Por Judith Mendoza White.
A menudo me preguntan cómo surge la idea detonante para mis novelas. ¿Es una imagen, una escena, un bosquejo de historia, un principio o un final imaginado? Mi respuesta es: imagino la clase de libro que deseo leer, con los elementos que deseo encontrar en mis lecturas.
A veces la idea comienza con retazos de una historia que aun no se perfila claramente, otras con un personaje que quiere crecer. En el caso de Cuando pase la lluvia, recuerdo su comienzo como un caleidoscopio de imágenes que fueron formando un dibujo inicial: una tarde de calor tórrido en el enero de Buenos Aires colonial, una joven desvelada e inquieta en la siesta colectiva, un grupo de jóvenes mujeres con los corsés abiertos y los cabellos húmedos de sudor, un balcón abierto a la calle solitaria, una casa agitándose bajo el peso del deseo reprimido, de un secreto doloroso.
Este fue el puntapié inicial para una historia que se bifurcaría: la historia de Mercedes, atrapada en la sociedad patriarcal e intolerante del siglo diecinueve en Buenos Aires, que no comprende ni acepta sus anhelos ni su rebeldía; y la historia de Cecilia, atrapada a su vez en el Buenos Aires moderno, por lazos que ella misma ha creado y no se permite romper.
A partir de allí la historia se enriqueció, adquirió giros inesperados, situaciones de suspenso e intriga que en cierto punto parecieron independientes de mi voluntad, como si ambas protagonistas -y el resto de los personajes- supieran mejor que yo a donde querían llegar. El tema central de la novela estuvo claro desde el principio: ¿somos dueños de nuestro destino? ¿Podemos desandar errores, reescribir nuestra historia?
"¿En qué ayer, en qué patios de Cartago, cae también esta lluvia?", se preguntaba Jorge Luis Borges. El tema de la lluvia es una constante en la novela: la lluvia cae en dos patios: el de Mercedes y el de Cecilia; marca momentos, simboliza cambios o repeticiones.
Esta novela se desarrolla en dos épocas y en dos siglos diferentes en Buenos Aires; sin embargo las historias convergerán, unidas por un lazo común que las conecta a través del tiempo.
El tema de la dualidad se repite en mi propia vida, que trascurre en dos mundos: Argentina, el país donde nací y viví la mayor parte de mi existencia, el país donde están construidas mi historia y mi identidad; mi país, al que siempre regreso. Por otro lado Australia, mi país adoptivo, que contiene sólo una breve parte de mi historia, y sin embargo ha sido escenario de algunos de los hechos y los cambios más importantes de mi vida. Mi lluvia también cae en dos mundos diferentes.
Otro eco de mi propia existencia, tal vez el único elemento personal que he derramado en Cuando pase la lluvia, es el trastorno alimentario de Cecilia en la Buenos Aires moderna. Haber sufrido un desorden alimentario durante más de una década, y recuperarme por completo, es una de mis mayores batallas ganadas. Siempre pensé que algún día incluiría un personaje donde reflejaría esta experiencia. Solamente pude hacerlo en retrospectiva, muchos años después de haber superado el problema.
Si bien Cecilia es muy diferente a mí, y su problemática y su personalidad están muy alejadas de las mías, la bulimia que sufre refleja mi trastorno alimentario, su secreto el secreto que yo misma guardé durante mucho tiempo. Este único elemento autobiográfico es una confesión y quizás una expiación, pero también una manera de mostrar con orgullo que se puede salir, que aun después de años es posible liberarse por completo. En ocasiones, releyendo las páginas que yo misma escribí, me cuesta recordar que un día me sentí apresada como Cecilia en un trastorno que parecía insuperable, y que ahora observo desde afuera, desde lejos.
Una vez que la historia se perfiló supe que quería y necesitaba investigar cuidadosamente el período social involucrado, la sociedad del Buenos Aires colonial de principios del siglo XIX. Comencé leyendo las obras del historiador Andrés Carretero (por esas coincidencias de la vida, oriundo de Bragado como yo), quien se ocupó de reflejar la vida cotidiana en Buenos Aires en diferentes épocas. Después me dediqué a leer diarios y publicaciones de la época, cartas personales, actas de matrimonio, de bautismo, etc.
Fue fascinante pasar horas en salas de biblioteca leyendo páginas escritas siglos antes, intentando descubrir como pensaban y actuaban esas personas desaparecidas tanto tiempo atrás. De ahí mi interés por la novela histórica: hundirme en otros tiempos, investigar detalles de la vida social y cotidiana. Mis novelas no reflejan eventos históricos, pero sí las formas de vida, de comportamiento, los estereotipos familiares y culturales. Me interesaba asegurarme de que cada detalle incluido en Cuando pase la lluvia -ya fuera un detalle de vestimenta, un plato de comida, maneras de dirigirse a los criados- fuera auténtico, de ahí mi necesidad de investigar estos aspectos y muchos otros del periodo en cuestión.
Escribí esta novela en Buenos Aires, en forma intermitente debido a mis muchas actividades y a otros escritos que fui creando al mismo tiempo. Luego, ya establecida en Australia, regresé a la novela para reescribir partes, modificar o eliminar otras, a la luz de mis nuevas experiencias y crecimiento personal. Puedo decir que fue entonces que sentí que la novela había llegado a donde yo quería llevarla: había escrito, finalmente, el libro que quería leer.
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