Historiador, periodista, escritor, divulgador, miembro de la Academia Nacional de Historia, Daniel Balmaceda es una personalidad sumamente relevante al momento de pensar los mecanismos que se ponen en marcha cuando se intenta definir la siempre problemática, conflictiva, mutable identidad nacional.
Siempre interesado por cómo resuena el eco de la Historia en las vidas íntimas, Balmaceda se ocupó a lo largo de sus libros de los cambios que las diferentes corrientes inmigratorias provocaron en los hábitos alimenticios a través de La comida en la historia argentina (Sudamericana), siguió los pasos de los padres de la Patria —a veces inconsistentes y contradictorios, pero siempre nobles y entregados a la idea una causa superior— en Historia de corceles y de acero, descubrió el "lado b" de San Martín, Sarmiento, Rosas y otros grandes personajes en Historias inesperadas de la historia argentina. Tiene más de una decena de libros que pueden ser leídos como un sólo volumen que encierra la pregunta "Qué demonios es ser argentino".
Un par de semanas atrás, Daniel Balmaceda estuvo en el auditorio de Grandes Libros en la Feria del Libro de Buenos Aires, y habló de su oficio y su intereses, pero también del rol que la divulgación histórica cumple en la actualidad. Al cumplirse un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, recuperamos parte de ese encuentro. El video completo puede verse en la página de Facebook de Grandes Libros.
—¿Llovía el 25 de mayo de 1810?
—Sí, por supuesto. Toda la semana estuvo complicada.
—¿Por qué, entonces, hay clubes que se llaman "Sol de Mayo"?
—Eso es por la frase "El sol del 25 viene asomando", que es de un tango canción que se hizo para la época del Centenario. Pero, en realidad, el sol hace referencia al nacimiento de la Patria. Esa semana llovía tanto que era muy difícil salir de la casa. En Buenos Aires, en el 1800, con un poco de lluvia, preferías quedarte en tu casa.
—Bueno, hoy también.
—Sí, pero en aquellos casos hasta podías morir ahogado, como ocurrió, en las calles del Centro. La gente no era muy criteriosa con la basura y se hacían pantanos y Buenos Aires se volvía intransitable. A nadie le parecía raro que en días de lluvia Buenos Aires estuviera apagada y pareciera un domingo a la mañana. Peor incluso, porque el domingo a la mañana había más actividad ya que todos iban a misa.
—¿La lluvia ayudó a la revolución?
—Fue un escollo. Querían tener gran participación de los vecinos en la Plaza y, en realidad, acudieron muy pocos. Ahí surgió la frase "El pueblo quiere saber", que no es como se suele decir. Mientras un grupo de vecinos esperaba, en el piso alto del Cabildo se estaba deliberando y, en medio de la lluvia, empezaron a gritar "El pueblo quiere saber lo que se trata": querían saber qué temas estaban tratando, por qué no resolvían nada. No era "de qué se trata": todos sabían de qué se trataba. Finalmente, ya con menos lluvia, Saavedra y compañía se asomaron al balcón —ya en esa época teníamos asomadas al balcón— saludaron y se fueron del Cabildo porque ellos no gobernaban desde allí sino que lo hacían desde el fuerte, donde hoy está la Casa Rosada. Cruzaron toda la plaza y se fueron a su primer día de trabajo. Viernes 25 de mayo.
Aquí está la bandera esplendorosa
—¿Por qué podemos apasionarnos tanto con la historia de ciertos símbolos como la bandera?
—Tenemos un vínculo afectivo porque nos educamos con los símbolos, por lo tanto es atrapante conocer sus historias. Hay un momento fascinante con Belgrano y la bandera como protagonistas. Nosotros íbamos ganando en Vilcapugio y sonó el clarín de retirada por error. Los realistas se dieron cuenta de que la tropa se iba y empezaron a perseguirla. Entonces Belgrano comenzó a mover la bandera en un morro para llamarlos: de los 3000 hombres, logró reunir a unos 300. Pero había que salir del morro. ¿Sabés cómo los hizo salir? Puso a los heridos en todos los caballos que tenían. Puso a los sanos alrededor de los caballos protegiéndolos. Adelante iba Gregorio Pedriel, el abanderado. Y atrás iba Belgrano con un fusil cuidando a sus 300 hombres. Belgrano era ese: un abogado que tuvo que contratar un profesor de tiro porque no sabía ni disparar, pero las urgencias de la patria lo necesitaban.
—Una historia épica.
—Belgrano tiene historias increíbles.
