges, voy a evocarte
Debido al poco trabajo que había, Borges se las ingeniaba para resolver las obligaciones diarias durante la primera hora y luego se dedicaba a leer y escribir hasta el fin de la jornada. En invierno se refugiaba en el sótano; en verano subía a la terraza.
Aquellos años escribió como un poseso: reseñas para Sur, artículos para La Nación y El Hogar, notas de cine, columnas de opinión, ensayos, traducciones, esquelas biográficas, infinidad de prólogos —entre otros, el de La invención de Morel, de Bioy Casares—, poemas. Muchísimos cuentos: "Las ruinas circulares", "Examen de la obra de Herbert Quain", "La biblioteca de Babel", "La lotería de Babilonia", "Funes, el memorioso", "La forma de la espada", "Tres versiones de Judas". Preparó casi la totalidad de El jardín de los senderos que se bifurcan y Ficciones. Uno de los borradores de "El Aleph" está escrito en papel membretado de la biblioteca. Publicó la Antología de la literatura fantástica y la Antología poética argentina; ambos junto a Bioy y Silvina Ocampo. Y con Bioy, justamente, creó esos monstruos bicéfalos únicos, que son Benito Suárez Lynch y Bustos Domecq. Muy probablemente haya tomado como modelo para ellos a algunos de sus compañeros.
A medida que su figura se agigantaba, la Biblioteca Cané quedaba entre las sombras. Son ocho años reducidos a un puñado de anécdotas que se repiten en todas las biografías. Que Borges leía la Divina Comedia en el tranvía camino al trabajo. Que las frívolas secretarias recién se interesaron por él cuando Elvira de Alvear lo llamó por teléfono para invitarlo a tomar el té. Que una tarde, un compañero encontró en una enciclopedia la entrada sobre un tal Jorge Luis Borges y, sorprendido, le dijo que había un escritor con su nombre. Que fue el mismísimo Honorio Pueyrredón quien lo ascendió a auxiliar de primera. Que de vez en cuando, el municipio repartía paquetes de yerba y él los tiraba antes de volver a casa pensando en cómo esos regalos subrayaban la humillación de un puesto inferior y deprimente. Que con la excusa de mejorar el fondo de la biblioteca consiguió que se comprara una cantidad de clásicos en inglés. Que, en 1946, a instancias de Juan Perón, lo destinaron al Mercado Central como inspector de aves y conejos.
De todas, la última es la más difundida. Y es falsa.
El decreto para desactivar a Perón
1945. Con los derechos cívicos menoscabados, aún tras la victoria popular que supuso el 17 de octubre, nadie se opuso al decreto de diciembre, a través del cual Farrell le prohibía que los funcionarios y los empleados públicos participaran en actividades políticas. Quien lo hiciera, decía el texto, cometería una falta grave y sería sancionado.
Es muy probable que aquel decreto, haya sido el último intento de Farrell para desactivar al peronismo. Las elecciones se iban a llevar menos de dos meses después y la victoria de Perón parecía inexorable.
Borges, tras años de mantenerse al margen —desde el tiempo en que presidió el Comité de Intelectuales Jóvenes durante la segunda campaña de Yrigoyen—, se sintió convocado a apoyar activamente a la Unión Democrática. Firmaba solicitadas en apoyo a la fórmula Tamborini-Mosca, convencido de que era la manera de conjurar el peligro del populismo y el totalitarismo peronista.
Pero Borges era empleado de una biblioteca municipal. Pocos días después de que firmara la solicitada del 8 de enero del 46, la Dirección de Sumarios de la Municipalidad pidió información para levantarle un cargo administrativo. Tres meses más tarde se le registró el apercibimiento: un castigo menor, debido a lo bien considerado que estaba en el trabajo.
La sanción a Borges parece ser un daño colateral de Farrell. De hecho, todo el proceso se realizó antes de la asunción de Perón: comenzó unas semanas antes de las elecciones y terminó en abril. Perón llegó la presidencia el 4 de junio de 1946.
