De todos los símbolos borgianos, el laberinto es uno de los más característicos. Es el protagonista de "La casa de Asterión", "El Inmortal", "Los dos reyes y los dos laberintos", "Las ruinas circulares", cuántos otros cuentos. El laberinto es a la vez fascinación y vértigo, muerte y misterio, búsqueda y pérdida.
Tal vez por la fuerza del ícono que supo edificar quien fuera su marido, María Kodama no puede evitar entrar en uno cuando lo ve. Ayer, antes de participar en una entrevista pública en el auditorio que la red social de lectores Grandes Libros tiene en el hall central de la Feria del Libro, la autora de Homenaje a Borges y Relatos (Sudamericana) pasó un largo rato en el laberinto literario de Leamos.
Agarrada a un paraguas verde que no quiso soltar -el día anterior había perdido uno que la acompañó durante tres décadas- iba y venía por los diferentes senderos. Jugó a descubrir títulos a partir de emojis, se rió a carcajadas con las "placas rojas" que presentaban los clásicos -por ejemplo: "Loco del hacha mata a anciana: le debía guita, se justificó" (Crimen y Castigo); "La piba no había muerto. Estaba durmiendo la siesta" (Romeo y Julieta)-, elogió las enormes ilustraciones de colores casi flourescentes y quedó impactada con la imagen de un pulpo gigante abrazado a un barco. Tan entusiasmada estaba que se sacó muchísimas fotos y hubo que ir a "rescatarla" para empezar la entrevista.
La samurái que cuida una obra universal
En el auditorio de Grandes Libros muchísima gente esperaba por ella. Fue una de las presentaciones que más público convocó hasta ahora. La Feria del Libro de Buenos Aires es uno de los eventos culturales más importantes del año y es imposible que la presencia de María Kodama pase desapercibida. Entrevistada por Patricio Zunini, habló de sus libros, recordó a Jorge Luis Borges y hasta jugó con la posibilidad de criticar a algunos escritores, porque "así es más divertido".
Estos son algunos de los momentos salientes de la charla (el encuentro completo puede verse desde la página de Facebook de Grandes Libros):
–Cuando presentó su libro Relatos, Alina Diaconú dijo que Borges le decía a usted que era una samurái.
-Sí, porque soy una persona que sabe luchar. Sé luchar. Fue una larga lucha que ahora ha terminado, pero es así.
–¿Es consciente que para mucha gente usted es una figura antipática?
-No soy antipática. Lo que pasa que eso es fruto de la envidia y la frustración. Vuelcan sobre mí lo que son ellos. Yo no afronté ninguna batalla, simplemente puse las cosas en su lugar.
–¿Qué fue lo que más le dolió?
-No me dolió nada. Un periodista español me hizo una entrevista en medio del escándalo que había acá (por supuesto que en Estados Unidos y Europa era muy diferente) y me preguntó qué sentía yo por esa gente. Yo le dije que sentía una infinita piedad y gratitud: una infinita piedad porque demostraban que nunca iban a poder amar ni ser amados, y una infinita gratitud porque me pusieron en una situación límite y descubrí que dentro de mí hay un centro formado por el amor de mis padres, de mis amigos, de Borges, que es indestructible. Nada ni nadie puede moverlo.
–¿Sigue hablando con Borges? Cuando se inauguró la estatua en la Biblioteca Nacional, usted contó que, casi a la manera de un rezo, lo saluda todas las noches.
-Siento que está en mí. Y todos ustedes me ayudan a sentir que, aunque sé que ha partido, está. Eso es fascinante.
–Dentro de cien años, ¿qué vamos a recordar de Borges?
-No lo sé, pero su obra quedará. Como la de Shakespeare.
–Se han escrito muchas biografías sobre Borges: ¿cuál es la mejor para conocerlo?
-Para conocerlo hay que leer su obra. Las biografías, en general, son la proyección sobre el biografiado que hace el biógrafo. Pero, por ejemplo, una muy buena es la de Horacio Salas. Me parece muy digna, muy correcta, muy profunda, muy bien hecha. El resto, mejor olvidarlo.
–No quiero meterla en una entrevista de controversias.
-No, no. O sí: es muy divertido.
–Me da la chance de preguntarle por la biografía de Alejandro Vaccaro.
-¡Pero ese hombre no existe!
–Pero está muy bien documentada.
