Fabio Kacero es un artista plástico argentino que empezó su carrera en los 90 y siguió construyendo una obra multifacética y fuera de lo común hasta la actualidad. Hago una pequeña lista de sus obras: miles de palabras inventadas acumuladas en una vitrina; un libro que es solo índice; fotografías de su cuerpo inmóvil en distintos lugares de la ciudad; tapas de libros inexistentes; la célebre edición manuscrita del relato de Borges "Fabio Kacero, autor del Jorge Luis Borges, autor del Pierre Menard, autor del Quijote".
Sus obras siempre despiertan curiosidad y el reflejo de preguntarse: ¿Qué hizo este hombre ahora? Cualquiera puede tener una idea divertida, ¿pero tantas? Sus obras son atractivas e ingeniosas pero, sobre todo, tienen detrás hay una idea. O tienen sensibilidad -para no decir genialidad.
En febrero de este año la editorial Mansalva publicó su libro de poemas A Carlos Pertius: El espacio. Antes habían aparecido Salisbury (también por Mansalva, en 2012) y dos libros de autor con tiradas menores de 50 ejemplares. El nuevo libro es un volumen de poemas originales, sencillos. Cuando lo conocí me zambullí en internet a leer todo sobre él. Busqué las obras que me había perdido -y que existen ahora como promesa o como entradas en los catálogos de museos. Por suerte, los libros no tienen lo efímero de las muestras de arte.
A Carlos Pertius: El espacio está escrito por los muchos artistas que parecen habitar la persona de Fabio Kacero. Versos breves y simples -"de prosa en verso" dirá él- que pueden ser graciosos, emocionantes, ocurrentes. Quizá por no pensarse estrictamente como poeta, Kacero se permite libertades que asombran y dan frescura. O quizá no, y el efecto tiene que ver con lo más íntimo de la poesía, su capacidad de renovar el lenguaje y volver a crear el mundo. Podemos hacer una lista de sus géneros -ciencia ficción, historias de fantasmas, anécdotas breves, fábulas orientales-, incluso de sus virtudes. Pero contra ese primer impulso, el libro, sobre todo, provoca sensaciones y preguntas. Es un libro para maravillarse y disfrutar.
Fabio Kacero habló con Grandes Libros de este libro extraño, del rol del artista, la inspiración, la forma y sus procedimientos.
–¿De dónde surgió este libro? ¿Qué te interesó de la poesía?
-Mis razones o motivaciones para hacer las cosas son muy nebulosas. De hecho, creo que la poesía aparece como una cuestión formal, incluso visual. Tomemos cualquier texto y obviemos su contenido, transformando sus líneas en tiras grises, como hacen algunos programas de computadora cuando la vista es en miniatura. ¿Qué podríamos distinguir sometiendo todo texto a esa reducción? Sólo dos cosas: páginas con tiras que llega casi hasta el margen opuesto: prosa. Y páginas con tiras que llegan hasta la mitad de la hoja: poesía. Escogí la segunda abstracción y reduje lo que escribo a esa matriz, o sea al verso. Sería como practicar la inversa de la operación baudeleriana; en vez de poemas en prosa, prosa en poemas. En mi caso se ve con bastante claridad que mi médula es narrativa, y que al hacer esa transferencia estoy forzando un poco las cosas. Pero es un forzamiento que me interesa. Me fuerzo como me tuerzo a mí mismo. Ese podría ser un motor, uno que podría formularse así: naturalmente no lo haría, entonces lo hago.
–Tus poemas parecen pequeños cuentos, fábulas. Como si estuvieras jugando a nombrar las cosas para conocer el mundo.
-Sí, más bien son eso. Si el medio (o, acá, el género) es el mensaje, el efecto es que esa materia versificada, encorsetada en el verso, se leerá diferente. De todos maneras, no todo en el Pertius responde a eso. Es una primera generalidad dominante y, diría, conceptual. Hubo poco de "Voy a escribir poesía", lo que no quita que por momentos no me haya dejado llevar por estados de suspensión narrativa, por decirlo de algún modo. Suspensiones dosificadas. A veces la poesía encarna ciertas cualidades que mi gusto resiste: yoica, o efusiva, o sensiblera (sazonada con una buena ración de diminutivos tiernos), o seria/pretenciosa (decorada con un combo de palabras prestigiosas). No quisiera culpabilizar al género, pero… Por lo demás en las artes plásticas, salvando las diferencias, podemos encontrar otro tanto.
