Juan Villoro: "La literatura es el sitio donde los deseos se cumplen"

El gran escritor mexicano pasó por el auditorio que la red social de lectores Grandes Libros tiene en la Feria del Libro y habló de su relación con el periodismo, la literatura y la actualidad mexicana.

Guardar
Juan Villoro en el auditorio de Grandes Libros junto a Nathalia Restrepo y Patricio Zunini
Juan Villoro en el auditorio de Grandes Libros junto a Nathalia Restrepo y Patricio Zunini

Juan Villoro es altísimo. A veces, la admiración hace que veamos a las personas más imponentes de lo que son, pero, en verdad, Villoro es altísimo. El chiste es que de tan cortazariano, siguió creciendo hasta alcanzar la altura de uno de sus grandes héroes. Tiene en la voz ese canto tan característico de los mexicanos; habla como si alguien lo persiguiera, pero con un grado de articulación propio de quien ha meditado muchísimo las palabras.

Villoro es actualmente el escritor más relevante de México. Ha ganado tantos premios que en Wikipedia, la lista de reconocimientos está en una página aparte. Se pueden mencionar, entre otros, el Herralde de Novela, el Vázquez Montalbán, el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, el José Donoso, etc.

Como autor prolífico y polifacético, se mueve cómodo en diferentes registros: el periodismo (Dios es redondo, 8.8: el miedo en el espejo), la ficción (El testigo, Llamadas de ÁmsterdamConferencia sobre la lluvia), la literatura infantil (El libro salvaje), el teatro, los ensayos futbolísticos y los literarios.

Justamente en este último género brilla con tres libros que reúnen su larga tarea de crítico literario: Efectos personales, De eso se trata y La utilidad del deseo. Son artículos vibrantes en los que la erudición del escritor se mezcla con la inquietud del lector apasionado.

Villoro viajó a Buenos Aires para participar en los "Diálogos latinoamericanos" de la Feria del Libro -estaba a cargo de abrir el ciclo junto con Eduardo Sacheri– pero antes pasó por el auditorio de Grandes Libros, donde, entrevistado por Nathalia Restrepo y Patricio Zunini, habló largamente de su relación con la literatura y la actualidad mexicana. Estos son los momentos más salientes del encuentro. La entrevista completa puede verse en la página de Facebook de Grandes Libros.

Juan Villoro, uno de los visitantes más destacados en la actual Feria del Libro
Juan Villoro, uno de los visitantes más destacados en la actual Feria del Libro

En los ensayos literarios hay una gran profusión de citas. Pero, antes que una forma de leer literatura, parecería una ética de la cita: como si con ellas pretendiera extender el diálogo entre escritores y lectores.

—Efectivamente, creo que la cita es una forma de la conversación. No es fácil citar, porque uno podría hacerlo para adornarse, para presumir o por simple pereza. Por eso admiro mucho a ciertos ensayistas que son extraordinarios con los citas. Por ejemplo, Fernando Savater: he descubierto a muchos autores gracias él. La cita es un diálogo y una invitación para que, a través del ensayo, alguien viaje a otro libro. Los ensayistas somos como los carteros que van llevando mensajes de una persona a otra. Y, a través de las citas, podemos entender a los autores. Me gustaría pensar que en La utilidad del deseo hay una conversación con muchos autores a través de sus propias palabras.

A lo mejor, alguna vez me anime a escribir un ensayo en forma sobre Borges, pero hasta ahora ha sido una voz cómplice y tutelar que va acompañando a los demás autores.

¿Cómo hizo para elegir a los autores de los que quería hablar, dejando a tantos otros afuera?

