Nos recibe en el consultorio, pero pide que ahí no hagamos las fotos. Dice que es para preservar el espacio de sus pacientes. Luis Gusmán, uno de los escritores más importantes de la Argentina, acaba de sacar tres libros de ensayos en tres editoriales distintas y uno se pregunta cómo hace para encontrar el tiempo: esta entrevista se hace en un alto en medio de una jornada laboral que comenzó a las 8.30 y terminará después de las 21.
"Una vez Jorge Panesi me dijo que lo sospechoso en mí era la exclusión del psicoanálisis", dice. "Yo soy como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde: me escindo. En los trabajos de la revista Conjetural evidentemente hay una censura en el estilo, casi no juego con la escritura."
La habitación es pequeña pero no tan pequeña. Hay un diván, dos sillas, una mesa, una biblioteca breve, muchísimas estatuillas de caballos, varios cuadros. Uno de ellos es de Daniel Santoro: una mano de mujer invita a tomar un vaso de leche. Otro es de Noemí Spadaro: Borges apoyado sobre su bastón. Justamente Santoro y Spadaro son los artistas que ilustraron La valija de Frankenstein (Edhasa) y Esas imbéciles moscas (Godot). El tercer ensayo, La literatura amotinada (Tenemos las máquinas), aunque no menos humilde, no está intervenido.
La literatura como un encuentro con el azar
Si, como decía Cortázar, texto y tejido tienen la misma raíz, ¿cómo se imbrican las lecturas en la obra de un autor? ¿De qué manera interviene el azar en la trama de una escritura? Enrique Pezzoni —o tal vez Jaime Rest u otra persona— pensaba a la literatura como una manta conformada por infinitos retazos, que son los libros. Esa idea de universalidad hace juego con la metáfora de Luis Gusmán y la valija de Frankestein: aquella que encuentra el monstruo en su peregrinar y con los libros que tiene adentro aprende a leer y aprende a leerse.
"La valija siempre está en movimiento", dice Gusmán y achina los ojos, como tratando de apresar un recuerdo de Pezzoni. "Enrique era alguien muy querido por mí. Muy amigo. Los libros de la valija son retazos que se sacan, se ponen. Yo creo que es una buena metáfora y que efectivamente se va renovando. Siempre hay un libro que falta y un libro que se sustituye."
La valija de Frankenstein es un largo ensayo de las obsesiones del escritor, los libros perdidos, los objetos que fuerzan las palabras. La pregunta del libro —la pregunta de los tres libros— es por el origen: cuándo alguien se hace escritor.
—¿Y usted qué llevaría en su valija?
—Borges, entero. Absalón Absalón, de Faulkner. El Gran Gatsby. Los diarios de Kafka. La poesía de Vallejo. Eso seguro. Y después, uno va cambiando.
El espíritu de una generación
Hablar de literatura con Gusmán es hablar de una genealogía de escritores argentinos. Cada respuesta abre una puerta por la que atraviesan Perlongher, Juan Carlos Martini Real, Fogwill, Masotta, Girri. La madre de Gusmán era espiritista y él, un poco, a fuerza de lecturas y recuerdos, se ha convertido en una suerte de medium de la generación.
De quien no hablamos, quién sabe por qué, es de Germán García. El autor de Nanina, Cancha Rayada y Hablan de Macedonio, entre tantos libros, fue, junto con Gusmán, uno de los hacedores de la mítica revista "Literal", en la que se publicaban textos de literatura, psicoanálisis y crítica cultural. La entrevista con Gusmán se da a media mañana; por la noche, nos enteraremos que García moría en el Hospital Italiano.
—En La literatura amotinada trabaja con Leónidas Lamborghini, Héctor Libertella y Ricardo Piglia, tres escritores muy importantes de su generación y tres amigos suyos. ¿Tenían que morirse para poder escribir sobre ellos?
—Posiblemente. Sobre Ricardo escribí algunas cosas y di el seminario en el San Martín sobre Masotta, Piglia, Libertella y Leónidas. Ricardo iba a ir; después ya no pudo. Es posible. Siempre es necesaria esa distancia. Pero es difícil escribir de la gente que no está. Es un poco desventajoso, más bien me da pudor.