–Tu relación es muy estrecha con la literatura, tanto que se podría decir que sos un artista que se volvió escritor. ¿Te reconocés en esa definición?
-Nadie, creo, se reconoce mucho en las definiciones. Pero en el momento en que lo que uno hace ya está ahí afuera, qué otra nos queda que aceptar los avatares de su exposición, empezando por la elemental de los pulgares hacia arriba o abajo. Lo que me hace ruido, cuando se dice de un artista que deviene escritor, es que pareciera que el mote de artista le corresponde con más naturalidad al artista plástico, mientras que el músico es músico o el escritor, escritor. Cuando es evidente que, pese a las cuestiones específicas de cada lenguaje, son todos artistas. Me interesa la discontinuidad entre las artes. Pero en ese corrimiento de una a otra disciplina, no me identifico con lo sustantivo de ellas, sino más bien con lo verbal, las acciones. Así, si estoy escribiendo, por ejemplo, a lo sumo puedo decir escribir, nunca escritor, y si pinto no me digo a mí mismo pintor, sino pintar. Siento las identidades como meros personajes que se encarnan para producir. Y esa manera de pensarlo -o de sentirlo- hace más fluida la movilidad. Sin entrar a considerar cuestiones de época que ya de fondo favorecen la porosidad entre los diferentes lenguajes.
–Los poemas tienen procedimientos de forma similares, pero en cada uno de ellos aparecen mundos muy distintos. ¿Tiene que ver con esa idea de muchos artistas en uno?
-Entre las alarmas que me provoca el género y este movimiento de fuga o de errancia, era esperable que Pertius no resultara un yo monolítico o uniforme, y que, por otro lado, estuvieran atenuados yoes más propios de lo poético: el lírico, el psicológico, el confesional, el biográfico, con los que no me siento tan a gusto. Igual, ni siquiera hay un dominio del yo, del pronombre yo, y cuando aparece, esporádicamente, es uno de tipo ficcional, y que ya está puesto muy a conciencia en la primeras líneas. Además, ficción y no ficción: tratándose de lenguaje, ¿cuánto sentido tiene distinguir entre ambas? Volviendo a la cuestión de los mundos distintos y sus yoes o no yoes, fue bastante intencional trabajar una cierta discontinuidad de texto a texto, sea esta en los pronombres, en el tono, en la voz, en su cualidad narrativa o no narrativa, y así.
–¿Qué es la inspiración?
-No estoy en la grieta trabajo-inspiración, me gustan ambas. Tal vez el trabajo sea la mecánica, el frotar una y otra vez la lámpara maravillosa, y la inspiración el momento de la aparición del genio y sus dones. ¿Qué tanto es la segunda consecuencia del primero?, no sabría decirlo. La inspiración también podría asociarse a un estado de fluidez del mismo trabajo, como cuando sentimos que la cosas nos salen fácil y bien. Cosa que a mí, lamentablemente, no me pasa. Ponerme a escribir significó aprender a escribir. No tengo ninguna facilidad; ya la quisiera, pero no. Así que, en principio, tratándose de escritura, lo que más hago es corregir o reescribir, y esas maniáticas actividades son las primeras que me vienen a la mente asociadas al proceso. Dudo que alguna vez hubiera publicado algo sin la confianza y la ayuda de Francisco Garamona, y, si pienso en el trabajo con él, preferiría destacar eso como lo mejor del proceso -tanto en Salisbury como en el Pertius-, antes que considerar cuestiones más personales. No sé si seguiré escribiendo, pero a mí, que no me seducen mayormente los negocios con el mundo ni tampoco los ocios contemplativos, supongo que algo ya me tendré que inventar.
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