El 30 de julio de 1971 ocurrió en Montevideo la mayor fuga de una cárcel de mujeres de la historia. Conocida como "Operación Estrella", 38 presas políticas integrantes del Movimiento Tupamaros escaparon de la cárcel corriendo por las cloacas de la ciudad en una acción que, por la coordinación entre las reclusas y los militantes que hicieron el boquete para liberarlas, las situaciones dramáticas que se dieron en esos días y las tensiones que se daban con las monjas —la cárcel funcionaba en una suerte convento de la congregación del Buen Pastor—, merecería ser el argumento de una película taquillera o de una miniserie de Netflix.
Sin embargo, pese a todas esas cualidades cinematográficas, el episodio estaba cayendo rápidamente en el olvido. Hasta que Josefina Licitra lo rescató con la crónica 38 estrellas (Seix Barral). Tras varios años de trabajo e investigación pudo darle forma y reconstruir la historia. Claro que con la distancia que da el tiempo, la crónica permite interpretar ahora, no sólo un momento histórico de la política latinoamericana, sino también el lugar que tienen las mujeres en la sociedad.
En diálogo con Grandes Libros, la escritora señala que fue descubriendo la trama de a poco y, cada vez, quedaba más y más atrapada: "Como si el sistema de círculos se hubiera ido ampliando: primero fue la historia de una fuga, que es algo que me interesa, después era una fuga de mujeres, y que fueran mujeres políticas me interesaba más, y que entre ellas estuviera Lucía Topolansky, que hoy es la vicepresidenta de Uruguay y que en el momento en que empecé a investigar era primera senadora. Mi termómetro es absolutamente autorreferencial, egoísta y sesgado: es mi propio interés. Pero confío bastante en él."
—¿Por qué una fuga de esta magnitud se estaba olvidando?
—Manejo dos hipótesis. Por un lado, se dio dos meses antes de la fuga de Punta Carretas, donde estuvo involucrado Pepe Mujica, y que llevó a la libertad a 111 presos, la mayoría de ellos políticos pero también comunes. Fue una fuga tan escandalosamente amplia que quedó en el Guinnes de los Records. Esa proximidad la opacó. Pero también hay otra lectura, que fui tratando de construir a lo largo del libro: al haber sido una fuga de mujeres no tuvo el mismo lugar ni en la línea histórica del Uruguay ni en la de la izquierda ni en la de Tupamaros, por cuestiones que hoy se pueden entender como de género.
—Muchos de los testimonios del libro hablan de una aceptación natural del machismo.
—Uno de los hallazgos con los que di en la investigación fueron las Actas Tuparamas, escritas por Eleuterio Fernández Huidobro —quien después sería Ministro de Defensa de Mujica. Eran una especie de manifiesto con los objetivos y el origen del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Hay un capítulo dedicado a la función de las mujeres en el movimiento que parece salido de la "Para Ti", en donde se dice que una buena guerrillera, además de cumplir sus funciones, tiene que esperar a su compañero con una rica comida. Se le atribuían funciones no solo propias de la guerrilla armada sino también de un ama de casa. Lo interesante es que en ese momento no había objeciones de las mujeres.
—Luis Mattini, que fue un dirigente de alto rango del PRT y escribió los libros de memorias Los Perros y Las Perras, hablaba de ciertos debates en torno a acciones que debían ejecutar frente a la policía o el ejército en donde una mujer tenía que seducir a un soldado. Estaban todos de acuerdo hasta que había que determinar quién iba a hacerlo: ningún hombre quería que fuera su mujer.
—Estas cosas se enredaban con la moral conservadora del movimiento. Para poder robar un auto, nada mejor que una mujer teniendo arrumacos con un supuesto novio como pantalla para usar una ganzúa y abrir la puerta. Nada más inofensivo que una mujer paseando un perrito para estudiar la manera de acceder a una casa que quieren robar. Pero, a la vez, todo era lícito en tanto el cuerpo de la mujer no quedase expuesto de un modo "inmoral" porque en términos sexuales eran movimientos conservadores. No iban a entregar a sus mujeres; lo que no me parece mal. Lo que me parece mal es el concepto "sus mujeres".
—¿De qué manera se divide la categoría preso común de preso político?
—Creo que la diferencia es el objetivo y el programa que sostiene a cada uno. Cuando los robos, los secuestros, las extorsiones tienen como objetivo la lucha armada, la revolución social, un mundo sin explotados ni explotadores, que era el lema detrás del que iban los tupamaros, se puede entender que ahí hay un preso político. De hecho, quien los empieza a pensar en esa categoría es el comisario Alejandro Otero, un hombre muy particular porque además era árbitro de fútbol, un personaje muy interesante que era un comisario de la democracia y que no torturaba. Él empieza a ver ciertos hechos policiales —robos, sobre todo— que no respondían a maniobras de delincuentes comunes, sino que tenían un objetivo político por detrás. En un comienzo los ponen en la cárcel mezclados con los presos comunes, hasta que terminan viendo que no era buena idea que un preso político, con la capacidad de conceptualizar planes de todo tipo, se juntase con la "amoralidad" de un preso común, y terminan separándolos en pabellones aparte.
—Es muy llamativa —está al comienzo del libro y no sé si no es justamente Otero quien lo dice— la mención al peronismo: "Ustedes son peronistas", le dicen a los tupamaros. Hasta esa frase nunca me había imaginado a Sudamérica como un todo donde el peronismo podía mutar y trasvasarse a otros países.
