El otro día estaba en una veterinaria, mejor dicho en un petshop, y escuché que el cajero decía: "Los animales no tienen garantía". Una mujer le discutía indignada, y él repitió varias veces que los animales no tenían garantía. Después me enteré de que la mujer había comprado un hámster y que se le había muerto, pero la tienda no se hacía cargo. Yo me quedé helada cuando escuché esa frase, me pareció insólita, me pareció que el contexto en que podía ser dicha y escuchada era muy acotado.
Enseguida me acordé de Hebe Uhart, porque esa es una de las cosas que me parecen únicas de su escritura. Su oído para traer las voces de las personas, y también para recoger, con una sintaxis muy simple, frases que nos parecen fantásticas, dichos que parecen venir de un mundo paralelo que se nos vuelve accesible al leer un libro como Animales.
Después, se me ocurrió empezar por eso, y pensé: no hay por qué reprimir la grandilocuencia a la hora de expresar la importancia que le damos a una escritura como la de Hebe. Mi hipótesis, o como quieran llamarla, es que la tradición argentina es el cuento, y hasta aquí no hay nada nuevo: Arlt, Borges, Silvina Ocampo, el primer Piglia… Hasta Sarmiento es cuento, porque Facundo se inaugura con una escena de un relato oral que fascina y es fantástico (¡y con un animal: el puma!). Bruzzone, Downey y yo, por no hablar de Falco, Enriquez, Schweblin, Magalí Etchebarne, Delfina Korn, Micaela Gonzalo, (estas últimas fueron alumnas de Hebe y han publicado recientemente libros destacados), todos somos cuento. Pero ningún cuentista se sube al podio de la historia de la literatura argentina si no hay un pensamiento filosófico que cruce, de manera diagonal, la totalidad de su obra. Y digo totalidad porque esa transversalidad tiene que ver con una obra completa, con el trabajo sostenido de lustros, o al menos, de la casi totalidad de una vida.
Yo creo que los últimos libros de crónicas de Hebe la colocan definitivamente en ese podio. Pienso en algo de lo que a Hebe tal vez no le guste tanto hablar, como persona humilde a la que no le interesa hablar de su obra, y es ese movimiento que hizo desde la ficción a la crónica, que me parece que merecería un análisis de más de cien páginas. A mí siempre me provocó curiosidad ese giro, pero la pregunta, me doy cuenta ahora, no es el por qué sino es el cómo. Es un giro muy particular. Una escritora de ficción se despoja de ese molde y pasa a otro, y es como si le diera la espalda a un mundo ya establecido, a una serie de expectativas del público, de los lectores, incluso de los amigos.
Me detengo en ese gesto de dar la espalda a un mundo porque es una entrada para entender la originalidad de su escritura y también el matiz de su pensamiento filosófico. Un escritor, para ponerse a escribir, le da la espalda al mundo. No se puede escribir y al mismo tiempo hacer otra cosa. Incluso debemos, como ha señalado Hebe en alguna charla, acostumbramos a la idea de que no seremos burgueses, porque no se puede escribir y hacer dinero. De manera que le damos la espalda a las cosas materiales del mundo (no vamos mucho al petshop). La idea es que ese ascetismo que nos vacía, esa soledad, es lo que nos permite, a través de una espalda, como un colador, cargar ese mundo, filtrarlo, dejar que nos atraviese. Debemos soltar al mundo para que pueda volver y, de atrás para adelante, sacarlo con la escritura, por las manos, por la mente, por el corazón, para llevar algo hacia el mundo otra vez. Esa sería la idea, tal vez un tanto romántica, pero para los que saben de la práctica, familiar, que un escritor de ficción puede hacerse del problema de su trabajo, que es el conflicto constante con el contacto con el mundo.
Ese gesto de Hebe, ese dar la espalda a ciertas cosas que venía haciendo, tiene esta particularidad y es que ella se decidió a tomar un contacto muy directo y muy decidido con un mundo, y no cualquier mundo y cualquier persona sino personas y temas que a ella se le antojaban. Ha hablado con personas, ha leído con intención. Al abandonar la ficción, y adquirir este gesto decidido, marca un gesto que la diferencia. En vez de darle la espalda al mundo le ha dado la espalda a la ficción y ha abrazado el mundo.
