¿Qué es el tiempo? ¿Por qué dormimos? ¿Cómo comenzó la vida? ¿Cómo es un agujero negro? ¿Qué hubo antes del big bang? Son preguntas que parecen tener respuestas evidentes. Pero no: a pesar de todo el saber que la ciencia ha generado, no puede responder estos interrogantes. Mejor dicho: todavía no los puede responder.
Nora Bär, reconocida periodista científica con casi 40 años de trayectoria, ganadora del premio Konex de platino en 2017, y autora de Gente brillante y, junto a Diego Golombek, de Neurociencias para presidentes, acaba de publicar un nuevo trabajo en donde señala Diez preguntas que la ciencia (todavía) no puede contestar. Es un libro brillante que transmite claramente la batalla épica que dan los científicos para expandir los límites del conocimiento.
"Armé el libro con las preguntas que me interesaban a mí", dice Bär en diálogo con Grandes Libros. "A lo largo de tantos años de trabajo uno se encuentra manejando conceptos que, sin embargo, no puede definir. Entonces, me manejé con lo que se discute entre los científicos, pero hay que aclarar que no contesto los interrogantes sino que pregunto, investigo, veo qué se escribe sobre ellos y trato de contarlo".
—De la lectura del libro surge que las preguntas que se hace la ciencia podrían ser las mismas que se hace la filosofía. Hay un límite en donde ambas disciplinas se tocan.
—Cuando la ciencia llega a las fronteras tiene mucho de filosofía, de ética, de las preguntas trascendentes que van más allá y que, por eso, nos atraen a todos. "¿Cómo empezó la vida?" es una pregunta que estaba antes de la ciencia organizada y va a continuar hasta que haya alguna respuesta certera. Todavía no la hay; lo que hay son hipótesis. Estas preguntas son las que le surgen a cualquiera de nosotros, aunque no seamos científicos. La ciencia tiene mucho de filosofía, de la misma manera que tiene mucho de poesía, de estética, de relaciones humanas. De hecho, muchos proponen que la ciencia y la literatura tienen modos creativos muy similares. Yo coordino los "Cafés científicos" de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. El último fue sobre Borges y uno de nuestros invitados fue Guillermo Martínez.
—Que escribió, justamente, Borges y la matemática.
—Exacto. Borges abreva mucho en la matemática; fue un lector de libros de matemática. Pero, además, me gustó que Martínez dijo que algunos de los cuentos de Borges tienen un patrón de escritura similar a la demostración de un teorema. Sigue un razonamiento lógico, con todos los pasos a la vista hasta llegar a una conclusión. Me encantó, porque uno ve cómo se da el ida y vuelta entre la ciencia y el arte.
El conocimiento científico y el lego tienen fronteras porosas, se influyen mutuamente. La ciencia es parte de la cultura y al mismo tiempo la moldea
—La explicación es algo fundamental en la ciencia, pero muchas veces la ciencia se explica para sí misma. Y las preguntas del libro tienen explicaciones que pueden ser muy complejas. ¿De qué manera las bajaste para comunicárselas a un lector lego?
—Cuando uno hace comunicación de la ciencia o periodismo científico, trata de reflejar el diálogo que existe en torno a estas preguntas, pero no baja el conocimiento. El conocimiento científico y el lego tienen fronteras porosas, se influyen mutuamente. La ciencia es parte de la cultura y al mismo tiempo la moldea. Pensemos en cómo el psicoanálisis marcó nuestro modo de concebir la psiquis. Uno no baja el conocimiento, sino que deja de lado algunos detalles técnicos, ecuaciones, nombres difíciles. El resultado es como asomarse sobre un bello paisaje donde uno no divisa árbol por árbol, pero ve el paisaje en su conjunto y eso le sirve para hacerse más preguntas. Lo lindo de esta aventura que es la ciencia es que nos provoca a hacernos preguntas y, de alguna manera, nos hace participar de la construcción de ese conocimiento.
—Con ese "todavía" entre paréntesis del título, ¿creés que estas preguntas van a encontrar respuestas?
—Si uno piensa en lo que se sabía hace 300 años y lo que se sabe ahora, salvo que el planeta se autodestruya —o nosotros lo destruyamos—, tengo la confianza en que sí, se van a responder de alguna manera. Son preguntas muy complejas, pero algunas están más a mano. Por ejemplo: ¿qué es el efecto placebo? Los médicos hablan mucho pero no saben qué es. Tanto es así que hace se creó una sociedad internacional para estudiarlo. Realmente tiene efectos impresionantes. Por ejemplo, si uno sabe que un medicamento es muy caro, es probable que sienta que le hizo bien.
