El rescate de un Hemingway inédito: la gran tarea de Ricardo Piglia antes de morir

"En nuestro tiempo", el primer libro del autor de "El viejo y el mar" nunca había sido traducido al español hasta ahora. En esta nota, la editora Daniela Portas cuenta la cocina detrás de ese logro, que nació como una propuesta del autor de "Respiración artificial".

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Ricardo Piglia y Ernest Hemingway: una relación mágica
Ricardo Piglia y Ernest Hemingway: una relación mágica

Por Daniela Portas.

El jueves 5 de septiembre de 1968, en Los diarios de Emilio Renzi, Ricardo Piglia escribe: "Si me dejara llevar por los misterios, tan fáciles, tan atrayentes, vería una relación mágica en mi encuentro con ciertos libros: El juguete rabioso, los cuentos de Hemingway, el diario de Pavese, que nunca he podido 'soltar', que cada vez he vuelto a descubrir, encontrando una cualidad que no conocía pero que me había hecho amarlos en el pasado. Es visible que fueron esos encuentros los que hicieron de mí lo que soy".

Releo ese fragmento en busca de pistas que me ayuden a explicar por qué sentí lo que sentí cuando él me dijo, una tarde de julio del 2016, en su casa: "El primer libro de cuentos de Hemingway nunca se publicó en español; si lo publican, yo escribo el prólogo".

Pero la historia de mi relación con Piglia empezó un tiempo antes.

“En nuestro tiempo”, el libro de Hemingway que estaba inédito en español
“En nuestro tiempo”, el libro de Hemingway que estaba inédito en español

Era abril del 2015. En medio de la corrección de un libro, le escribí un mail a una amiga de una amiga, traductora ella, para hacerle una consulta. Entablamos una conversación que derivó en una propuesta de trabajo: ella me contó que era una de las asistentes de Piglia. Él ya estaba muy enfermo y no podía trabajar solo. Necesitaban sumar a alguien más. Dije que sí, por supuesto, sí a todo.

Pocos días más tarde, estaba yo sentada enfrente del mismísimo Ricardo Piglia, leyendo en voz alta un capítulo de la biografía de Proust para que él decidiera, supuse en ese momento, si me aprobaba. Leí como si fuese la única vez que iba a leer en mi vida. Me acuerdo del esfuerzo que hice para modular, para no agitarme, para pasar la página a tiempo de modo que no hubiera interrupciones, y sobre todo, para olvidarme de que él era él y de que me estaba mirando.

Empecé a ir a su casa dos veces por semana y fines de semana por medio. Pasábamos juntos entre tres y siete horas. Yo leía en voz alta (sus propios textos, que estaba corrigiendo para distintas publicaciones; los libros de su predilección, muchas biografías; el diario), tipeaba lo que él me dictaba, corregía. Llegaba siempre puntual y trabajaba como poseída. Quería ser rápida, quería ser eficiente, quería ser perfecta. Casi no hablaba de mí, salvo que él me preguntara algo, si había leído a tal autor, si estaba escribiendo, qué estaba escribiendo. Pero sobre todo nos conocimos a través del trabajo. En los saltos en la lectura, en los malentendidos, en los cambios de planes, en las sesiones maratónicas de edición, podían leerse las variaciones de nuestros estados de ánimo, el código que fuimos construyendo, el afecto.

Cuando trabajábamos bien, todo estaba bien. La sonrisa de satisfacción de Ricardo cuando conseguía que una frase fuera como él quería atravesaba el muro de la enfermedad y producía en mí un efecto mágico, las angustias desaparecían, se diluía el cansancio. En una entrada de mi diario de esos meses escribí: "Cuando voy a lo de Piglia y empiezo a leer en voz alta, puedo respirar bien, dejo de sentir que me falta el aire. ¿Será la lectura en voz alta? ¿Será la entrega?".

Todavía joven, Hemingway ya mostraba en su primer libro de relatos toda la fuerza que iba a desplegar a lo largo de su obra.
Todavía joven, Hemingway ya mostraba en su primer libro de relatos toda la fuerza que iba a desplegar a lo largo de su obra.

"El primer libro de cuentos de Hemingway nunca se publicó en español; si lo publican, yo escribo el prólogo", me dijo, entonces. Y vuelvo a escribir la frase entre comillas porque me la acuerdo textual.

