Los grandes protagonistas de la Historia —escrita así, con mayúscula— tienen, por supuesto, una historia íntima y privada. Secretos, ambiciones, celos, deseos: muchas veces a partir de esas cuestiones desconocidas es como se explican los grandes movimientos.
Florencia Canale siguió las vidas de los hacedores de la Patria en cinco novelas: San Martín (Pasión y traición), Belgrano (Amores prohibidos) y Rosas (la trilogía compuesta por Sangre y deseo, Lujuria y poder, La hora del destierro). La ficción fue un vehículo para entablar un diálogo distinto con los próceres. Este mes, con Salvaje, Canale da un paso más en la vida del país y se ocupa de Justo José de Urquiza: el hombre de la leyenda del padrillo, aquel que derrotó a Rosas, el primer presidente constitucional de la Argentina.
"Me resultó interesante la leyenda de los cientos de hijos y miles de mujeres", dice Canale en diálogo con Grandes Libros. "Por supuesto que ni hay cientos de hijos ni miles de mujeres, pero, a medida que lo fui investigando, me resultó muy interesante él".
—¿Cómo se cuenta algo sobre un personaje que, aunque con una vida privada poco conocida, forma parte de nuestra identidad?
—Intento ser, y creo que lo soy, muy respetuosa de nuestros héroes y heroínas. Sobre todo, trato de ser lo más objetiva posible. O, por lo menos, hacer que la subjetividad sea clandestina, que no se note mi amor o desprecio por tal o cual. Igual, a medida que voy entrando en la vida de estos señores, les voy reconociendo mucho más que la mirada inicial. Realmente me parecen deslumbrantes. Cuando descubro situaciones o incidentes o datos, me dan vuelta la cabeza. Así me pasó, por lo pronto, cuando en alguna lectura descubrí que el primer hijo de Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra no era de ellos sino de Manuel Belgrano. Fue casi una revelación mística. Eso generó todo tipo de argumentos para escribir.
—Se nota que hay una gran investigación para escribir cada novela. Creo que el desafío es, por un lado, convertir esa investigación en ficción, y, luego, descartar aquellos descubrimientos que no hacen a la historia.
—Yo no escribo una biografía, yo escribo una novela. Hay cosas que elijo y otras que saco, porque, si no, tendría que escribir libros de 700 páginas. Bueno, eso me pasó con Rosas, que tenía una vida bastante rica y tuve que escribir una trilogía. A veces, dejo cosas afuera a propósito, porque si a algún lector lo ganara la curiosidad o el ansia, iría por más en otros textos y otros relatos.
—¿Cómo se hace para convertir en personaje de ficción a protagonistas de nuestra historia como San Martín y Belgrano? La pregunta apunta a cómo hacer para vencer las ideas que ya tenemos de ellos: son personajes de nuestra educación, de nuestra escuela.
—Qué atrevida, ¿no? Les quito el mármol o el bronce y les pongo una chaqueta de paño como la que puede usar cualquiera. Estas personalidades también fueron hombres repletos de dudas, de preguntas, de pasiones, de miserias, de contradicciones. Eso, para mi gusto, los hace mucho más grandes e inmensos. Todos estos tipos, de algún modo, llevaron adelante un carro pesadísimo para cumplir ese mandato, esa idea de país, de Nación. Pero me parece interesante ver que eran hombres.
—Pienso que vos, por ejemplo, le permitís a Urquiza el goce, el placer.
—Y el padecimiento. Está enfermo y come muy sanito porque tiene problemas gástricos. Y le insisten que se tiene que casar, porque si hubiera sido por él no se hubiera casado nunca. Y hubiera continuado con la situación de acumular tierra, mujeres, hijos.
—Pienso también en la escena cuando San Martín echa a Encarnación. Que en la ficción quede la incertidumbre de si el padre de la Patria fue un marido engañado. Que la figura más emblemática de nuestra historia haya tenido problemas de amor es muy llamativo.
—¡Es deslumbrante! Que nuestros próceres tengan problemas de amor los hace humanos. En realidad, el amor de José de San Martín fue la causa. El concepto de amor, tal como lo conocemos hoy, es bastante novedoso. Justo José de muy joven quedó atrapado por la mujer, por la belleza femenina, por lo femenino y necesitó, vaya uno a saber por qué, repetir y multiplicar el proceso de seducción y de cortejo y de enamoramiento y sentirse querido, pero nada era suficiente.
—Una pregunta obligada. San Martín, Belgrano, Rosas, Urquiza: ¿con quién te quedás?
—Soy fiel mientras me dura la fidelidad, y con el último siempre soy fiel. Voy cambiando de amores; doy vuelta la página. Ahora, a pesar de que me costó, porque lo tenía a Rosas tan encima, a este atrevido de Urquiza me gustó quererlo. Supongo que habría caído en su trampa absolutamente de haber andado por Paysandú o por Concepción del Uruguay. Urquiza fue un original, un raro. Reconoció a veintipico de hijos. No lo hacía nadie. Rosas tuvo hijos con otra mujer y todos se llamaron Castro de apellido. En cambio, Urquiza les dio el apellido para que no hubiera problemas en el momento de la repartija.
—Decís que cada vez que escribís un libro te enamorás del personaje. Entonces, ¿ahora de quién estás enamorada?
—Por ahora estoy buscando material. Es una mujer.
—La primera vez.
—Sí. Es la amante de un hombre importantísimo, pero todavía no diré nada. Fue muy interesante porque la conocí en la escritura de una de mis novelas y un día conversando con Felipe Pigna, él me dijo "Ese personaje es para vos". Me lo regaló y yo me volví loca. Y definitivamente era para mí.
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