El gran libro nacional es, por supuesto, el Martín Fierro. Nadie que pase por él sale igual. Borges decía que, si hubiésemos elegido al Facundo en lugar del Martín Fierro, otra historia, tal vez, sería la nuestra. Y, sin embargo, él escribió sobre ambos y hasta les pensó nuevos finales. Al Martín Fierro sobre todo: después del cuento "El fin" parecía que ya nadie podía seguir imaginando otras escenas para ese gaucho infortunado.
Pero la literatura argentina sigue viva alrededor del poema de José Hernández; muchos han escrito sobre él. En los últimos años, Martín Kohan, por ejemplo, planteó un amor homosexual entre Fierro y Cruz. Y ahora, Gabriela Cabezón Cámara (autora de La virgen cabeza, Beya) redobla la apuesta con Las aventuras de la China Iron, imaginando las peripecias, ya no del héroe trágico, sino de su mujer. La gran ausente de la historia era ella hasta que Cabezón Cámara la rescató de la oscuridad.
En el marco de las actividades que la red social de lectores Grandes Libros organiza en la Feria del Libro de Buenos Aires, Flavia Pittella entrevistó a Gabriela Cabezón Cámara sobre este nuevo libro. Estos son los pasajes más salientes del encuentro. La entrevista completa se puede ver desde la página de Facebook de Grandes Libros.
—¿Qué la gauchesca para vos?
—La gauchesca tiene algo como tectónico, tiene que ver con el pulso del castellano. Una lengua es un pueblo que la habla. Tiene que ver con la manera de pensar y de sentir y de cantar y de enunciarse de un pueblo. La gauchesca es una música que nos corre en la cultura y en las venas, nos demos cuenta o no.
—La clave en Las aventuras de la China Iron es la voz femenina que narra: ¿qué cambia del establishment de la gauchesca?
—En principio, eso que estás señalando: que pone el punto de vista de una mujer. Se apropia de algo que fue eminentemente masculino. Todos los personajes y todos los escritores eran varones —era el siglo XIX: algo que explica bastante. Hay una operación de tomar esa tradición y resignificarla fuerte porque tiene que ver con la literatura argentina del siglo XIX, pero también con la del XX y el XXI, porque están las reescrituras de Lugones, Borges, Lamborghini, Kohan, por hacer un caminito muy resumido y veloz.
—¿Qué hay de vos en esa china?
—Un deseo fuerte de reescribir lo acontecido para que suceda con felicidad. En general, las historias que se relatan en la gauchesca son historias de guerra y de fuerte derrota. La gauchesca traza la trayectoria de la derrota, la opresión y el aplastamiento de una clase. Cuando el gaucho le sirve a la burguesía del Río de la Plata para las guerras de la independencia, tiene un lugar y promesas de igualdad ante la ley. Tiene la promesa de ser tomado en cuenta como un sujeto social importante. Pero cuando termina la guerra de la independencia y termina la guerra de facciones, el gaucho es sometido. Se supone que Martín Fierro era un arrendatario, un hombre que alquilaba un campito, tenía sus vaquitas y sus herramientas: le sacan todo. Lo secuestran; una leva es un secuestro. Se lo llevan a trabajar gratis, a construir estancias para los que acaban de capturar esas tierras. Si algo es Martín Fierro, es la novela de un hombre destrozado por el Estado. La China es una historia muy feliz. Es el camino inverso.
—Ahí todo es bello.
—Yo quería que ella contara la luz de la pampa, que me parece de una belleza desquiciada. El paisaje de la llanura es el cielo. Ella ve esa luz, cuenta esa luz. Sale del caserío en el que vivía a los 14 años y empieza a ver el mundo como si fuera una recién nacida. Es la primera vez que se puede pensar a sí misma por fuera de lo que se supone que debería ser.
—Por fuera del mandato.
—Más que un mandato, una imposición. Era lo único que podía ser con su existencia. No había forma de ser otra cosa. Y cuando se ve liberada, lo suyo es la felicidad.
—¿Qué dice de nosotros que el Martín fierro sea el poema nacional?
—Parece bastante aleccionador. El poema nacional te dice que te hagas amigo del juez porque si no te va a ir mal, porque no hay igualdad ante la ley. No hay Justicia. Te dice que obedezcas, que no te rebeles. La primera parte del Martín Fierro es una novela hermosa, y él es rebelde y lucha por su libertad y su dignidad. La "Vuelta" es un horror. Es una oda a la resignación, a la aceptación de la humillación. Es horrible. Me parece que dice de nosotros que nos han querido sumisos y aleccionados. Que nos quieren —o que nos quisieron en el momento en que se lo consagró— calladitos y sometidos.