Cuando en la Argentina todavía no existía la ley de divorcio, ya había una mujer que polemizaba en los medios pidiendo por el aborto legal. Adelantada a su tiempo, a principios de los 80, María Moreno escribía columnas en el diario Tiempo Argentino —donde fue secretaria de redacción— sobre cuestiones que sorprendían continuamente a una sociedad que no lograba olvidarse de la dictadura: feminismo, sexualidad, psicología, el alcohol, el rol de la izquierda, los estereotipos de la masculinidad.
En 2001, el conjunto de artículos fue compilado con el título A tontas y a locas. Volvió a salir algunos años más tarde y ahora, dieciocho años después, cuando aquellos textos se han vuelto mayores (de edad), la editorial bahiense 17 Grises tomó la imprescindible tarea de reeditarlo.
En el país del eterno retorno, aquellos artículos escritos casi cuatro décadas atrás tienen una actualidad notable. Es que, como dice en el nuevo prólogo Paula Puebla (autora de Una vida en presente; también publicada por 17 Grises), "con la obra de María Moreno es prudente dar aviso sobre una necesidad: la de abdicar nada más y nada menos que a las flechas del tiempo". Salvo por algunas cuestiones muy menores que, finalmente, no hacen más que al retrato de época insalvable en el periodismo, el libro bien podría haber sido escrito hoy. Y esto se da, siguiendo con Puebla, porque Moreno no interpela a la mujer "sino a la filosofía delante y detrás de la experiencia femenina". Esta distinción es lo que constituye el fundamento político de Moreno como autora y pensadora.
A tontas y a locas reúne más de 50 artículos en donde la mujer nunca pierde su rol ni de tonta ni de loca; se diría, incluso, que hasta lo reivindica. Locas, locuelas, locas pero no del todo, loquerías, locas de amor.
Pero, vale la aclaración: es una locura extrema, desbordante y compartida. En última instancia, estas medio-hermanas, medio-amigas, medio-enemigas nos completan, nos secundan, nos remedan. "Es muy probable", dice Moreno en uno de los primeros textos, "que cuando Dios se puso a meditar sobre la posibilidad de inventar la Alegría lo que encontró más a mano fue la diferencia de los sexos".
Leer a María Moreno es escucharla. Escribe con esa manera tan particular que tiene de hablar, mezcla entre la cadencia del tango y la síncopa del jazz. Es una escritura que hace foco en lo pequeño y desde ahí se rebela, salta entre palabras, desarma significados en síntomas —Freud está tan presente en el libro que hasta mantiene un diálogo imaginario con él— y, entonces, se vuelve inquietante, enardecida.
Si Borges tenía a la enumeración de elementos como procedimiento paradigmático —pensemos, sobre todo, en aquella serie colosal de "El Aleph"—, para Moreno no es menos importante. Pero mientras él encontraba allí el límite de la escritura, para ella es un instrumento de provocación. Es la apropiación de una lista como quien se apropia de un caos; "como canasta de turco", diría Moreno. Entonces, a través de una serie que incluye a Victoria Ocampo, Eva Perón, Leonor Acevedo y Virginia Woolf se puede romper con la idea de un feminismo monolítico. Y las fantasías del cuerpo se pueden romper leyendo las historias de Santa Catalina, Renée Vivian y Truman Capote. Y también: se puede poner en una misma línea de fe intelectual a una película de Bergman, el zapateo de Fred Astaire y la perra Violeta (la de "Salta, Violeta") del payaso Scazziota.
Moreno es la gran provocadora: la que pregunta por el sexo de los muñecos ("¿Cómo puede ser obsceno un muñeco?"), la que compila un diccionario machista para enderezar el diccionario feminista de Victoria Sau, la que borra el aura cándida de la infancia ("El niño es el más eficaz cobayo ideológico que puede lograr una sociedad", "los niños son conservadores", "los niños son antidemocráticos").
A tontas y a locas es un libro magistral, divertido, con un humor incómodo hasta absurdo. Sin caer en aforismos, hay muchísimas frases que hacen que uno levante la vista, sonría, suspire, se tome un momento, subraye y siga leyendo. Van algunas:
"Técnicamente, una 'separada' es la viuda de un vivo". "La mitología moderna exige diosas más perfectas que las antiguas". "Los celos verdaderos son los infundados porque la voluptuosidad de celar consiste en su absoluta falta de sentido". "La creencia no es el criticable vicio del supersticioso sino algo que nace con el pensamiento del hombre y lo acompaña toda la vida. Si no fuera así no habría circo, ni cine, ni teatro y mucho menos amor".
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