"La librería", o qué leer después de "Stoner"

La novela de Penélope Fitzgerald, finalista del Booker Prize, narra una historia en la que todo amante de la literatura se puede sentir representado.

La librería. El fin de una época retratado por los libros

A veces, el argumento de una novela puede ser tan "chiquito" que lleve a subestirmarla. ¿Qué diríamos de Stoner, la novela de John Williams que, tras 50 años de olvido fue rescatada por una pequeña editorial y se convirtió en un clásico moderno instantáneo? Stoner, en un resumen criminal, es la historia de un profesor universitario desde que nace hasta que muere. Pero quienes la leyeron saben que es mucho más que eso y esa es la razón de que lleve miles de lecturas, ediciones y reediciones en lenguas tan diversas.

Al seguir el derrotero de Stoner uno tiene fe en esa máxima que dice que, tarde o temprano, el libro valioso encuentra a su lector. Lamentablemente John Williams no pudo ver en vida su conquista. Murió 20 años de que le llegara el éxito. El libro se perdió y lo recuperó un editor en Inglaterra, Ian McEwan lo elogió por la radio —sí: por la radio— y llegó el boom. El protagonista de la novela tiene una sensibilidad única que perdura en la memoria de quien lo lee. Tal vez la clave esté en esa escena en la que Stoner experimenta una suerte de epifanía a través de la literatura: todo lector tiene un momento así en su biografía.

Penelope Fitzgerald

Qué leer después de Stoner

En la tradición de la literatura que habla de literatura, quien haya leído y disfrutado Stoner sin duda se sentirá conmovido con La librería, la novela de Penelope Fitzgerald —aunque porte un apellido ilustre, nada tiene que ver con Francis Scott—, que fue finalista del Booker Prize.

La librería también es un rescate; se publicó originalmente en 1978. Pero es probable que esta vez la recuperación no sea producto del azar, sino de la adaptación para el cine que hizo Isabel Coixet —y estuvo en cartel en los cines arte de Buenos Aires. Como con Stoner, el argumento puede resumirse en una frase y, por supuesto, queda irremediablemente corta: es la historia de Florence Green, una joven viuda que abre una librería en un pueblito inglés a fines de la década del 50.

Con una trama aparentemente sencilla, Fitzgerald levanta un puente perfecto entre los personajes y el entorno, que recuerda a las novelas de Jane Austen —así lo dice la escritora A.S. Byatt—, pero también a las de Evelyn Waugh, a las de Muriel Spark y a cierto tono de las fábulas morales.

Florence compra un edificio abandonado, húmedo y tan ruinoso que hasta tiene su propio fantasma. Al principio los habitantes de Hardborough están entusiasmados con tener una librería propia, pero poco a poco por envidia, por desidia, falta de coraje, la irán arrinconando. El quiebre está en cómo entra en cuestión una sociedad que vive los últimos años del puritanismo victoriano. Y la frontera queda marcada fundamentalmente con un libro: Lolita, de Nabokov.

Es muy interesante la manera en que Fitzgerald, que en el presente de la novela tenía la edad de su protagonista y vivía en un pueblo como el de ella, registra el estupor que Lolita provocó en la gente. Pero lo hace con una elipsis inquietante. Fitzgerald no cae en ninguna trampa: no se permite momentos desgarradores ni traumáticos. Y, sin embargo, son esos pequeños trazos, casi el fantasma de un gesto, lo que vuelve inolvidable a su novela.

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