¿Los moldes se hicieron para romperse? En el caso de Guillermo Martínez, la respuesta es sí. Jurado del Premio Nacional junto con Hinde Pomeraniec y Luis Chitarroni, el autor de Crímenes Imperceptibles (de la que está escribiendo una "especie" de secuela) y de Acerca de Roderer, Una felicidad Repulsiva e Infierno Grande, entre otros, se las trae. O, mejor dicho, se las sigue trayendo.
Martínez es uno de los pocos escritores que sabe mantenerse en el esquivo candelero literario, tal vez gracias a que ha elegido muy bien sus obsesiones: la lógica matemática, la relación padre e hijo y el sexo.
Hombre sobrio y elegante, llega a la entrevista vestido en tonos azules y sonríe casi sin decisión. Esto cambiará ni bien se instale y se sienta a sus anchas. Entonces, se entregará generoso, pero también, por momentos y debido a su gran inteligencia, difícil de seguir.
Le gusta, dice, que la tapa de Crímenes Imperceptibles esté ilustrada en algunas ediciones por el cuadro "El Tenista" de Guillermo Roux, un pintor argentino inquietante. En la pintura no hay torso, no hay cara. Es decir, vemos a un tenista que puede ser cualquiera: la equis de una ecuación.
La máquina de escribir
No es casual que hable de Chesterton y se reconozca en Henry James. En sus textos, ya sean cuentos o novelas, el enigma ocupa el centro de lo narrativo. Un enigma al que, gracias a la lógica, podremos acercarnos casi hasta tocarlo, pero que nunca lo podremos asir del todo.
Guillermo Martínez encarna algo que ya se perdió: la relación de respeto y admiración con los padres. Los jóvenes de hoy piensan que la gente "grande" nada sabe, nada puede trasmitir. Es una sociedad inmersa en el ya mismo, que se maneja a la velocidad del click de un mouse. Martínez recuperó la figura de su padre y le rinde homenaje publicándole un libro de cuentos con el título Un mito familiar. El mito es su padre, eso queda clarísimo. Un padre especial, multifacético, que organizaba mini torneos caseros de escritura los domingos con sus hijos y que los premiaba pasándoles en limpio el cuento en su vieja máquina de escribir.
El sexo y el tenis, una matemática imperfecta
En la matemática del sexo dos más dos no son cuatro: ¿Puede dar más si hay pasión? Si el sexo es vida: ¿su contraposición es la muerte o la falta de deseo? ¿Qué pasa con la homosexualidad o la bisexualidad?
En Crímenes imperceptibles un joven que va a estudiar a Oxford juega un set memorable de tenis con una pelirroja infartante. En el cuento "Una felicidad repulsiva" (primero del libro homónimo) también hay tenis: juega el protagonista y la familia repulsivamente feliz. Acá hay varios sets y el último resuelve el cuento con la mayor de las intrigas y al estilo de los mejores relatos de Stephen King.
En aquella novela, que fue llevada al cine nada menos que por Alex de la Iglesia, hay un angstum (animal parecido a la comadreja) tendido muerto con su cría en la calle sin que nadie se atreva a levantarlo. Los autos le van pasando por encima. Cada neumático se lleva su pedazo hasta que ni el trazo queda. El tiempo todo desaparece.
Guillermo frente al espejo
En un café imposible con Martínez, de esos que uno cree que nunca van a ocurrir, el escritor cuenta de la obra por venir, que está relacionada con Crímenes y con Lewis Carroll y sus investigaciones, pero que recién está terminando porque "todo me lleva tiempo, soy un escritor lento".
Se le perdona, claro. Porque se esperan más crímenes, sexo, matemáticas, perversión y muerte.
LEER MÁS:
>>> Descubrí los libros del momento en GrandesLibros.com