A los 8 o 9 años me ataba un pañuelo en la cabeza y jugaba a ser Rambo. Con mi amigo Javier armábamos un cuadrilátero en el living de la casa y jugábamos a ser Rocky e Iván Drago. Con él y Paula, su hermana tres años más grande que nos aguantaba a regañadientes, vimos "Top Gun", "Karate Kid", "Depredador", "Gigoló americano", "Pesadilla en lo profundo de la noche". Íbamos poco al cine; las películas en los 80 se veían en VHS. Así pasábamos las tardes entre "Gremlins", "Terminator", el James Bond de Roger Moore, "Muchacho lobo", la de Ferris Bueller que se tradujo con un nombre que no recuerdo.
Los desafío a leer La máquina de chicle y neón: los tanques de los 80, de Sebastián De Caro (Paidós), sin volverse autorreferencial.
El libro forma parte de la serie "Cine Pop" dirigida por Leonardo D'Esposito, que es increíblemente buena. Junto con el libro de De Caro se publicaron, además, Amar como en el cine de Natalia Trzenko y María Fernanda Mugica, Súper Hollywood de Juan Manuel Domínguez y Cine en pijamas de Maia Debowicz. La colección está planteada para un público no especializado, que disfruta sin culpa del cine norteamericano y consume series por streaming. Mucho Spielberg, mucho James Cameron, mucho Freddy Krueger, poco Bafici.
Lo pop del libro —y de la colección— se ajusta perfecto al tema. Primero, porque marca el pulso del cine de Hollywood durante el período de Reagan. Y luego, porque esta visita a los 80 se tiñe de nostalgia desde el principio, y no hay nada más nostálgico que el pop. Cada capítulo está dedicado a un género: acción, ciencia ficción, terror, comedias románticas; hay uno dedicado a Steven Spielberg, que es un género en sí mismo. Pero, antes que un catálogo de películas, La máquina de chicle y neón es el recorrido por la educación sentimental de toda una generación: de Cobra a John McClane, del traje de los Cazafantasmas a la máscara de Jason, del cementerio de animales a la patineta voladora de Marty McFly. Sebastián De Caro se corre del lugar de crítico y se pone en el de fan. Habla de posters, de música, de ediciones especiales, de las cajitas de los videos y toda la memorabilia que rodea a las películas.
De Caro interviene sus comentarios con entrevistas de especialistas, "testigos de la época" como los llama: entre otros, Alex de la Iglesia, el crítico Peter Bracke, el coleccionista Cristian Sema. Justamente es Sema —de Raro VHS— quien da la clave de lectura, cuando habla de coleccionismo. "Lo emotivo es uno de los principales factores para el coleccionista", dice. "Yo no creo que ningún coleccionista de VHS no haya alquilado películas durante la infancia o juventud. Y cuando uno pone la película, para verla o para digitalizarla (sobre todo, para verla), hay algo en el grano de la imagen, en el subtítulo, en el formato que usaban los subtítulos en esa época, incluso en el vocabulario que se usaba en los ochenta en los subtítulos, que te traslada, que te traslada a esa época. Y generalmente uno lo asocia a la juventud o a la niñez, como una época feliz."
En este sentido, La máquina de chicle y neón funciona. Sólo una advertencia: ojo con cerrar el libro y correr a Youtube para mirar trailers y escenas eliminadas. Es un camino de ida.