La tragedia de los niños ilegales en Estados Unidos

En el ensayo “Los niños perdidos” (Ed. Sexto Piso), la mexicana Valeria Luiselli aborda la traumática historia de los menores indocumentados en su lucha por conseguir una visa en Estados Unidos. El libro recibió este año el “American Book Award”.

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Valeria Luiselli recibió el American Book Award
Valeria Luiselli recibió el American Book Award

Como un gancho directo a la boca del estómago. Eso produce Los niños perdidos, de Valeria Luiselli (Ed. Sexto Piso). En este "ensayo en cuarenta preguntas", la joven autora mexicana que ya se había convertido en una de las favoritas de la crítica por Papeles falsos y Los ingrávidos, se mete ahora con una de las verdades más difíciles de aceptar: la realidad de los niños ilegales en Estados Unidos. Si alguna vez Banksy metió un elefante "camuflado" en una habitación para hablar de la pobreza mundial que pasa inadvertida, lo que hace Luiselli con este texto de apenas 103 páginas es meter, ya no un animal, sino una bestia.

Bestia: así le dicen al tren que usan los migrantes. Un tren desvencijado, que no está preparado para transportar pasajeros, donde los accidentes y los descarrilamientos son cotidianos. Y cuando no es el tren mismo el que supone un peligro, las amenazas son los traficantes, los ladrones, la policía y los militares, que intimidan, extorsionan, asaltan, secuestran, asesinan.

"¿Por qué viniste a Estados Unidos?" Esta es la primera pregunta de un cuestionario de cuarenta que se le hace a los chicos indocumentados que cruzan la frontera mexicana. Escapan de países como Guatemala y Honduras, de la miseria y el hambre, de la violencia y los narcos, de la muerte y el abandono. El cuestionario se utiliza en la Corte Federal de Inmigración, en Nueva York, y tiene por objeto reunir el suficiente material como para encarar una posible defensa.

Luiselli es intérprete en la corte. En la primera página del ensayo describe su tarea: "Repaso las preguntas del cuestionario, una por una, y el niño o la niña las contesta. Transcribo en inglés sus respuestas, hago algunas notas marginales, y más tarde me reúno con abogados para entregarles y explicarles mis notas. Entonces, los abogados sopesan, basándose en las respuestas al cuestionario, si el menor tiene un caso lo suficientemente sólido como para impedir una orden terminante de deportación y obtener un estado migratorio legal".

Cuanto más terribles las respuestas —¿Te sientes seguro aquí? ¿Cuántas horas al día trabajabas en tu país de origen? ¿Te daría miedo volver a tu país de origen?—, más chances de quedarse.

Los niños perdidos tiene prólogo de John Lee Anderson
Los niños perdidos tiene prólogo de John Lee Anderson

Peter Pan y la green card

El título del ensayo surge por un equívoco de la hija de Luiselli: es ella quien hablaba de los niños perdidos; tal vez se le olvidaban palabras más difíciles como "indocumentados", "migrantes" o "refugiados". O tal vez porque cuando hablaba de ellos pensaba en la banda de chicos que seguían a Peter Pan. La pregunta es quién es Peter Pan aquí.

En Oración. Carta a Vicki y otras elegías políticas, María Moreno habla de los hijos de los desparecidos durante la dictadura militar y fuerza la fábula infantil para hablar del País del Nunca ja-Más. Es significativo cómo ese "nunca jamás" es, tanto en el libro de Moreno como en el de Luiselli, un lugar —Argentina; Estados Unidos— que se desvanece entre laberintos judiciales. Los chicos perdidos son retenidos en "Hieleras" —por su nombre en inglés: ICE Box— a la espera de que un abogado se ocupe de ellos.

Entre octubre de 2013 y junio de 2014, la cantidad de menores detenidos en la frontera México-Estados Unidos superó los 80.000. Un año después, había aumentado a 102.000. La maquinaria para desplazar semejante cantidad de personas es una industria que mueve millones de dólares: cada chico paga entre tres y cuatro mil dólares a un "coyote" que lo cruza; mientras tanto, México y Estados Unidos invierten enormes sumas en armamentos, drones, cámaras de vigilancia.

Y, sin embargo, ningún "coyote" ni ningún programa del Estado puede asegurar la vida de los migrantes: el 80% de las mujeres y niñas que cruzan el territorio mexicano para llegar a Estados Unidos son violadas en el camino ("Las violaciones son tan comunes", dice Luiselli, "que se dan por hecho, y la mayoría de las adolescentes y adultas toman precauciones anticonceptivas antes de empezar el viaje"); se estima que entre 2006 y 2015 desaparecieron 120.000 personas.

Un migrante centroamericano con un cartel dedicado a Donald Trump (REUTERS/Hannah McKay)
Un migrante centroamericano con un cartel dedicado a Donald Trump (REUTERS/Hannah McKay)

La épica y la tragedia

De todas las entrevistas que se mencionan en el libro, hay una que se sigue con especial atención. Manu es un chico hondureño de 16 años. Escapó —la palabra es esa— de su país gracias a que su tía le pagó al coyote. Manu había quedado en medio de una lucha de poder entre dos bandas de narcos: unos lo querían reclutar; otros lo estaban cazando. Una tarde, a la salida del colegio, le hicieron una emboscada y mataron a su mejor amigo. La policía, que sabía de esto, no hizo nada.

Manu entró a Estados Unidos por Texas, viajó hasta el estado de Nueva York para encontrarse con su tía y retomó los estudios en una escuela de Hempstead: al poco tiempo, allí, en la escuela, pandilleros de la misma banda de narcos lo encontraron, lo amenazaron y hasta terminaron bajándole dos incisivos.

"Entre Hempstead y Tegucigalpa", escribe Luiselli, "hay una larga cadena de causas y efectos. Ambas son ciudades en el mapa de la violencia relacionada con las guerras del narcotráfico. Sin embargo, casi todos los relatos oficiales negarían o ignorarían ese hecho".

Y aquí está el punto neurálgico del libro: la guerra del narco. La violencia de la droga te encuentra en el exilio. "Nadie, casi nadie, desde el lado de los productores hasta el de los consumidores, está dispuesto a aceptar su papel en el gran espectáculo de la devastación de la vida de estos niños. Sería un avance hablar del tema como una guerra hemisférica porque obligaría a repensar el lenguaje mismo en torno al problema y, por lo tanto, la posible dirección futura de políticas públicas para enfrentarlo. Los niños que cruzan México y llegan a la frontera de Estados Unidos no son 'migrantes', no son 'ilegales', y no son meramente 'menores indocumentados': son refugiados de una guerra".

Desde hace algunos años, en Estados Unidos se habla de la crisis de los migrantes. Las palabras, por supuesto, tienen un peso y una politicidad. Puede que la llegada de 100.000 niños por año suponga una crisis, pero en un país de casi 350 millones, el número, por enorme que parezca, no puede ser representativo en absoluto. Antes que una crisis es una tragedia.

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