Juan José Millás: “No hay nada más raro que la gente normal”

El celebrado escritor español, autor de "El jardín vacío" y "El orden alfabético", entre tantos otros títulos, recibió a Infobae en Madrid para hablar de su nueva novela, "Que nadie duerma".

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"Tiene un aire a José Saramago". Eso es lo primero que uno piensa al entrar en la sala de prensa de las oficinas de Penguin en Madrid y lo ve a Juan José Millás, parado, esperando. La luz que se filtra por las cortinas le acentúa el pelo ralo y canoso, tiene una sonrisa melancólica, gestos apocados y voz en sordina. Los rasgos físicos entre el portugués ganador del Premio Nobel de Literatura y este escritor valenciano de 72 años, autor de La soledad era esto y El desorden de tu nombre, entre tantos otros títulos, son llamativos.

Difieren, por supuesto, en el estilo: las novelas de Saramago son laberínticas, con una voz que se desovilla en un continuo existencialista; las de Millás fluyen en torno a la alegoría del absurdo. Ambos, sin embargo, comparten la búsqueda de desautomatizar la realidad. "Lo que me gusta", dirá Millás durante esta entrevista, "es partir de situaciones muy cotidianas para desfamiliarizar al lector y desfamiliarizarme a mí mismo de esa cotidianidad. Para que me resulte extraño lo que es habitual".

Millás recibe a Infobae para hablar de su nueva novela, Que nadie duerma (Alfaguara). Con este libro, el escritor se pierde en las calles madrileñas —justamente a las que ahora, en esta oficina, les da la espalda— siguiendo las desventuras de Lucía, una joven analista de sistemas que, tras perder su trabajo, saca una licencia para manejar un taxi. Que nadie duerma, por momentos, es como una guía literaria de esta ciudad, que parece un museo a cielo abierto, la novela se cuela entre parques y monumentos con una mirada extraña, ingenua pero no naíf, como si los viera por primera vez.

"Mis novelas son muy urbanas", dice Millás, "pero los espacios de los que hablo acaban siendo espacios muy cerrados. Siempre busco que esos espacios sean la metáfora de un espacio moral. Pienso que las calles no solamente son para ir de un sitio a otro, sino también para ir de un sitio a otro de uno mismo. Claro que no somos conscientes de eso. O nos hacemos conscientes cuando visitamos una ciudad extranjera, que notamos esos movimientos internos. En estos viajes obsesivos que hace Lucía —siempre por la misma zona, que es una característica de todos los taxistas—, realmente no solamente está yendo de un punto geográfico a otro, sino de un lugar de su cabeza a otro".

Walter Benjamin decía que uno conoce una ciudad cuando se pierde en ella.

—Esto es lo que me gusta como viajante de las ciudades. Me gusta perderme en mi propia ciudad. Es difícil, pero a veces lo consigo. Me gusta experimentar esta sensación cuando estoy, por ejemplo, en Buenos Aires. Esta sensación de extravío es muy buena porque alude a una forma de extravío mental al final de la cual siempre hay una solución a algo. Extraviarse mentalmente está muy bien porque es salirse de los vericuetos marcados por los lugares comunes para encontrar otros. Y al final uno siempre se encuentra, uno llega.

Que nadie duerma, de Juan
Que nadie duerma, de Juan José Millás, una novela sobre la bondad en un mundo cada vez más cruel

MILLÁS, PUCCINI, NESSUN DORMA

Lucía, la protagonista de la novela, era una nena cuando los padres le regalaron un pájaro, un mirlo gigante llamado Calaf. Muchos años después, siguiendo un extrañada corazonada ("Algo va a pasar") conoció a un hombre en un departamento vecino que escuchaba la ópera "Turandot" y se enamoró casi al instante, cuando él le dijo que su nombre era, como el protagonista masculino de la ópera, Calaf. (En realidad se llama Braulio, pero ella todavía no lo sabía). Fue un encuentro breve, interrumpido.

Pero poco tiempo después él se mudó y ella ya no supo cómo encontrarlo. Cada salida en el taxi, entonces, era una suerte de cacería tácita. Con la ópera puesta en loop en el estéreo del auto, la ciudad se convierte en un mapa del tesoro. ¡Nessun dorma, que nadie duerma! Quién puede dormir cuando el amor está vagando por ahí, esperando ser encontrado.

¿Por qué eligió esa ópera para la novela?

—No recuerdo cómo la elegí; creo que la eligió mi personaje. Naturalmente este es un modo retórico de hablar, porque en última instancia la elegí yo. Pero la ópera de Puccini tiene características que le van muy bien al personaje de la novela. No recuerdo cómo fue el mecanismo por el que se produjo ese encuentro entre Turandot y Lucía. Los escritores no recordamos muchas veces cómo hemos solucionado las cuestiones narrativas, por eso es tan interesante hablar de la cocina del escritor, porque es muy misteriosa. La ópera, en cierto modo, sin estar en el libro, es un poco el engrudo que une y va dando sentido a la acción y que, al mismo tiempo, va articulando toda la acción.