—¿Piglia es el primero que se apropia de Arlt y Borges?
—Yo creo que Ricardo se apropia más de Arlt, que de Borges, y produce una lectura que no estaba hasta ese momento. No sé qué tan fácil sea leer a Arlt hoy sin la lectura de Ricardo.
—¿Algo así como la lectura que Germán Rozenmacher hace de "Casa tomada"?
—Pero Arlt, en un punto, es más contextual que Cortázar. Cortázar se sustrae un poco más por el lenguaje. Eso pasa también con Bioy. Tiene El sueño de los héroes, La invención de Morel y, sobre todo, El diario de la guerra del cerdo —¡que es anterior a La naranja mecánica!—, pero el lenguaje se vuelve contextual de su época. En cambio, en Borges no. Los compadritos de Borges son platónicos. Me parece que Ricardo produce la lectura de Arlt y de Borges, y le agrega lo que él llama "la máquina paranoica", que es el sistema del complot, la intriga. De Ricardo me gusta El último lector, me parece un libro muy bueno. En Respiración artificial, Ricardo tenía una escritura al servicio de su teoría, pero en El último lector y en los diarios tiene cosas poéticas. Escribe de otra manera. Aparte, los diarios son como la valija de Frankestein.
Borges en la aduana
En 1975, la revista "Siete días" lanza un concurso de cuentos policiales que tenía como premio un viaje a París. El jurado estaba compuesto por Borges, Marco Denevi y Augusto Roa Bastos. Uno de los ganadores fue Ricardo Piglia; otro Antonio Di Benedetto. Gusmán quedó entre los finalistas, pero fue descartado porque Borges dijo que su cuento era un plagio de El estruendo de las rosas, de Manuel Peyrou. Gusmán recuerda el hecho y se ríe:
"Recién ahora leí ese libro. Así que era un plagio espiritista. Me lo compré hace poco y me lo leí de pe a pa. No está mal, no está nada mal. Las veces que lo vi a Borges —y estuve unas cuantas veces con él— nunca me animé a decírselo."
—Ustedes son la generación inmediatamente posterior a Borges. Para la nuestra, Borges es un anciano, un abuelo. Pero para ustedes era un padre. Y al padre hay que matarlo.
—Yo lo amaba tanto a Borges. Lo quería tanto. Me parece que Fogwill tenía razón cuando decía que Borges era la aduana argentina. Están los que pasan de contrabando, los que pagan peaje. Además, lo leyeron todos: de Umberto Eco a Foucault, de Lacan a Harold Bloom. Él crea su propia tradición y cambia cómo se lee la literatura. Lo cambia con "Pierre Menard, autor del Quijote" y con "Kafka y sus precursores", cuando dice cómo Kafka influyó en Melville. Cambia el eje de la temporalidad lineal de la literatura. Esos dos textos son una cuña para leer desde otro lado.
—Está también "El escritor argentino y la tradición".
—¡Es impresionante! Ahí cambia la espacialidad. El dice que para escapar del color local pensaba en Paseo Colón y escribiá Rue de Tuolon. El día más feliz de mi vida fue cuando hicimos una charla y estuvimos los dos. Era bravo, era bravísimo. En un momento me dice: "Qué bárbaro jovencito, pensar que yo me escribí una sola vez y usted me leyó tantas veces". A diferencia de Bioy y de Fogwill, que se les nota cuando te van a hacer la ironía, este era como la Madre María. Una vez lo llevé a la Escuela de Psicoanálisis y en el coche me dice que quería tomar algo porque estaba muy nervioso. Entramos y se lo digo al organizador, y él le dice: "Maestro, ¿quiere vino blanco o tinto?". "Da lo mismo, si soy ciego".
El frasquito prohibido
Como le pasó a Germán García con Nanina, Gusmán también sufrió la intolerancia y la brutalidad de la dictadura y su primer libro, El frasquito, hoy un clásico, fue censurado en los setenta. Por la sordidez del relato, la estructura y el efecto lingüístico desorbitado, ya había sido difícil encontrar un editor. Fue recién cuando Piglia se ofreció a hacer el prólogo que Alberto Noé lo publicó.