-¡La escribió otra persona! Y la documentación del señor Vaccaro, mire que documentación maravillosa: publica que Borges escribía con faltas de ortografía. Ese señor ignora la evolución del idioma, ignora todo. Yo escribí una carta en la que decía que, evidentemente, el señor Vaccaro, que es contador público, profesión que envidio sanamente porque sería muy útil en mi vida, no tenía por qué conocer la obra de Borges, al que nunca conoció y menos leyó, porque si no, no diría las cosas que dice.
–Le ha tocado muchas veces defender la obra de Borges.
-Por eso me la dejó. Yo fui criada por mi padre, que nació, se crió y se educó en el Japón, y que me enseñó las reglas éticas del Japón.
–Ahí salió la samurái.
-Exactamente.
–Unos meses atrás hicimos una entrevista y yo le pregunté si estaba preocupada por lo que pasaría con la obra de Borges después de que usted muriera. Con mucha ironía, usted me dijo: "Tal vez viva 120 años". ¿Qué pasa en el año 121?
-Ya todo está pensado. No voy a decir nada, claro, pero está todo pensado: soy japonesa.
¿Dónde estás Herodes?
–¿Estudiaba con Borges en la Biblioteca?
-Primero estudiamos en bares, después en la Biblioteca. Y después en su casa, cuando la madre le dijo: "Vos no podés tener a esa chica de bar en bar, traela a casa". Supongo que quería conocerme para saber si el hijo estaba con una loca.
–¿Le hubiese gustado tener hijos?
-No tengo instinto maternal. Bueno: el instinto maternal, en realidad, no existe. La vocación es otra cosa. Tengo amigas cuya vocación era ser madres y es maravilloso ver a los hijos que han criado. Hay otras que, como yo, no la tenían, pero por la fuerza social tuvieron hijos y así salieron. Hay que darse cuenta de cuál es la vocación que uno tiene, para no arruinar otra vida.
–Ustedes se conocieron ya muy grandes -él era muy grande-: ¿Borges hubiese querido tener hijos?
-No, no. No le gustaban los chicos. Una vez, en un viaje en avión había un bebito justo detrás de él que lloraba y lloraba. Todavía permitían llevar el bastón en el avión; ahora ya no se puede, pero en esa época sí. De pronto la azafata viene a servirle algo y Borges, con las dos manos sobre el bastón, mira hacia arriba y dice: "Herodes, Herodes, ¿dónde estás?". Por supuesto, la azafata se lo contó a todo el mundo, incluida a la madre, que, cuando bajamos, le dijo: "Maestro, tiene razón. Yo también a veces pienso así".
–Hablando de la vocación maternal, hoy se está discutiendo el aborto legal, seguro y gratuito. ¿Tiene una posición sobre el tema?
-Yo tengo la posición de la libertad. Borges me decía que yo era la primera prisionera de la libertad.
–¿Se considera feminista?
-No lo sé. Mi abuela era una mujer del estilo Dios, Patria y hogar, con una mente muy cerrada. Ella pensaba que había cosas que una niña no podía hacer. Mi padre nunca la contradecía, pero un día me dijo: "No hay absolutamente ninguna diferencia entre un hombre y una mujer. Todo lo que hace un hombre lo puede hacer usted. A medida que usted crezca, le voy a decir lo que, desde mi punto de vista, no es conveniente que haga. Ahora bien, si hace lo contrario de lo que le digo, pero veo que no es por capricho, sino porque es lo que realmente siente que es fundamental, la voy a respetar hasta el último día de mi vida." Con un padre así…
–En más de una entrevista, Borges dijo que tenía el deseo de morir y que su desaparición fuera total. Como Lugones, no quería que le pusieran su nombre a una calle, que no hubiera recordatorios. Treinta años después, la calle Serrano donde vivió en su infancia se llama Borges y en la Biblioteca Nacional hay una estatua. ¿Qué pensaría él si viera todo esto?
-Diría: "No es para tanto". [Risas]
Las actividades para hoy en el auditorio de Grandes Libros
17 hs.: Osvaldo Quiroga cuenta su "biografía de lector"
18 hs: Reynaldo Sietecase presenta "Desnudos de vidriera"
19 hs: Jimena Latorre anticipa qué esperar para el resto del 2018
20.30 hs: Entrevista a Pablo Braun, presidente de la Fundación Filba