Por Victoria Bayona.
Terminar una saga es vivir el propio camino del héroe descrito por Campbell.
En mi caso hubo un llamado a la aventura: tenía veintiséis años y el sueño de convertirme en escritora. Me encontraba trabajando para una compañía de teatro, de gira por nuestro país, mirando sus hermosos y diversos escenarios por la ventanilla de una camioneta, cuando se me ocurrió que —tal vez— era el momento de intentar escribir una historia de aventuras como las que tanto me gustaba leer y probar algo que no fueran las poesías que inventaba desde los once.
Hubo también mentores y ayudantes: familiares y amigos que en el camino me apoyaron e incentivaron. Una editora que —ante mis insistentes llamados—, leyó el manuscrito y lo eligió para su publicación.
El libro en mis manos significó el cruce del umbral: de lo ordinario a lo extraordinario. Había cumplido el sueño más grande de mi vida, comencé a ser la protagonista de mi propia fantasía. Y en el trayecto uno encuentra, al igual que nuestros héroes, aliados, enemigos y pruebas. No es fácil. Hay que acompañar al libro, llevarlo como una bandera.
Hay momentos en los que uno entra a la caverna profunda: se replantea, duda. Sufre bloqueos, se desmoraliza cuando ve todo lo que tiene que contar y va por la página 15. Pero batalla contra todas esas actividades que parecen más urgentes o importantes que escribir. Entonces, venciendo al dragón de la procrastinación, obtiene la recompensa más valiosa: el punto final.
Luego de pasar por la edición, la imprenta, llega el día en el que uno retorna al hogar con un libro propio. Y ya no somos los mismos. Hemos sido transformados por nuestros personajes, por su mundo. Y no solo eso: sabemos y esperamos que otras personas sean tocadas por la historia que inventamos.
Hace 12 años un personaje quiso que contara su historia. Es un poco así, algo misterioso, mágico, inexplicable. Cuántas veces sentimos que solo respondemos a una voz que ya conoce la aventura que narramos y tipeamos como autómatas.
Y @victoriabayona y sus libros diosos, que no puedo esperar a leer porque, como muches saben, lo que me inició en la literatura no fue una saga a lo Harry Potter sino, justamente, una de barcos, vampiros y piratas… así que no dudo en que me va a encantar 😊💞 pic.twitter.com/WHZXM6lAC5
— Plausible 🦊 (@plausibleblog) May 6, 2018
Marion creció en mí hasta que fue tiempo de escribirla. Lleva su nombre en honor a Marion Ravenwood, la novia de Indiana Jones en Los cazadores del arca perdida. Cuando era chica quería ser ella. Admiraba su carácter, su valentía, y deseaba ir por el mundo viviendo aventuras junto a Harrison Ford.
A la hora de pensar una protagonista para mi historia, elegí a ese personaje al que jugaba ser. Y me entusiasmó desde el primer momento que fuera una mujer y no un hombre la que estuviera al mando de un barco. Me parece que las mujeres protagonistas escasean en este tipo de relatos. Escribí la historia que me hubiera gustado leer.
Los viajes de Marion cuenta la aventura de la capitana de una expedición a la isla de Aletheia. Es contratada por un grupo secreto que intenta restaurar el orden en su país de origen. Al principio se mantiene escéptica, pero a medida que pasan los capítulos, se dará cuenta de que hay mucho de su historia relacionado con la Cofradía, y que poco a poco creará vínculos que la harán crecer y virar el timón de su destino.
Marion es un personaje único. ¡Voy a extrañar tanto escribirla! Es irónica, frontal. Tiene un humor tremendo. Pero por momentos podemos acceder a sus costados vulnerables, y se equivoca, y se cae y se levanta. Lo que la hace humana y alguien con quien podemos empatizar. Está rodeada de personajes entrañables. Todos con diferentes tonos y colores. Y en su viaje abundan la fantasía, el romance y la amistad.
Tan pronto comencé a tomar los primeros apuntes —trabajo en un cuaderno de hojas lisas cuando boceto los personajes y las ideas al principio de cada proyecto—, sabía que iba a ser una trilogía. Sin embargo, planifiqué cada libro cuando llegó la hora de escribirlo. Al terminar el primero sabía cuál iba a ser el conflicto en el segundo, pero no cómo iba a resolverlo. Lo mismo pasó con el tercero. Me gusta ir dejándome desafíos a resolver a medida que voy escribiendo. Es divertido cómo la magia de la escritura obra su hechizo y, al final, todo encaja y no quedan cabos sueltos.
Amo escribir. Me fascinan todas las etapas. Buscar información, lugares. Datos que puedan llegar a ser útiles para la trama. "Amueblar la mente", como decía Bradbury. Contar. Hacer que los personajes se relacionen. Acompañarlos en sus alegrías, sus sufrimientos. Verlos crecer, cambiar. Disfruto muchísimo corregir. Releer cien veces un párrafo hasta que quede perfecto.
Cuando llegó el momento de trabajar en el segundo libro de Los viajes de Marion, Los iniciados de Megora, fue como volver a casa. Transitar por los lugares conocidos en mi mente fue como visitar una vez más una locación amada. Retomar los personajes fue como rencontrarse con amigos de toda la vida.
Hoy miro los tres libros juntos en mi biblioteca y no puedo creerlo. Lo que más me fascina ahora que la historia está completa es que ya no es mía, es de los lectores.
Cuando tengo la oportunidad de charlar con estudiantes, siempre digo que creo firmemente en la magia. Y que para mí, la magia en este mundo está en que yo pueda imaginar una historia, plasmarla a través de símbolos en un papel, y que otra persona pueda decodificar esos símbolos y reproducir la historia que imaginé en su cabeza. Y no solo eso, que la aventura que viva sea única e irrepetible. Porque todos hacen un viaje diferente con un mismo libro, incluso diferente al que yo imaginé. Y más mágico aún es que haya gente viajando por mis mundos y no lo sepa. Que nunca me entere.
Enterarse también es mágico. La Feria del libro, por ejemplo, es una gran celebración. Poder generar un lugar de encuentro con quienes nos leen es maravilloso. Abrazarse, compartir el entusiasmo.
Todavía no creo lo que me está pasando. Pasé muchos años preguntándome adónde me iba a llevar mi deseo. Si hacía bien en elegir lo que elegía. Y dudé muchas veces de estar haciendo las cosas bien. Y pasé muchas noches despierta, sintiendo que no estaba yendo a ninguna parte. Replanteándome todas las decisiones que había tomado. Sintiendo que lo que tanto quería nunca iba a llegar.
Unas vacaciones de invierno miré todos los capítulos de "Obra en construcción", un programa que entrevistaba a autores nacionales. Durante las entrevistas, como un acto involuntario, lloraba. Se me caían las lágrimas porque me vibraba el corazón sintiendo que ese era mi lugar, que yo tenía que estar ahí, respondiendo cómo eran mis procesos de escritura, hablando de mis libros favoritos, mostrando mi lugar de trabajo…
Y llegó. Y lo que había soñado se multiplicó y me sorprende con cosas que no me esperaba. Y, sobre todo, con gente que llega en el camino y me ayuda, me enseña y me hace querer dar lo mejor.
Me hace ilusión pensar que alguien que esté en la etapa de "No me va a pasar, no sé para qué trabajo tanto si no se va a dar nunca", pueda llegar a leer esto. Me gustaría decirle que, capaz, sucede.
La fórmula infalible: soñar y trabajar.
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