Olivier Norek, el escritor francés que fue policía durante 18 años: "Sería hipócrita decir que la sociedad francesa no es racista"

Invitado por el Festival BAN, el autor de "Efecto Dominó" (Grijalbo) habló con Grandes Libros sobre los efectos políticos y sociales que busca generar con sus novelas.

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Olivier Norek visitó Buenos Aires
Olivier Norek visitó Buenos Aires para participar del festival BAN, de novela negra

"A los 17 años, mi papá me dio tres cheques. Eran para comprar un auto, pagar mis estudios y tener un departamento en París. Y cuando los tuve en las manos vi el final de mi vida. Estaba todo demasiado armado, demasiado cuadrado. Pensé: tengo que saber quién soy antes de subirme a los rieles de una vida ya escrita."

La historia de Olivier Norek es una aventura que todavía hoy se escribe sobre la marcha. En aquel entonces rechazó los cheques del padre y se contactó con diferentes organizaciones de ayuda humanitaria de Francia. La primera en responder fue Farmacéuticos sin Fronteras: dos meses después viajaba a Guayana y Surinam llevando medicamentos y equipamiento médico. Tiempo más tarde lo hacía en la ex Yugoslavia, en pleno conflicto bélico.

"Soy una persona que odia sus miedos", dice ahora a modo de justificación, en diálogo con Grandes Libros, "y, entonces hago cosas que requieren que me supere a mí mismo. Pero, además, no me quiero demasiado, entonces necesito hacer cosas por el otro, porque en la mirada del otro logro apreciarme a mí mismo". Esta última frase, que remite a la máxima sartreana "El infierno son los otros", es, dice, aquello que lo impulsa a relacionarse con la gente y su humanidad.

Algunos años más tarde de aquel capítulo de su vida, Norek ingresó en la policía en Sena-Saint-Denis. Durante 18 años trabajó en una de las zonas más peligrosas de Francia, en donde se desarrolló como oficial de la sección de Investigaciones de la SDPJ 93 (Subdirección de la Policía Judicial 93): "Me ocupaba de homicidas, violadores seriales y secuestros extorsivos", dice, y agrega que hay que borrar las fantasías sobre el accionar de la policía: "el 80% del tiempo estamos haciendo investigación científica o informática en un escritorio; apenas el otro 20% se dedica a seguimientos y detenciones".

Efecto dominó, la novela de
Efecto dominó, la novela de la saga del Capitán Comte traducida al español

La novela policial, o cómo estafar al lector

Todavía hoy Olivier Norek es policía. De hecho, tiene el grado de teniente. Pero hace seis años pidió una licencia para dedicarse a escribir. "Tengo derecho a diez años de paréntesis", explica, "y en cuatro años voy a tener que preguntarme si soy autor o policía".

¿Cómo se decidió a escribir?

—Había ganado un concurso y una editorial me pidió que trabajara con testimonios de policías. Empecé a escribir algunas páginas, pero eran denuncias muy fuertes y pensé que, si escribía una novela, el mensaje pasaría mejor. Así que me aparté de la policía judicial durante el tiempo que escribía la novela. Contra todo lo que podía esperar, a la novela le fue muy bien y ahora ya estoy en la quinta.

Las novelas de Norek forman una saga noir protagonizada por el Capitán Victor Coste. En español se ha traducido Efecto dominó (Grijalbo), por la que recibió el premio Novela Negra Europea en 2016. La trama es interesante: el hermano menor de la líder de una banda de ladrones cae preso y es encarcelado en una de las peores prisiones de Francia; para liberarlo, sus compañeros deciden entrar en el depósito judicial de objetos decomisados, si se pierde la evidencia se cae el juicio y el ladrón puede ser exonerado.

Lo curioso es que la novela provocó un verdadero "efecto dominó", pero no en los lectores, si no en los policías. El depósito que, tal como cuenta Norek en la novela, tiene 200 metros cuadrados de pruebas de infinidad de criminales, podría haber sido robado fácilmente. Pero, tres meses después de la salida del libro, ya habían colocado un detector de metales, vidrios blindados, puertas con código de seguridad, cámaras y cuatro guardias.

"No señalo las cosas para burlarme", dice, "ni me río de una profesión con la que me alimenté tantos años. Solamente porque sigo enamorado de ese trabajo creo que puede mejorarse".