—Esto tiene que ver con los azares de la vida. En la historia de un escritor se mezclan sus propias pasiones, pero también las generosas invitaciones y, a veces, las presiones de amigos editores o de quienes están a cargo de un suplemento, que te incitan a volver a un autor o a descubrirlo a través de un ensayo. No siempre uno puede escribir de los autores que más admira. Por ejemplo, en mis tres libros de ensayos aparece mucho Jorge Luis Borges, pero no hay ninguno dedicado a él. A lo mejor, alguna vez me anime a escribir un ensayo en forma sobre él, pero hasta ahora ha sido una voz cómplice y tutelar que va acompañando a los demás autores. Hay otros autores que me fascinan, pero que no me provocan la capacidad de discutir con ellos. Simplemente me deslumbran y me quedo paralizado. Y luego, hay otros, que no necesariamente son los favoritos, pero que tienen una especie de misterio: hay un cajón escondido donde alguien dejó una pieza extraña y yo puedo abrir ese cajón y decir algo diferente. Eso me motiva a escribir sobre ellos.

Creo que Ricardo Piglia en El último lector decía que el crítico cree que analiza una obra cuando, en realidad, está escribiendo su autobiografía. 

—Es que escribir ensayos es como un hacer striptease al revés. Revelas cosas de ti mismo a través de citas, referencias, todo lo que te estás echando encima. La cita frase de Oscar Wilde: "Denle una máscara a un hombre y dirá la verdad". Muchas veces, asumir un disfraz no se hace para ser otro, sino para ser el que normalmente no te atreves a ser. Con el disfraz te sientes autorizado a decir cosas que te comprometerían demasiado si las dijeras con el rostro desnudo.

“De eso se trata”, uno de los ensayos literarios de Juan Villoro
“De eso se trata”, uno de los ensayos literarios de Juan Villoro

Un ensayo sobre la escritura de otros autores es también un estudio del proceso creativo. Usted menciona cómo la despersonalización del autor llega a veces a ser tan extrema que, por ejemplo, Dickens y Balzac han llorado con sus personajes. ¿Le ha pasado algo similar?

—Uno de los grandes misterios de la creación literaria es lo difícil que es juzgar con objetividad lo que tú has escrito. Estás muy cerca de ese material y trataste de hacerlo de la mejor manera, pero: ¿hasta qué punto puedes valorar? Creo que una de las únicas pruebas irrefutables de que algo funciona literariamente es, cuando por azar o porque ha pasado algún tiempo, de pronto te sorprendes con un texto como si lo hubiera escrito otro. Se da un fenómeno muy extraño, porque lo mejor que tiene es que es independiente de ti y, por lo tanto, no puedes sentirte muy orgulloso de él porque, si algo tiene de bueno, es que te parece ajeno. Es una experiencia de despersonalización sumamente interesante.

¿Le pasa lo mismo con los subrayados? ¿Se reconoce en subrayados que hizo en lecturas anteriores?

—A veces, ver los subrayados es como una especie de psicoanálisis. De pronto veo lo que subrayaba de un autor extraordinario a los 24 años y descubro que era la frase más tonta. Eran cosas que no valían la pena -o que ahora me parece que no valían la pena. Uno cambia mucho como lector y eso también me parece interesante en la reflexión ensayística: en qué medida ciertos libros van gravitando a través del tiempo dentro de ti y se van convirtiendo en libros diferentes. En ocasiones incluso, sin necesidad de releerlos, porque ese es otro prodigio de la memoria asociada a la lectura. Hoy en día está de moda no tener memoria: ya todos tenemos los teléfonos celulares que son nuestras agendas, nuestros cuadernos, son nuestras prótesis de memoria. Sin embargo, una de las cosas más significativas de la relectura es poner a prueba las memorias de lo leído hace algún tiempo con tu personalidad actual.

La lectura de Cortázar fue casi peligrosa para mi generación, porque era una forma de la idolatría.

Un escritor que aparece mucho en los ensayos es Julio Cortázar. 