Borges, sin embargo, como un prestidigitador asombroso, prefería contar otra versión.
Verano en la ciudad: qué linda quedó la biblioteca Miguel Cané, donde trabajó Borges y ahora se conserva sun pequeño museo!! pic.twitter.com/8UZqa9nnCK
— Nora Bär (@norabar) January 6, 2019
Inspector de aves y conejos
El mito dice que tras la llegada de Perón al poder, Borges fue reubicado como inspector en el Mercado Central. Que debiera ocuparse de las gallinas y los conejos era una burla a su falta de hombría. Pero el pase de funciones nunca fue comprobado. La última página del legajo de Borges en la Biblioteca Cané calla y en ese silencio anida el misterio.
Lo que sigue queda en el rango de la especulación, pero daría la sensación de que Borges no renunció ni por Perón ni por un cargo que no se llegó a registrar. Tal vez, con la llegada del peronismo haya cambiado el equilibrio de fuerzas y sus compañeros lo hayan hecho nuevas apretadas. Tal vez sí existió el traslado, pero como amenaza. Tal vez, simplemente se cansó de un trabajo que le resultaba humillante. Tal vez aceptó el ofrecimiento de algún benefactor.
Lo cierto es que Borges no fue un excluido ni un perseguido durante el peronismo: siguió publicando, asistió a las reuniones de la Sociedad de Escritores, participó como jurado en numerosos premios, dio clases y conferencias.
La primera vez que se mencionó el cargo como inspector de aves fue un mes después de su renuncia, irónicamente en el diario "democracia", de extracción peronista. El texto sin firma pintaba a nuestro héroe un poco cándido a la vez que se convertía en un dardo para el intendente: "¿Supone el Doctor Siri que la Patria progresará mucho si los escritores se dedican a cuidar gallinas y los avicultores a escribir novelas?"
Dele Dele
En agosto del 46, la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), que de a poco iría radicalizando su posición antiperonista, organizó una cena de desagravio para Borges. Esa noche, él preparó un texto, que, por timidez, le pidió a Pedro Henríquez Ureña o Francisco Ayala, que leyeran.
Lo primero que llama la atención es una imprecisión forzada: Borges dice que trabajó nueve años —cuando en realidad fueron ocho— para asociar el tiempo a los círculos del infierno de la Divina Comedia. Lo segundo, es que deja entrever que la sanción es por haber apoyado a los aliados durante la Segunda Guerra antes que por oponerse al peronismo. Así contaba cómo se enteró de la sanción y el cambio de trabajo:
"Me confiaron, [en la policía municipal], que esa metamorfosis era un castigo por haber firmado aquellas declaraciones. Mientras yo recibía la noticia con el debido interés, me distrajo un cartel que decoraba la solemne oficina. Era rectangular y lacónico, de formato considerable, y registraba el interesante epigrama 'Dele Dele'. No recuerdo la cara de mi interlocutor, no recuerdo su nombre, pero hasta el día de mi muerte recordaré esa estrafalaria inscripción. Tendré que renunciar, repetí, al bajar las escaleras de la Intendencia, pero mi destino personal me importaba menos que ese cartel simbólico".
Muchos años después, en el "Ensayo autobiográfico" que publicaría en The Newyorker, Borges sería aún más explícito: Perón lo había echado por su posición pro-aliados.
Ningún papel oficial da cuenta del pase al Mercado y, sin embargo, ese cartel rectangular y lacónico es una evidencia notable del encuentro. No es posible que Borges lo haya inventado. Seguramente no decía "Dele Dele", sino DLDL. Era un distintivo color verde nilo que venía de tiempos de la presidencia de Ramírez y lo usaban quienes querían que le diera —"Dele, dele, General"— la Secretaría de Trabajo a Perón.
Si la llamada de la intendencia fue real, ¿existió el pase? El misterio no está resuelto.
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