Hacía menos de tres meses, yo había empezado a trabajar en Penguin Random House como editora. Los lunes y miércoles salía más temprano de la editorial, en San Telmo, y me iba a Palermo, a la casa de Ricardo y Beba, su mujer, para trabajar tres horas con él. Un día le conté que tenía ganas de presentar algún proyecto en la editorial pero que no se me ocurría nada. No me imaginé que iba a responderme lo que me respondió.

Hubo algo en la inmediatez con la que mencionó el libro de cuentos de Hemingway que me hizo sentir que esto era algo que había tenido en la cabeza durante mucho tiempo o una idea que había estado incubándose en algún rincón de su mente, en medio de la infinidad de otros proyectos que lo ocupaban, y que en cuanto yo empecé a hablar salió de su estado de latencia y emergió a la superficie de sus prioridades. No me acuerdo qué respondí, supongo que dije que me parecía una buena idea, estupefacta, mientras tomaba un sorbo de mi té con leche con la vista fija en el piso.

Presenté el proyecto en la editorial al día siguiente. No salía de mi estado de shock. Repetía "Hemingway con prólogo de Piglia" como si estuviese diciendo cualquier cosa, como si ya no entendiera el idioma.

Ricardo Piglia está considerado como uno de los escritores argentinos más importantes de todos los tiempos (Télam)
Ricardo Piglia está considerado como uno de los escritores argentinos más importantes de todos los tiempos (Télam)

Tres semanas después, llegué una tarde a su casa y me dijo que tenía el prólogo listo. Me pidió que lo leyera en voz alta. Cuando terminé, me preguntó qué me parecía. Cada tanto hacía eso. Leíamos algún texto suyo en el que estaba trabajando y me preguntaba qué me parecía. Para mí era como una prueba o un juego. Yo trataba de estar a la altura de esa pregunta y siempre intentaba decir algo más que alabanzas. Pero en este caso, y en tantos otros, no pude decir nada. El texto era perfecto. Una clase magistral sobre literatura, sobre Hemingway, sobre el arte de escribir cuentos. Una invitación irresistible a leer el libro de una sentada, como hizo él, a los 18 años, cuando encontró un ejemplar usado de In Our Time en una librería de Mar del Plata, y se sentó a leer y no pudo cerrar el libro hasta que lo terminó. Esa escena, un Ricardo Piglia adolescente que lee con fervor esa obra maestra, la luz del día cayendo del otro lado de la ventana, cierra el prólogo y es de una belleza indestructible.

Unos días más tarde, Ricardo me pidió que mandara ese prólogo por mail a mi casilla del trabajo. Eso fue en septiembre del 2016, cuatro meses antes de su muerte.

No voy a intentar expresar en palabras el vacío irreparable que dejó su ausencia ni cuánto lo extrañamos. En todo momento supe que la mejor manera de procesar lo que había pasado era trabajando, escribiendo, leyendo. Y terminando este libro de la mejor manera posible.

Ricardo Piglia, fotografiado por Daniel Mordzinski en la década del 90
Ricardo Piglia, fotografiado por Daniel Mordzinski en la década del 90

Pasó un tiempo hasta que lo tuve diagramado en mis manos, casi listo para ir a imprenta. Volví a leer el prólogo y luego los cuentos, traducidos especialmente para esta edición por Rolando Costa Picazo, y fue como un hechizo. Salí de la editorial caminando rápido. Quería llamar a Beba, contarle sobre el libro. Cuando llegué, tenía un mensaje suyo. La llamé, charlamos un rato y al final de la conversación me hizo notar que era 24 de noviembre, el día del cumpleaños de Ricardo.

Ahora miro el libro terminado y me parece hermoso. Me da mucha pena que él no haya podido verlo, me encantaría preguntarle qué opina. Y agradecerle. Me encantaría agradecerle una vez más, por el tiempo que compartimos, por este regalo enorme, por todo lo que nos enseñó. A duras penas puedo explicarme el movimiento maravilloso que el azar hizo para que yo pudiera tener semejante privilegio. Usando sus propias palabras, yo también, si me dejara llevar por los misterios, tan fáciles, tan atrayentes, vería una relación mágica en mi encuentro con Ricardo Piglia.

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