Es la tercera vez que Paul Auster visita Buenos Aires. Lo hace para presentar en la Feria del Libro 4 3 2 1 (Seix Barral), una novela río en la que invirtió siete años de escritura y en la que registra buena parte de la historia de Estados Unidos.
Él, en realidad, dice que viajó por otra causa: "Volví por razones personales", dice. Y agrega con picardía: "Volví por alguien con quien me voy a casar". Si fuera cierto, podríamos asumir que habla de una mujer de Letras: algunos días atrás, dijo en la entrevista que le hizo Flavia Pittella que se enamoró sólo tres o cuatro veces, y que siempre fue con escritoras.
De hecho, está casado desde hace más de 30 años con Siri Hustvedt. En los años de convivencia, ambos han escrito grandes obras: las de él, con una producción casi anual, incluye El palacio de la luna, El libro de las ilusiones, La noche del oráculo, Brooklyn Follies, etc.; ella, menos torrencial pero no por eso menos deslumbrante, publicó, entre otros títulos: Todo cuanto amé, El verano sin hombres, La mujer temblorosa.
¿Es difícil vivir con una escritora? "¡Al revés!", dice Auster. "Es lo mejor, es como estar en el paraíso. La mujer que amás, la persona con la que querés pasar toda tu vida entiende tu trabajo y hace lo mismo que vos. Podés compartir tus ideas y lo que hacés. Es una ayuda enorme. Es mi primera lectora. Le doy todo para que lo lea y ella me da todo lo que escribe. La gente cree que es un problema, pero es exactamente lo opuesto. Es una gran situación."
El siglo de la poesía
En la literatura, la juventud es un estado de ánimo y Paul Auster, a los 71 años, mantiene una vitalidad asombrosa. Es entendible por qué tantas personas se sienten cautivadas por él. Con pequeños gestos, con el fantasma de un sonrisa y, sobre todo, con una mirada profunda se adueña de la escena. Es imposible mirar hacia otro lado cuando Paul Auster está en la misma habitación.
Pese a que no le entusiasma responder entrevistas, se entrega al juego. Y lo hace con compromiso. Al final del encuentro dirá que no puede recordar qué dijo, que la entrevista, para él, es como un presente continuo en el que se deja llevar. Esto no significa que se saque la pregunta de encima: todo lo contrario, se compromete tanto que se vuelve una suerte de médium de sí mismo. Se deja atravesar por el pensamiento.
–¿Tiene como objetivo escribir la "Gran Novela Norteamericana"?
-No persigo nada ni me pongo etiquetas. La "Gran Novela Americana" es algo que inventó el periodismo. Yo no soy moderno, no soy postmoderno, no soy post-postmoderno, no soy cubista ni realista ni naturalista. Simplemente hago lo que hago.
–El gran poeta Robert Frost es protagonista de 4 3 2 1: ¿hay en la actualidad un poeta de tal magnitud en Estados Unidos?
-Creo que no. Tuvimos un período extraordinario, entre 1950 y 1980. Fue una edad dorada. No quisiera aburrirte, pero si pienso un poco puedo citar entre 80 y 100 nombres de buenos poetas; algunos excelentes. Lo fascinante de aquel período es que había muchas escuelas diferentes y distintas aproximaciones excluyentes una de otra, pero todas fascinantes y estimuladoras. No creo que hoy en día tengamos grandes poetas, pero la poesía es muy sólida en el país. De hecho, siempre sentí que la poesía norteamericana del siglo XX era mejor que la ficción. Ezra Pound, T.S. Eliot, Wallace Stevens, William Carlos Williams, para nombrar sólo a los cuatro más famosos, conforman un corpus tremendo inigualable en ninguna parte del mundo. En cuanto a los novelistas, sí: tenemos a los "tres grandes" Fitzgerald, Hemingway y Faulkner, pero después de ellos solo hay buenos escritores.
–Usted escribió una novela con una impronta "fitzgeraldana" durante la crisis de 2008.
–¿Decís Sunset Park? Es interesante, jamás se me hubiera ocurrido verla así.
–La leí como una reversión de El gran Gatsby.
-Es curioso: El gran Gatsby es un libro que quiero mucho. Sí pensaba en él cuando escribí Leviatán porque, así como Nick es el narrador que cuenta la historia de Gatsby, mi Peter Aaron cuenta la historia de Ben Sacks. Y ninguno de los dos es totalmente creíble porque no tienen toda la información de la historia. Encuentro eso como un elemento fascinante, particularmente en Fitzgerald.
–En 4 3 2 1, un personaje adolescente escribe una historia sobre unos zapatos que hablan: ¿qué dirían los suyos, si pudieran?
-[Se ríe] No lo sé. Pensé: ¿qué haría un chico muy brillante de 14 años? No es capaz de escribir al nivel de lo que llamaríamos "literatura para adultos", pero no es estúpido. Entonces podría escribir algo así como un cuento de hadas o una fantasía, y se me ocurrió lo de los zapatos. En la novela no cuento la historia porque no habría podido escribir como un chico de 14 años; es el narrador quien resume la historia. Pero debo decir que pasé un buen momento, fue muy divertido. Y creo que el lector que se haya dejado envolver por la historia ya no va a poder mirar a sus zapatos de la misma manera. Todos tenemos a Hank y Frank. Son hermanos y hacen un gran trabajo juntos.
La conexión argentina
¿Hay placer más grande para un lector que encontrar que las grandes historias se mueven por personajes de su ciudad, de su país? El protagonista de El libro de las ilusiones (2006), luego de la tragedia aérea en la que muere toda su familia, sin ánimos para seguir adelante ni proyectos que lo conmuevan, se descubre riendo frente a la TV. Es la primera vez que se ríe en en meses, gracias a una película muda protagonizada por un cómico llamado Héctor Mann. Así comienzan las peripecias de esta novela. Pero con un condimento especial: Héctor Mann es argentino.
–¿Por qué argentino?
-No lo sé, me lo preguntan y no lo sé. Primero me lo imaginé físicamente. Lo vi. Después pensé que era judío, pero con cierto aroma latino. Así que, por supuesto, pensé que habría crecido en la Argentina, porque aquí hay una gran comunidad judía. Y una cosa llevó a la otra. Hay también otro personaje argentino en Un hombre en la oscuridad: la mujer de Owen Brick es argentina. Me gusta el país. No es que lo conozca; sólo estuve en Buenos Aires. Pero tengo la sensación de que conozco a la ciudad y la encuentro diferente a otras ciudades que visité, me resulta fascinante.
–Usted fue amigo de Tomás Eloy Martínez. Quería pedirle un recuerdo de él.
-Lo traté durante muchos años y fue muy amable conmigo. Creo que fue el primer escritor latinoamericano que escribió seriamente sobre. A principios de los 90 escribió un artículo sobre mis primeras novelas. Recuerdo que vino a visitarme en Brooklyn. Vivíamos en un departamento muy chiquito y él vino a verme, pero como no había espacio salimos a caminar y nos sentamos en un banco en el parque. Y hablamos de todo. Nos hicimos grandes amigos. Siempre lo respeté, lo admiré y le tuve un gran afecto.
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