Fernando Savater: "El aborto no es un crimen ni un holocausto, pero es un problema moral"

Antes de su participación en el festival de literatura Filba, el filósofo y escritor español habló con Grandes Libros sobre la actualidad de la disciplina en la que brilla desde hace varias décadas.

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El español Fernando Savater, autor de Ética para Amador, Los diez mandamientos del siglo XXI y El jardín de las dudas, entre tantos otros títulos, visitó Infobae para participar en una entrevista que, por momentos, se convirtió en una cátedra magistral sobre la actualidad y la importancia de la filosofía.

Fue unas horas antes de que se hiciera pública su decisión de ausentarse al festival internacional de literatura Filba para ir al estreno de "La Bohéme" en el Teatro Colón. Cabe señalar que Savater llegó a Buenos Aires justamente para participar en dos encuentros del festival —un panel y un taller—, pero a último momento pegó el volantazo. Más allá de la exquisitez de la ópera de Puccini, que tiene a Joseph Colaneri en la dirección musical y a Stefano Trespidi en la dirección de escena, su actitud nos dejó un tanto desencantados a quienes lo vimos en el estudio, ya que, lejos de honrar un compromiso adquirido hace meses, mostró un perfil que no se condice con los valores que mencionó en la charla.

Con todo, este pequeño escándalo no es más que una nota al pie en una vastísima trayectoria, y bien vale dedicarle un tiempo de lectura a las definiciones que dio en la entrevista acerca de la disciplina en la que se destaca desde hace décadas.

Fernando Savater
Fernando Savater

¿Es consciente del lugar que ocupa para los lectores?

—Creo que he ayudado a bastante gente, sobre todo porque en la época en que escribí Etica para Amador no era habitual hacer ese tipo de acercamiento a temas serios de una forma accesible y sin caer en la autoayuda. Hoy, muchos de los libros que aparecen como de filosofía, son en realidad de autoayuda. La filosofía está hecha de preguntas, no de respuestas. Creo que mi intento por hacer filosofía de una manera que la gente la pueda ver ha ayudado a profesores, a alumnos y también a padres e hijos.

Sobre todo un libro como aquel, que está dedicado a su hijo.

—Bueno, pero eso tiene truco, porque mi hijo se llama Amador; si se llamaba Eulogio seguro que no le dedicaba el libro. Pero Amador pegaba bien con lo que quería contar. En ese entonces, él tenía 15 años y pensé que imaginándome que hablaba con él, perdería un poco la rigidez académica que a veces nos posee a los profesores. No hay que olvidar que la palabra "pedante" significa "profesor" en italiano.

Platón decía que el poder tenía que se administrado por un filósofo. Pero hoy, ¿cuál es el rol de los filósofos?

—Platón dijo eso en La República, que es un libro de mucho humor. Hay que decir que él intentó ir a Sicilia y convertirse en el mentor del tirano de Siracusa y la experiencia no le salió nada bien. Todos vivimos haciéndonos preguntas, pero la mayoría son preguntas instrumentales. Me pregunto qué hora es porque quiero ir a tomar un avión o acudir a una cita. Y cuando me dicen "Las seis y cuarto", la pregunta se cancela y lo que me interesa es el avión o la entrevista. En cambio, si me pregunto "Qué es el tiempo", esa pregunta no tiene nada que ver con lo que voy a hacer: tiene que ver con lo que soy. Reflexiona sobre lo que soy. No hay una respuesta, nunca se va a cancelar Qué es el tiempo, Qué es la libertad, Qué es el arte. Al contrario, las respuestas de la filosofía hacen que uno se interese más sobre las cosas. A diferencia de la ciencia, aumentan la indagación, no la resuelven. El filósofo —o cada uno de nosotros cuando es filósofo— se dedica a aumentar el número de preguntas.

Fernando Savater
Fernando Savater

La historia de la filosofía es, a la vez, la historia de Europa. ¿Puede existir desde la periferia, desde América del Sur, por ejemplo, una filosofía?