—¿Podemos seguir un poco más con la bandera. En Pacífico, frente al regimiento, está la estatua de Falucho: ¿quién fue Falucho?
—No se sabe si es un personaje o si existió, pero el episodio que se cuenta sí fue real. Los soldados que habían arrancado la campaña con San Martín estaban en Lima, San Martín ya se había ido y a ellos les debían ocho o nueve meses de paga y un grupo se rebeló. El jefe de los que se rebelaron se llamaba Moyano, un apellido conocido… Y Falucho o un personaje al que terminaron llamando Falucho no les permitió que arriaran la bandera argentina, porque la querían sacar del puerto del Callao. Así que lo fusilaron. Esa historia la rescató Mitre y en 1896 se hizo el monumento, que fue uno de los primeros que tuvimos. Lo cierto es que ese Falucho que vemos ahí, inmóvil, es bastante movedizo, porque empezó estando en Plaza San Martín, después se fue a Córdoba cerca de Estado de Israel, y finalmente recaló en Palermo.
La vida privada de los personajes públicos
—Ricardo Piglia vinculó la figura del detective ala del crítico literario: el detective como un lector de la realidad. ¿El historiador con qué figura se puede vincular?
—Con el cartonero o el ciruja. Siempre estamos hurgando en textos muy viejos, buscando algo de valor. Es inmensamente atractivo, tanto que a veces me gustaría investigar solamente y que se pudiera difundir por ósmosis. Me encanta escribir, pero investigar es fascinante.
—¿Cuánto tiempo pasás en el archivo?
—La mayor cantidad del tiempo. Tranquilamente pueden ser unas seis horas diarias. Y si no es en archivos, en bibliotecas.
—Siguiendo con Piglia, él decía, cito mal y rápido, que la novela era el territorio de lo íntimo y, dado que la política afecta las vidas privadas, no hay nada más político que una novela. Desde ahí te pregunto por tu interés por el aspecto privado de los personajes públicos.
—Son personajes públicos pero parten de lo privado y para que nosotros los podamos conocer un poco más, o podamos sentir más empatía o sintonía con sus cosas, hay que conocerles los gustos culinarios, los gustos amorosos. Belgrano no se levantó de la cama y pensó en crear la bandera. En el medio vivió un montón de cosas interesantes que suelen estar un poco al margen de las biografías más estrictas. Lo mismo sucede con San Martín. Mirá, con San Martín hay un detalle que no le va a cambiar la historia pero que lo vuelve un poco más humano. En 1823 se casó Tomás Godoy Cruz con Luz Sosa Corvalán y San Martín fue el padrino. Uno que fue al casamiento le escribió a un amigo que estaba en Buenos Aires que San Martín estaba un poco excedido de peso. Esas cosas que escapan de las biografías es lo que lo hace un poco más humano, sobre todo si pensamos en este hombre que estaba tan enfermo y que le costaba comer, que muchas veces tenía que hacerlo de parado para evitar los dolores.
—Eso que contás es una línea en una carta. Otra vez: buscar y buscar en el archivo.
—Exacto. Lo mismo pasa con el tema del helado: yo quería saber si San Martín tomaba helado. Había vivido en Málaga, en Mendoza y en Chile. Ahí se tomaba helado: ¿y él? La lógica tenía que ser que sí, pero no tenía la certeza. Hasta que encontré a un contemporáneo de San Martín que contaba en sus memorias que de chico lo había visto paseando con Remedios y el matrimonio de Toribio de Luzuriaga por la alameda mendocina. En invierno paraban a tomar café y en verano paraban a tomar helado. Entonces: San Martín tomaba helado.
blockquote class="twitter-tweet" data-width="550">📚 @d_balmaceda en @GrandesLibrosOK con @pzunini: “Los historiadores tenemos algo de cirujas o cartoneros porque vivimos hurgando entre papeles viejos” #FILBuenosAires pic.twitter.com/3UYxiy0gwX
— Me Gusta Leer Argentina (@megustaleerarg) May 10, 2018
—¿Cuáles son las características que necesita un investigador para ser un buen historiador?
—Pasión por la historia, por el pasado. Quitarse el ropaje de juez: cuando uno ve la historia la tiene que comprender, no juzgarla. Y, por supuesto, mucha paciencia. A veces eso trae sus premios. Uno está investigando algo y en los documentos no aparece lo que uno quiere encontrar y descubre algo nuevo. Siempre va a haber un premio o una recompensa para el hurgador de archivos.
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