Si usted es un enamorado de España, no se pierda este libro. Con una erudición fabulosa, pero lejos de cualquier esnobismo y presunción, Jorge Carrión se lanzó a diseñar un mapa literario de Barcelona a partir de los lugares más ocultos, íntimos y personales: los pasajes de la ciudad. Un recorrido estético y sentimental a partir de aquellos espacios en donde se juega buena parte de la identidad de la ciudad; y que Barcelona tiene en un número cercano a los cuatrocientos.
Inspirado por Walter Benjamin —"una figura terriblemente actual"—, Carrión salió a recorrer la ciudad, pero, en lugar de perderse como el alemán, planteó un método "ridículamente sistemático": provisto de una guía turística, dividió la ciudad en cuadrículas y, hasta no agotar cada casillero, no pasó al siguiente. En cada uno de los pasajes tomaba fotos, escribía apuntes y, si se encontraba con alguien interesante, lo entrevistaba. Después volvía a casa y buscaba citas en Google Books. Así, "el archivo crecía a la vez en kilómetros, en imágenes y en textos".
Los muertos, Australia, Librerías, Teleshakespeare: si cada libro de Carrión es como un viaje —"trasmite algo difícil de lograr: una experiencia que inmediatamente captura la memoria afectiva del lector", ha dicho de él Ricardo Piglia— Barcelona. Libro de los pasajes es más que eso, es la invención de una gramática para narrar una travesía literaria.
De paso por Buenos Aires —en su largo periplo por el mundo, Carrión vivió un año aquí y otro en Rosario— el escritor español habló con Grandes Libros de este nuevo libro.
—Se llama Barcelona. Libro de los pasajes y podría decirse que el gran pasaje son las citas. Siendo que "cita" y "pasaje" son sinónimos.
—El libro nació como un libro de citas porque, evidentemente, nació del proyecto de Benjamin, de su Libro de los pasajes de París. Yo tenía muchas citas acumuladas, primero de los pasajes de Barcelona, después de cualquier obra literaria en la que apareciera un pasaje o la idea de pasaje, y finalmente de obras vinculadas con urbanismo, literatura y ciudad. Y un día se me ocurrió la fórmula del libro. Creo que un libro es, sobre todo, la decisión de inventar una regla y seguirla. Y hubo un momento en que encontré que la forma del libro iba a ser texto mío, cita, texto mío, cita. Una suerte de sístole y diástole o paso con el pie izquierdo y el pie derecho.
—Hay en este libro bastantes momentos —pasajes— autobiográficos.
—Discrepo de esa idea; creo que estoy muy poco presente. Entro y salgo del libro en momentos muy puntuales para recordar el lugar de enunciación. El libro tiene una estructura temporal doble: por un lado es la historia de Barcelona desde los romanos hasta hoy a través de los pasajes, y por otro lado es mi examen de barcelonidad. Y en el proceso del libro soy padre de dos niños. Cuando entro no tenemos hijos y llega un gato a casa, después soy padre del primer hijo y, al final, del segundo. Y nos mudamos a un barrio que he descubierto con el libro. Eso no lo digo, me pareció innecesario, pero este libro me ha cambiado la vida porque me ha descubierto Barcelona como una ciudad muy compleja, con lugares donde podría vivir. Al final del libro al Poblenou haciendo, efectivamente, el gran pasaje de mi vida que es el de haber sido padre.
—¿Se podría escribir Buenos Aires de esta manera?
—Los pasajes de Barcelona no son tan evidentes. El pasaje en el que nació Joan Miró estuvo abandonado hasta hace no mucho. Vivían yonquis y homeless. Una ciudad no se puede contar; es demasiado extensa y compleja. Yo encontré un hilo conductor para contarla. Y de nuevo discrepo contigo, perdona, pero ahora que he venido a Buenos Aires me he dado cuenta que está llena de pasajes y galerías. Florida y Corrientes están llenas de pasajes y galerías. Hay decenas en todos los barrios. De modo que sí se podría contar Buenos Aires a través de los pasajes. La gramática del pasaje es universal. En las ciudades anglosajonas tiene que ver con el imperio británico, y en el caso de las ciudades iberoamericanas tiene que ver más bien con el modelo parisino.
—La diferencia, tal vez, radica en que las ciudades europeas se constituyeron como burgos mientras que una ciudad como Buenos Aries creció a partir de arrabales. Aquí las cortadas y los pasajes son cisuras que unen barrios.
—Efectivamente, lo que más me interesa de un pasaje es esa dimensión de conexión física entre dos mundos y de conexión simbólica entre elementos que, a priori, no tiene dimensión directa.
—Harold Bloom alguna vez se enojó porque le decían que al citar a Shakespeare lo sacaba de contexto. Él decía que, justamente, la cita es sacar algo de su contexto. Pensaba en eso mientras leía tu libro porque aquí, la cita que está fuera de contexto tiene, paradójicamente, otro contexto, que es Barcelona.
—Llevamos más de un siglo trabajando en la lógica del collage, que es la lógica de la descontextualización y el montaje, y en este libro trabajo en esa línea. Lo hago intentando crear un ritmo de lectura que sea parecido al del propio acto de andar. Cuando paseas, divagas. A menudo desconectas los pies del cerebro y no ves, sino que recuerdas. Miramos menos con los ojos que con el recuerdo y estamos continuamente proyectando lo que ya hemos visto en lo que estamos viendo. Esos ritmos tienen que ser fluidos y naturales, de modo que si estoy en el pasaje donde nació Joan Miró, la cita que contrapuntea mi crónica o mi ensayo casi seguro que será sobre él. Pero a menudo cambio el ritmo e inserto una cita que no tiene nada que ver o cambio el tono porque también me interesa el contraste.
—¿Barcelona es una ciudad para caminar?
—Barcelona se puede caminar de un extremo a otro en poco más de una hora y media. Es una ciudad de un millón y medio de habitantes limitada por dos ríos y una sierra: no puede crecer más. Es una ciudad relativamente abarcable que se puede transitar en transporte público, como bicicleta, autobús o metro, pero que sobre todo se deja caminar. Cuando era joven creía que nunca viviría en Barcelona y, después de viajar un poco por el mundo, la elegí, justamente, porque me parece que es una ciudad de escala humana.
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