—La historia de la filosofía está imbricada en la historia de Europa, porque la filosofía nace con la democracia. En el fondo, la filosofía es en el terreno intelectual lo que la democracia es en el terreno político. Entonces, allí donde se ha ido extendiendo la democracia, la filosofía ha ido apareciendo con ella. Por eso no pertenece a las tradiciones no democráticas. En China o en la India no ha habido filosofía en la época antigua. Lo que ahí ha habido es una sabiduría que equivalía en muchos aspectos a la filosofía. Pero el sabio hindú con los discípulos arrodillados a su alrededor y diciendo cosas enigmáticas sin dar explicaciones no es un filósofo. La filosofía exige el tu a tu, la igualdad, etc. Respecto de la segunda parte de la respuesta, no seguiré la broma de Borges, que cuando le preguntaron si había "filosofía argentina" dijo que era como pensar en "equitación protestante". Sin broma: puede haber filosofía en todos los lugares donde se ha extendido la tradición democrática.

Bueno, Borges dijo eso porque tenía la intención de situar a la literatura argentina en un lugar central. El ensayo "El escritor argentino y la tradición" busca que uno, desde la periferia argentina, pueda aprovecharse de toda la literatura universal.

—Es que, de alguna manera, cada uno entra a la literatura por la puerta que le queda mejor.

¿La función de la filosofía tiene un componente político? Si filosofía y democracia van juntas, ¿el filósofo puede operar políticamente o ese rol le ha quedado a otra clase de intelectual o de emisor en los medios?

—La filosofía sigue siendo una reflexión sobre la convivencia civilizada. Volviendo a Borges, él decía que la filosofía era una organización de nuestras perplejidades. El filósofo no tiene que ser un gestor y, por supuesto, no tiene que ser un guerrillero; esa imagen que, por lo menos en algunos sitios en España, es como una especie de dinamitero intelectual que apoya hasta el último radicalismo. Eso no es filosofía, ¡eso es neurosis! La política es de los ciudadanos y lo que puede hacer la persona que piensa filosóficamente es recordarles permanentemente a los ciudadanos que nadie puede dejar de hacer política, que todos estamos obligados a hacer política y que la política no se hace sola. El ciudadano no es un espectador, está en el escenario.

Marcha por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo
Marcha por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo

Hace poco, usted escribió sobre Venezuela; también ha opinado sobre Cataluña. Justo antes de comenzar la entrevista decía que ya está jubilado. Sin embargo, la cuestión política y la cuestión global le sigue interesando.

—¡Soy jubilado pero no he muerto! Todo llegará, pero de momento sólo estoy jubilado. Evidentemente me interesa la realidad. Yo siempre he considerado que España es un país hispanoamericano. Yo formo parte de esa comunidad y siento que todo lo que afecta a los hispanoamericanos me afecta como compatriota. Por lo tanto muchas veces padezco por la situación que ocurre en algunos países, como Venezuela.

En este año en Argentina hubo un debate muy importante sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Finalmente no salió la ley, pero el movimiento va a continuar y todo da hace creer que es muy probable que salga en un futuro cercano o mediano. ¿De qué manera la filosofía puede acompañar este debate?

—Es una cuestión ética. Las leyes pueden despenalizar el aborto, cosa que me parece excelente. Yo creo que el aborto no es un crimen, no es un holocausto, no es lo que dicen los papas. Pero es un problema moral. Tampoco es verdad que sea como quitarse un grano o algo que no tiene ninguna importancia. Aunque esté aprobado y despenalizado y nadie vaya a llevar a la cárcel a alguien que practica un aborto con higiene y buenas condiciones, eso tampoco quiere decir que sea un problema ya resuelto. Yo tengo serias dificultades para zanjar esa cuestión. Me lo planteo y hay muchos problemas morales que no son simplemente legales. Hay cosas legales que siguen planteando problemas morales. Hay cosas que, aunque no te lleven a la cárcel, tu conciencia te las puede reprochar. Yo respeto y comparto las dudas éticas que tienen las personas que no lo quieren aceptar. Lo que no comparto es la persecución legal y penal de las personas que sí lo quieren practicar.

Ha mencionado a Borges más de una vez y va a hablar sobre la filosofía como un género literario. ¿Cómo es entender a la filosofía como un género y no una disciplina?