—La lectura de Cortázar fue casi peligrosa para mi generación, porque era una forma de la idolatría. Yo tenía un gran amigo que falleció en el terremoto de 1985; era médico, falleció haciendo guardia. Él me había regalado Rayuela y jugábamos a memorizar cuentos enteros de Cortázar. Leímos Rayuela como una obra de autoayuda: queríamos enamorarnos de la Maga, irnos a vivir a parís, oír jazz, comportarnos como los personajes de Cortázar. Fue una lectura idolátrica y, en efecto, he sido bastante cortazariano. Por cierto, en La utilidad del deseo hay un ensayo que compara las correspondencias de Manuel Puig, Juan Carlos Onetti y Julio Cortázar.

Siguiendo con ese libro, allí cuenta la relación que mantuvo con el idioma alemán, idioma que aprendió en la escuela y del que dice que es el idioma de la precisión descriptiva. Si ese es el alemán, ¿qué es el español?

—El español es un idioma muy distinto. Para empezar, es una lengua que no aprendí. Sé que existe el pluscuamperfecto y probablemente lo use, pero soy como aquel personaje de Molière que de repente se da cuenta que habla en prosa. Al español lo aprendí en el uso. En cambio, conozco perfectamente la gramática alemana, que es absolutamente rigurosa. Recuerdo una clase en la que un profesor se paró frente al pizarrón, hizo un dibujo complejo y dijo: "Este es el mapa de una frase alemana". O sea: en alemán, las frases tienen mapas. Así de preciso es. El español es más alusivo, más incierto, más tentativo. Yo defiendo mucho la riqueza del español latinoamericano, porque, especialmente los que tenemos pueblos originarios que siguen vivos y activos, tenemos la idea del español como idioma adquirido. No nos sentimos dueños absolutos de la lengua. Tenemos una relación más vacilante, más respetuosa. De esta fragilidad, de esta condición un tanto más creativa, surge la mejor prosa en la lengua castellana del siglo XX: Borges, Rulfo, Onetti. Por citar a grandes monstruos.

Menciona a tres grandes autores que, de alguna manera, se apropiaron del español a partir de formas europeas. ¿Hay una coincidencia con ellos?

—El español era el idioma de la calle, pero también de la liberación. Era el idioma en el que yo podía jugar, podía soñar, podía desear. El alemán era un idioma impuesto. El hecho de haber aprendido el alemán te sensibiliza y te capacita para aprender otros idiomas, pero sobre todo te permite regresar a tu lengua propia como un espacio de libertad que no hubiera concebido sin una educación tan restrictiva en alemán. No hay nada más extraordinario que, luego de seis horas en el colegio aprendiendo en alemán, escuchar una narración de fútbol en español. Es como si escucharas un rapsoda mitológico de Grecia clásica.

Además de su pasión por las letras, Villoro es un gran apasionado por el fútbol y ha escrito varios libros sobre el deporte
Además de su pasión por las letras, Villoro es un gran apasionado por el fútbol y ha escrito varios libros sobre el deporte

¿Cómo convive el autor erudito de la cita y la palabra precisa y poética con el fanático del fútbol?

—La experiencia está hecha de muchas capas diferentes y nosotros podemos circular por distintas zonas. Me gusta mucho reflexionar sobre mis pasiones literarias; obviamente un libro como La utilidad del deseo, que es un libro sobre libros, es para un público al que le gusta leer literatura, discutir autores, entrar a minucias. Pero también escribo para niños y el horizonte es totalmente distinto. Y, además, los autores también tenemos una vida personal, pasiones, cábalas y supersticiones. En mi caso, el fútbol me ha acompañado mucho a lo largo de la vida. Aunque siendo mexicano ha sido una escuela de escepticismo y de tolerancia ante la frustración.

El famoso quinto partido del mundial.