—Hace poco, hablamos con Bibiana Ricciardi de su libro Poner el cuerpo, en el que aborda la experimentación farmacológica y ella decía que, cuando se prueba un medicamento, se hace en forma de "doble ciego" para que ni el médico ni el paciente sepan si está tomando la nueva droga o forma parte del grupo de control.
—Eso se hace, justamente, para que no interfiera el efecto placebo. De todas maneras, está, y los científicos que hacen investigación clínica tienen que descartarlo cuando evalúan los resultados. Me da la impresión de que, con más investigación, en algún tiempo se va a saber bien cómo actúa, por qué. Se sabe que hay un componente emocional, psíquico, pero todavía no se puede determinar exactamente cuáles son las vías por las que actúa.
—Algo que muestra el libro es la vitalidad de la ciencia argentina. Es llamativa la cantidad de científicos argentinos importantes, tanto en el país y como el exterior. ¿Por qué Argentina, más allá del contexto económico, social, político, ha dado siempre grandes exponentes de la ciencia?
—Uno a veces se pregunta cómo un país tan pequeño —porque somos 45 millones de habitantes; Brasil tiene cinco veces más— tiene tantos científicos destacados. Viajes a donde viajes, te encontrás científicos argentinos destacadísimos en muchísimos ámbitos. El Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, donde investigó Einstein, tiene una escuela de Ciencias Naturales con seis profesores que se dedican a investigar. Dos son argentinos: Matías Zaldarriaga y Juan Martín Maldacena. Maldacena, que es muy conocido —creo que tiene más de 15.000 citas—, se formó en el Instituto Balseiro. Pero muchos de los científicos que figuran en el libro son argentinos y trabajan en la primera línea de la ciencia: Gabriel Rabinovich, Alberto Kornblihtt, hay seis o siete argentinos en la Academia de Ciencias de Estados Unidos. Evidentemente hay algo que, por suerte, todavía tiene la ciencia argentina. Pero debo confesar que los últimos acontecimientos me preocupan tremendamente.
Se necesita volver a apostar al sistema científico argentino
—¿Los últimos acontecimientos es que el Ministerio de Ciencia haya bajado a Secretaría?
—Que baje a Secretaría, que se recorte el presupuesto brutalmente, que se recorte el ingreso de los investigadores. La verdad es que en estos días los científicos están muy decaídos; hay quienes están pensando en emigrar. Así como hay científicos argentinos que trabajan en el extranjero, también hay científicos que vienen acá —premios Nobel o luminarias de sus disciplinas— porque están trabajando con argentinos en el país. Todo eso se mantiene si uno tiene un sistema científico vital, pero, si se le cortan las alas, por cuánto tiempo sigue planeando. Se necesita volver a apostar al sistema científico argentino porque aquí hay mucho talento.
—¿Cuál es la responsabilidad del periodista científico en el desarrollo de la ciencia?
—No existe tal cosa como "la ciencia dice": hay un científico o un grupo de científicos o miles de científicos, pero no "la ciencia dice". Y así como hay quienes lo dan todo por su investigación, hay otros que son un poco más ambiciosos. Los científicos están equipados con algo maravilloso como es el pensamiento científico, que es un instrumento exquisito para conocer la naturaleza y para hacerse preguntas sobre la realidad, pero son seres humanos. Una de las tareas de los periodistas científicos es intervenir en el diálogo que debe existir entre los científicos y el resto de la sociedad. Hace tiempo, los científicos pensaban que no tenían por qué contarle al resto de las personas lo que estaban haciendo. La verdad es que sí tienen que contarlo y la sociedad también tiene algo que decir frente a las investigaciones. El científico no está aislado de las ideas de su época. Durante mucho tiempo se pensó que el cerebro de la mujer era inferior al del hombre. Y eso lo pensaban muchos científicos. Tiene que haber vasos comunicantes entre los académicos y los legos. Ni hablemos cuando la ciencia, que busca respuestas, además se aplica para desarrollar tecnología. Hay cosas que se pueden hacer, pero tal vez no queremos hacerlas. Y en eso todos tenemos que opinar.
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