Pero también lo podemos pensar desde el otro lado: desde el mundo de la crónica. Porque así como se diferenció de escritores de ficción, Hebe también se diferencia de los cronistas, porque obviamente no es cualquier cronista, no es una cronista clásica, como un cronista de Indias o de los viajeros cita en su libro. Ellos escriben para explicarle al otro el mundo de otro, explicarle a otro un mundo al que el otro no podría acceder. Lo hacen con motivos precisos, muchas veces porque su conocimiento aportaba valor a un Estado: ¡género político!. Y ellos, como dueños de la palabra escrita, se posicionan en una jerarquía superior con respecto a los dueños de la palabra oral, aun cuando les caigan simpáticos los indios. Ellos son un puente que traduce al otro, que sería intraducible de no ser por ellos. En las crónicas de Hebe esa distancia se acorta drásticamente. Hebe nos cuenta, por ejemplo, en sus crónicas De la Patagonia a México, sobre los indios, pero nos habla de los indios como si nos estuviera hablando de su vecina. En Animales Hebe nos cuenta sus charlas con especialistas de animales, cita a etólogos y a filósofos y cita a personas que están en la plaza dándoles a todos el mismo nivel. El mismo nivel para el científico que para el paseador de perros, para un aficionado a las aves o para la dueña de un loro.
A mí siempre me llamó la atención, en sus ficciones, cuando cuenta un universo cercano al de su infancia, la ausencia de cualquier alusión, conexión temática u horizonte que uno pudiera relacionar con el peronismo o de cualquier arista que conectara a un personaje con determinada clase social. Ahora pienso que no es casual, y que seguramente tiene que ver con esta mirada. Es una mirada que se abstrae de esa costumbre sistemática que es categorizar a las personas, a los objetos y a las ideas. Hebe se desprende de las categorías con total naturalidad. Y obviamente lo hace manteniendo la singularidad y el brillo único de cada una de esas personas y animales que trata. Busca las voces de las personas, describe las acciones y costumbres, y en esas voces no hay explicación. Es imposible encontrar la razón por la cual se le ocurrió contar una historia o destacar ciertas características de una persona. Lo único que esas personas tienen en común es que podrían ser contados por Hebe. Ella hace lo que se le antoja, y nos coloca en un mundo anárquico que es un paréntesis que alivia la máquina mental de categorizar las cosas. Ella nos habla como a parroquianos, como si estuviéramos en una peña, entre vecinos, para entretenernos un rato, para amenizar la velada. Ella habla como si fuera un paisano que está contando un cuento y dice: llega un cristiano. Y un cristiano es, en su cuarta acepción: Hermano o prójimo.
Pero en este libro ese hermano empiezan a ser también los animales, y los habla no de manera obtusa o vegana, refiriéndose a los animales como si nosotros pudiéramos venir a defenderlos porque somos buenos: los pone en un lugar cercano a la científica autista, al fascinante investigador de pájaros, a Thoreau. ¿O deberíamos decir que Thoreau es tan interesante como el mono gris?
Yo me preguntaba por qué me da tanta risa esto que escribe Hebe Uhart. En "La vida en los bosques" se atreve a contarnos qué fue lo que más le gustó de un libro. Se toma en serio la vida y la escritura de Thoreau, y nos lo cuenta como si Thoreau hubiera sido su amigo. Es el simple comentario de un libro. Todo eso, que parece un chiste, que parece un gesto pícaro, es en realidad algo mucho más profundo. ¿Por qué la risa? Es como si al leer el libro de Hebe nos desnudáramos de esas categorías, como si estas categorías: Thoreau, autor, especialista en pájaros, científica autista, y la categoría misma de Hebe como cronista, que se injerta ella misma de manera sutil y en muchos casos delirante, se descompaginaran y nos dejara tambaleando.
Claramente, podríamos, nosotros mismos, entonces, caber en ese desbarajuste de categorías en el que están ahora incluidos los animales. Por eso: no es la risa lo que nos sacude, sino que algo previo sacude nuestra estructura, y por eso nos reímos, la risa es un sonido que es producto, manera nuestra de transmitir y dar cuenta de una sacudida interior. Esa sacudida es algo que sentimos cuando algo nos convoca de manera visceral o cuando algo nos enfrenta con nosotros mismos, es como un motor que se enciende. Esa vibración tan vital y espontánea proviene de ver en crisis estas categorías que nos limitan, y en este libro, nada menos que categorías tan universales como lo humano y lo animal. Así es como Hebe viene a provocarnos con un cosquilleo esa risa filosófica que es su firma personal en la historia de nuestra literatura.
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