—Mis últimos diez años como profesor, que fue hace ya otros diez, por lo menos, fueron en una asignatura de la Universidad Complutense de Madrid que se llamaba Filosofía y Literatura y en la que yo hablaba de la filosofía de los grandes literarios. No la de Platón o Aristóteles, sino la de Dante, la de Montaigne, la de Borges, la de Cervantes. Hubo un momento en que no había distinción entre filosofía y literatura: Parménides escribía un poema sobre el pensamiento filosófico y es un poema. La separación en casilleros completamente diferenciados entre literatura y filosofía es posterior.

¿Es del iluminismo?

—Desde el momento en que las universidades comenzaron a tener departamentos diferentes. No hay manera de que circulen. Aunque hay algunos que se quedan un poco como aerolitos y no terminan de entrar en ninguna. A Montaigne, en las bibliotecas, te lo encuentras en literatura y también en filosofía. Esos autores fronterizos son los que me han interesado siempre. Los que están a caballo entre literatura y filosofía, los que escriben como literatos pero piensan como filósofos.

¿Por qué no pensar a la filosofía en relación con la poesía?

—La poesía no tiene que dar explicaciones. Esa es su gran suerte. Un poeta encuentra una imagen y la imagen te gusta o no, pero no puedes preguntar. En cambio, en la filosofía siempre estás abierta a la pregunta. Al novelista le basta con escribir lo que escribe, al poeta se le escucha, se le admira o se lo rechaza, pero el filósofo debe estar abierto a las preguntas. Por eso la filosofía es más aburrida que la literatura: porque está siempre aumentando con sus preguntas. Voltaire, que era muy malicioso, decía que el secreto de ser aburrido es decirlo todo. ¡Y ese es el problema de los filósofos!

Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional
Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional

Borges tenía una relación con la filosofía: le gustaba Schopenhauer y, además, era spenceriano. ¿Qué clase de filósofo hubiese sido Borges?

—También era espinozista. Creo que Borges tenía demasiado sentido del humor para entregarse directamente a una filosofía. La filosofía tiene un punto de ingenuidad, los grandes filósofos tienen una especie de candidez sublime, que es pretender que un mamífero puede entender el universo. Borges tenía la pasión por los filósofos y la tarea de los filósofos, pero probablemente nunca lo hubiera podido practicar. Algunos de sus textos están relacionados con un escepticismo que armoniza campos distintos, que duda coordinadamente de cosas distintas. Eso se ve en "Breve refutación del tiempo". Pero no me lo imagino tomándose tan en serio a sí mismo y a su tarea como para ponerse a hacer un tratado filosófico. De hecho, en sus obras completas siempre anuncia que iba a hacer un libro sobre Spinoza y no lo llegó a hacer. Hizo dos sonetos maravillosos, pero no un libro.

Por qué es tan inasible Borges: se lo puede leer desde la matemática, desde el budismo, desde la filosofía y la política. Pienso en Umberto Eco como el gran epígono. ¿Qué pasa con Borges a la que se la puede tomar de tantos perfiles?

—En su ensayo sobre Dostoievski, André Gide tiene una frase que dice Desdichado del autor que no se puede resumir en una sola frase, porque nunca será entendido. Borges no se puede resumir ni en una sola frase, ni en una sola función ni en un solo verso. Era un hombre de letras total, funcionaba como un hombre de letras total. En otras épocas se hablaba de humanismo para hablar de ese tipo de personas. Era un humanista en una época en que ya el humanismo no se entendía, Lo que hoy se quiere son especialistas: novelista, poeta, filósofo. En cuanto borras esos lindes la gente se enfada contigo. Borges no eligió, tuvo la suerte de no elegir y a sus lectores y sus admiradores nos queda la perplejidad de que podemos entrar en ese castillo por tantas puertas y no sabemos cuál es la buena, porque no hay ninguna especial.

¿Cómo piensa el futuro?

—Yo no tengo futuro. No soy pesimista en especial, porque creo que la humanidad siempre ha pasado por crisis y salido de sus crisis. Volviendo a Borges, en el prólogo de uno sus libros, hablando de un antepasado, dice que le tocó, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir. Efectivamente a todos nos tocan malos tiempos y eso no ha hundido a la humanidad. En conjunto no soy pesimista. Pero soy pesimista en cuanto a mí. No tengo futuro. Pero me alegra pensar en que a lo mejor otras personas sí van a tener un futuro en un mundo en el cual hay cosas tan sorprendentes que ni siquiera podemos imaginar.

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