Hay en la novela una denuncia implícita sobre las condiciones de hacinamiento de las cárceles y de cómo es imposible que sea un lugar para restituir al criminal. ¿Por qué, a diferencia de las series de televisión no planteó una prisión más estetizada?

—Yo soy policía y hago novelas con policías. Lo que se espera de mí es la verdad. Los lectores no me piden que estetice la cárcel, si no que pruebe las cosas, que las mire, las huela. El pacto con el lector es asegurarle que todo lo que va a leer es la verdad. Y es un pacto que hago también con los guardiacárceles y con los presos. Y, porque quiero a mi policía, a mi Justicia y al medio penitenciario, me permito rascarlos un poco. No para escupirles encima, si no para que mejoren. Cuando denuncio la situación de la policía es para abrirles los ojos y ayudarlos a que sean mejores.

Hoy Europa está sacudida por inmigrantes y refugiados. En la novela, los presos son básicamente inmigrantes. Quería preguntarle, con su experiencia en la policía, cómo es la relación con ese otro, con el desplazado, con el inmigrante.

—El nacimiento de la criminalidad y la delincuencia se da en la pobreza y las cárceles están llenas de pobres. No es que las cárceles estén llenas de negros y árabes: lo que pasa es que hoy los pobres son negros y árabes. Las generaciones de polacos, italianos y españoles que llegaron antes a Francia pudieron integrarse porque había trabajo; las últimas generaciones llegaron a un país en el que ya no había lugar. Por eso, una parte de ellos —tampoco hay que generalizar— se volcó hacia la delincuencia. El problema de inmigración es el tema de mi nuevo libro: estuve tres semanas en "La jungla de Calais", donde retienen a quienes quieren seguir a Inglaterra, hablé con refugiados, con policías y con los habitantes de la ciudad, y, a partir de esas miradas, construí la novela. Como sé que es un tema del que nadie quiere leer más de una página, inventé la historia de dos policías, uno sirio y otro francés, que tienen que perseguir a un asesino: dos policías frente a diez mil sospechosos. Es un libro con un montón de acción, pero que, en realidad, trata sobre la inmigración.

¿Escribe con un objetivo por encima del entretenimiento?

—La novela negra te permite "estafar" al lector y traer un tema sociopolítico sobre el que no hubiera leído. ¿Quién quiere leer 500 páginas sobre las cárceles en Francia? Lo primero que hago es elegir el combate que quiero librar y alrededor de ese problema invento una historia policial. El crimen y el criminal no son lo primero en lo que pienso. Primero necesito algo que me dé energía. Necesito nafta.

El campo de refugiados de
El campo de refugiados de Calais (AFP)

La radicalización de los inmigrantes

El escritor belga Fikry El Azzouzi escribió Nosotros en la noche, una novela sobre un grupo de jóvenes que, por ser hijos de marroquíes, la sociedad no los considera como compatriotas y ellos, sintiéndose expulsados, encuentran resguardo en el islamismo más radical. ¿En Francia se da una situación similar?

—Por supuesto. Nosotros tenemos los mismos problemas. Los chicos árabes y negros son considerados extranjeros por más que hayan nacido en Francia y sean franceses. Eso es lo que ellos sienten; yo los considero franceses.

¿"Ellos" son los mismos chicos o la sociedad?

—Un poco ambos. Sería hipócrita decir que la sociedad francesa no es racista. Tuvimos dos candidatos de extrema derecha que llegaron a la segunda vuelta de las elecciones. Se cree que el 30% de la población francesa es racista. Esos chicos que, con o sin razón, no se sienten franceses, cuando en las vacaciones van a los países de sus padres son allí también considerados extranjeros. No encuentran su lugar. Hasta que el islamismo los tranquiliza. ¿Por qué? Porque el que los recluta les dice dos cosas que nunca oyeron: "Te quiero" y "Tengo una misión para vos". Es importante destacar que para los reclutas del Estado Islámico se interesan en quienes están perdidos. Trabajan en barrios desfavorecidos, en hospitales psiquiátricos, en campos de refugiados. Buscan las mentes frágiles, buscan a los rechazados.

¿Hay una forma de salir de ese círculo?

—Creo que no tiene nada que ver con el islam. Si ellos chicos tuvieran un trabajo, una profesión, una familia, una casa, no se volcarían hacia el islam radical.

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