—Pero no solo eso. Se puede pensar, por ejemplo, en el Plan Cóndor: los sistemas represivos también tenían una interconexión entre países. La izquierda también estaba conectada y a mí me fascinó el diálogo permanente que había entre Argentina y Uruguay. Había un ida y vuelta permanente entre Montoneros y Tupamaros. La fuga de la cárcel de mujeres tuvo sus réplicas en la Argentina. Hubo una fuga en la cárcel del Buen Pastor en Córdoba un tiempo después que se hizo con el asesoramiento de gente que estuvo en la Operación Estrella. La toma de La Calera hecha por montoneros es casi una réplica de lo que fue la toma de Pando en Uruguay.
—Da la sensación de los Tupamaros eran más ordenados que Montoneros, que podían hacer operaciones más meditadas. ¿Es así? ¿Cómo funcionaba Montoneros como espejo en ese sentido?
—Creo que la posibilidad de tramar acciones con más tranquilidad tiene que ver con que los tupamaros no se estaban enfrentando a un Estado ni remotamente tan violento como el de la Argentina. Primero era un Estado democrático: los tupamaros nacen y crecen en democracia; una democracia muy particular —una "demodura" se podría entender—, pero formalmente era un sistema democrático. No había desapariciones, casi no había muertos, Otero se negaba a torturar. Los tupamaros nacieron al calor de un sistema democrático y se dieron el lujo de poder pensar las acciones con la tranquilidad de alguien que no tiene que enfrentarse a un enemigo que le apunta con un revolver en la sien. Además eran menos. Si bien creció exponencialmente a mucha velocidad, empezaron siendo 50 y en un año eran 5000, nunca pasaron de esa cantidad. Para Montoneros no fue algo menor lidiar con un Estado sangriento que fue cada vez más escandalosamente criminal. Y creo que eso hace que se hayan pensado las operaciones de una manera más sangrienta también, porque fue un movimiento que tuvo mucho más muertos propios y ajenos.
—Después de muchos años de debate, sabemos que no fue una guerra, si no terrorismo de Estado, y que la "teoría de los dos demonios" es inválida. Pero los Montoneros muchas veces hablaban en términos de guerra. Yo creo que es una contradicción propia de la militancia. Repito: después de muchos años de debate quedó definido que no hubo una guerra y que la teoría de los dos demonios no es válida. Pero esa contradicción existe. ¿Existía también con los tupamaros?
—Sí, absolutamente. De hecho hay una autocrítica sobre ese modo militarizado —cosa que no sé si sucede acá porque no es una línea que haya trabajado—; es una autocrítica parcial respecto de ejecuciones que hicieron. Pero, en todo caso, la condición más marcial del movimiento la veo como algo inevitable. Eran movimientos de guerrilla armada, de movimientos militarizados con portación de armas: la disciplina no era un tema menor. No se podía pensar por afuera de los sistemas piramidales de obediencia que uno puede encontrar en el ejército. Yo creo que eran preocupantemente parecidos en términos de estructura moral, sólo que lo que perseguía cada uno era distinto, y en un caso estaba el Estado detrás, con toda la posibilidad del daño que puede tener el Estado, y en el otro caso había un daño mucho más acotado.
—Una gran diferencia entre Montoneros y Tupamaros tiene que ver con la religión: mientras Montoneros nace en el seno de un grupo católico, Tupamaros nace en un país completamente laico.
—Uruguay es un país absolutamente ateo; hace más de un siglo que lo son. Es curioso que en ese contexto, cuando las presas caen son llevadas a una cárcel que era el último bastión de la religión, regenteada por monjas. Era una cárcel que parecía más bien un internado de señoritas. Hubo dos fugas. La primera se hizo casi con relativa facilidad; no parece tan complicado escaparse de unas viejas monjas. Después, en la segunda cárcel, cuando caen las que terminarán fugándose en la Operación Estrella, formalmente las monjas las recibían en la cárcel pero la seguridad estaba a cargo de guardia cárceles porque, evidentemente, no podían seguir manteniendo aquel otro sistema tan vulnerable. Pero los tupamaros no mencionan la idea de Dios de ninguna manera. En cambio, Montoneros… Hace algunos años, leyendo Timote, de José Pablo Feinmann, entendí de dónde venía Montoneros. No sé qué tipo de libertad puede plantear un movimiento que cree en Dios.
—Es un buen libro ese de Feinmann, que es sobre el asesinato de Aramburu.
—Es un libro maravilloso, que circuló poco y que está fuera del canon. Es un libro en el límite entre la ficción y la no ficción; está propuesto como una novela. Yo entendí el nacimiento de Montoneros con ese libro. Me parece buenísimo a nivel informativo, me gusta la posición que tiene el narrador dentro del libro. Es un gran libro.
—Al tuyo lo pondría más cerca de La Voluntad, ese monumento que escribieron Caparrós y Anguita sobre la militancia argentina. Tu libro podría ser el tomo con el espejo uruguayo.
—Puede ser una versión especular. Yo creo que todos tenemos una historia común y lo que se va construyendo de a poco es una especie de relato prismático en el que vamos sumando nuestro cubito adentro del cubo más grande. Esta es la pata uruguaya.
LEER MÁS:
>> Descubrí los libros del momento en GrandesLibros.com