—El quinto partido al que nunca llegamos. Que un país piense llegar al quinto partido como el máximo anhelo nacional, bueno, no es lo más épico del mundo. Yo, además, son hincha del Necaxa, y, como hincha, lo único que quiero es que gane. No me importa si lo hace con un gol en el último minuto en un fuera de lugar. Pero cuando escribo de fútbol, me interesa otra cosa: me interesa ese fenómeno extraño que es la afición. Por qué alguien delega sus emociones en un equipo, por qué una persona que tiene pésima memoria y que no se acuerda de nada se sabe las alineaciones de equipos desaparecidos de 1970. Por qué tiene la cabeza llena de esas cosas alguien que aparentemente tiene la cabeza hueca en el resto del tiempo. Por qué alguien se pinta la cara y se da vacaciones de sí mismo y se abandona a la horda en los estadios. El backstage de la pasión es lo que me interesa averiguar cuando escribo de fútbol.

El narco está totalmente infiltrado en el gobierno mexicano, en la policía, en el ejército -que es un narcoejército.

Pasando a un tema de actualidad, ¿cómo se narra la violencia actual de México? Debe ser una realidad que le pide escribir sobre eso.

—Sí, sobre todo porque el gobierno que lanzó una guerra contra el narcotráfico, el de Luis Felipe Calderón en 2006, lo hizo con un discurso oficial totalmente falaz. La idea que ha tratado de difundir es que las bandas del narcotráfico combaten entre sí disputando por rutas y por plazas, y que el gobierno trata de calmar esta violencia intrínseca provocada por grupos que invadieron nuestra sociedad. Son bárbaros -el presidente Calderón les llamaba "malosos"-, como si fueran gentes exógenas, ajenas al cuerpo social. La verdad es totalmente diferente: el narcotráfico es una subcultura que se ha arraigado en el tejido social. El narco no es un extraterrestre, no es un ser otro. Muchas veces es alguien igual a nosotros, puede ser nuestro vecino, nuestro pariente, incluso nosotros mismos cuando ante el espejo entendemos que nos hemos vuelto cómplices. El narco está totalmente infiltrado en el gobierno mexicano, en la policía, en el ejército -que es un narcoejército. Numerosos mandos políticos y empresariales forman parte del tejido del narcotráfico. Solamente si se entiende esto como un problema social generalizado podemos combatir a este enemigo que está tan infiltrado en México. En Colombia, la tercera parte de la cámara de diputados tuvo que renunciar por estar vinculada con el narcotráfico. Es gravísimo, pero hubiera sido peor que no se descubriera. En México no se ha descubierto. Es un tema a investigar y por eso es tan importante que el periodismo hable de lo que el gobierno no quiere que se hable.

En su última columna para el periódico La Reforma, habla del trabajo que la periodista Marcela Turati hizo al acompañar a las madres de Tamaulipas que buscan a sus hijos en las fosas comunes de San Fernando.  Allí se pregunta si vale la pena contar la violencia y dice que "Si alguien puede contarlo, entonces vale la pena". ¿Podríamos vincular esa situación con la cita de los hermanos Grimm que da origen al título de La utilidad del deseo?

—Los hermanos Grimm ampararon todos sus cuentos con el lema "Entonces cuando desear todavía era útil", aludiendo a una etapa pretérita, a una Arcadia donde los deseos todavía eran posibles y se cumplían. El famoso momento del hada madrina que cumplía tres deseos. Yo creo que la literatura es el sitio donde los deseos se cumplen, por eso mi libro se llama La utilidad del deseo. En la escritura, si la literatura funciona, tus deseos son útiles. Y me gustaría pensar que a través del periodismo, por duro que sean los temas que cubre, estamos deseando que, primero se comprenda y, luego, si se puede comprender, que sea el primer paso para que no vuelva a ocurrir.

La agenda de actividades para hoy en el auditorio de Grandes Libros en la Feria del Libro

16 hs.: La editorial Hola Chicos presenta "Mentalidad de crecimiento"

17 hs.: Entrevista a Florencia Canale, a cargo de Patricio Zunini

18 hs.: Entrevista a Martín Kohan, a cargo de Patricio Zunini

19 hs.: Entrevista a Andrés Neuman, a cargo de Flavia Pittella

20 hs.: Mercedes Funes y Joaquín Sánchez Mariño presentan "Duca Jazz"

Guardar