En la ópera, Turandot es una mujer que desprecia a los hombres. En la novela, los hombres que se cruzan con Lucía la comparan con un ángel, con alguien milagroso.

—Sin embargo, tienen cosas en común. Turandot desprecia a los hombres porque ninguno adivina el enigma que ella representa. Por eso, cuando lo encuentra, ese odio desaparece. Hay una forma de bondad dentro de la crueldad de que todos los pretendientes que no consiguen adivinar los tres enigmas —que son, en definitiva, su enigma— son degollados. Lucía, fundamentalmente, es una mujer bondadosa que va haciendo el bien por el mundo en nombre de una persona de la que está enamorada. Es un personaje un poco quijotesco. Solamente que el Quijote va sobre un mulo y su amor se llamaba Dulcinea, y esta va en un taxi y su amor se llama Braulio. Lucía es una mujer bondadosa en un mundo donde la bondad no tiene espacio. Vivimos en un mundo hostil, donde valores como la bondad no cotizan en el mercado.

Juan José Millás recibió a
Juan José Millás recibió a Infobae en Madrid

LA REALIDAD A PARTIR DE ALGORITMOS

Sobre el final, uno de los personajes pregunta "¿Sacrificarías tu vida por la realidad?" Es una linda pregunta para hacérsela a usted.

—En cierto modo sí, porque creo que el ser humano vive en un delirio, tanto desde el punto de vista colectivo como el individual. Ahora sería muy difícil saber dónde está la realidad. Sí, daría la vida por la realidad.

¿Por entrar o por salir de la realidad?

—Por entrar en la realidad. Todo esto que nos pasa no puede ser real.

¿La literatura es una forma de entrar en la realidad?

—Cuanto más fantástica es la literatura, más real es. Por razones que no vienen al caso, estoy releyendo los cuentos de los hermanos Grimm, "La cenicienta", "Hansel y Gretel", etc. Todos tienen un ingrediente fantástico gigantesco y, sin embargo, son absolutamente realistas. La gente dice que la literatura sirve para evadirse de la realidad. Yo creo que no, que es para entrar. Tenemos confundidos los términos. Lo que es fantástico y malo es lo que vivimos. Me gusta escribir sobre lo misterioso que hay en la realidad y que suele pasar inadvertido porque nos han acostumbrado a mirar de un modo tal que las cosas que vemos carecen de significado. Es la mirada cotidiana, la mirada desgastada. No nos han enseñado que lo raro anida en lo normal. No hay nada más raro que la gente normal.

¿Hay que leer Que nadie duerma como una alegoría?

—¿Qué significa alegoría? Tendríamos que ponernos de acuerdo. La literatura sirve para contar una cosa fingiendo que estás contando otra. En ese sentido, todo texto literario tiene una dimensión alegórica o metafórica o simbólica, como la queramos llamar. Pero siempre remite a otra cosa. No remite a su literalidad.

Lucía en la novela se cruza con distintos personajes: un enfermo de cáncer, un ciego, un actor.  ¿Cómo los podemos ver desde lo metafórico? ¿Son arquetipos?

—Son representantes del mundo en el que vivimos. No sé si alcanzan la categoría de arquetipos. Tampoco lo he pretendido; mi intención ha sido mucho más modesta. Pero sí tiene gracia que el ciego sea el que mejor ve, o que el enfermo de cáncer demuestre una salud tremenda para los sentimientos. Todo remite a su opuesto.

¿Por qué Lucía es analista de sistemas?

—Le venía muy bien a este personaje proceder de ese mundo que ha abandonado, porque es una mujer ingenua y bondadosa que intenta comprender la realidad, pero no tiene muchos recursos para entenderla. Entonces, en los algoritmos encuentra ese recurso. Nuestra vida se mueve por algoritmos, todas las decisiones que tomamos las hacemos en función de un algoritmo inconsciente. Cuando vamos a encender el horno para asar una pieza de carne hemos construido un algoritmo en la cabeza. Pero ella ha hecho consciente esto y piensa que los algoritmos son un modo de explicación del mundo en su ingenuidad.

¿El algoritmo, que finalmente es una fórmula, se puede aplicar a la literatura?

—Sí, sin duda. De hecho, hay programas de inteligencia artificial que hacen poemas y cuentos en base a algoritmos.

¿Cuál sería, entonces, el sentido de escribir, si existe una inteligencia artificial que puede reemplazarnos?

—Así como la inteligencia artificial ha conseguido derrotar a los mejores jugadores de ajedrez del mundo, en la literatura no ha conseguido hacer textos asombrosos. No sabemos si llegará el momento en que se escriban novelas asombrosas a través de la inteligencia artificial, pero es difícil porque se mueve más en lo literal y atiende poco a lo simbólico. Es el problema de los traductores informáticos. Estos programas funcionan muy bien en cuestiones meramente cuantitativas, pero tienen dificultades todavía para atender a lo simbólico y el doble significado. No hay peligro de que nos sustituyan. Por el momento.

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