—Hace un tiempo en el parque Rivadavia me quisieron vender la segunda edición de El frasquito. No lo compré porque no era la primera. Costaba un dineral.
—¿En serio? Yo no lo tengo. No tengo ni el prólogo. En ese tiempo no había ni fotocopias y a Ricardo se le cayó el prólogo en la alcantilla y me lo trajo todo mojado. No tengo ni el prólogo ni el original. Tampoco tengo fotos. ¿Con los amigos te vas a sacar fotos? Si nos vemos todos los días, es ridículo.
El libro circuló entre un grupo reducido de lectores, hasta que Osvaldo Soriano publicó una reseña en "La Opinión" y explotó. Se convirtió en un boom de ventas. Y de ahí al escándalo y la prohibición. Gusmán —fantático de Racing— dice que una vez Roberto Perfumo entró en la librería Martín Fierro donde él trabajaba y le regaló un ejemplar. Otra vez se lo dio a Elsa Daniel, la actriz de "La casa del ángel", y se fueron juntos a tomar un café. Qué pasó después, no lo cuenta.
—¿El frasquito es su libro más "lamborghiniano"?
—No, yo pienso que no. Masotta lo tenía claro, porque decía El Fiord era vindicativo y El frasquito no. El frasquito es mucho más subversivo porque atenta contra la religión. Mucho más que El Fiord. No estoy comparando, sino haciendo diferencia. Es mucho más fragmentario que El Fiord, que es más lineal. Yo lo escribí como pude. Pasé como escritor vanguardista y para mí es un libro espiritista. Un libro dictado: "amandomé", dice. Es amándome, pero yo lo escuchaba así, amandomé. Amándome no sería lo mismo que amandomé, chupandomé, tocandomé. El frasquito, leído en los 70, era un libro de ruptura, de vanguardia, a mí me angustiaba. Hoy cuando lo lee gente joven, me dicen: "Qué divertido". Los estados de lengua y los protocolos de lectura cambian mucho según las épocas.
La muerte prometida
Durante años, Gusmán creyó que era judío: su apellido no llevaba tilde, era Gusman. Fue hace relativamente poco —y lo cuenta en La rueda de Virgilio— que supo que, en realidad, su familia venía de la región de los Abruzzo —"como la de John Fante"— y se llamaban Gusmano.
La pregunta por el pasado y por el origen, encierra también un interrogante por el futuro y el final. Gusmán tiene 74 años. Sigue trabajando y escribiendo pero le saltan otras cuestiones:
"¿Cómo me gustaría ser recordado?", dice. "Escribí tres páginas y no pude seguir, porque la cosa es seria. Uno cree que es una boludez, pero no. Me parece que la diferencia con Ricardo, y quizá por eso escribí La valija de Frankestein, es que yo no tengo una teoría para escribir. Todos mis libros son diferentes. No tengo una teoría previa; leo cada texto en su singularidad. Por eso Villa es tan distinto a El frasquito. Yo creo que lo más difícil para un escritor es escribir personajes. Hay pocos en la literatura argentina. Yo diría que Villa es uno."
—¿Otro es Renzi, de Piglia?
—Sí, pero Villa no tiene alter ego. Está Erdosain. Está Molina, de Puig. Puig tiene la virtud de escribir personajes femeninos, que es lo más difícil para un escritor hombre. La Maga de Cortázar es Oliveira, no es una mujer como Madame Bovary. Es muy difícil para un escritor y ese es mi desafío. El otro día salí de casa y me crucé un chico que venía leyendo. Me dice: "¡Gusmán!". Y yo, que soy medio distraído, le pregunto de dónde lo conozco. "¿Quién sos?", le digo. "Un lector". Un lector. Le di el mail y todavía no me escribió. Y cuando se iba me dijo: "¡Qué novela, El peletero!". Eso lo mejor que te pasa con la literatura. ¿Cómo me gustaría ser recordado? Como ese chico, como ese lector.
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