Los grandes acontecimientos de la historia resuenan obligadamente en las vidas privadas. Pero ¿es posible comprender estos sucesos a partir de las historias secretas, a veces anecdóticas, de aquellos quienes los produjeron? El historiador Daniel Balmaceda cree que sí y, de hecho, lo viene sosteniendo desde hace años, con libros como Espadas y corazones, Romances turbulentos de la historia, La comida en la historia argentina, entre otros. Todos títulos que fueron importantes éxitos de venta, lo que da a entender que no sólo él sino también sus lectores coinciden en la propuesta.
En Historia de corceles y de acero (reedición de Sudamericana), Balmaceda persigue la trama íntima de los protagonistas del período entre 1810 y 1824, uno de los más románticos de nuestra historia. "Esas actitudes y conductas", dice en diálogo con Grandes Libros, "nos permiten hilvanar, no sólo el costado humano, sino los hechos que comenzaron con la Revolución de Mayo y terminaron con el final de la guerra de la independencia, 14 años después".
Son casi un centenar de relatos breves que toman a la historia desde otro punto de vista, ese que no aparece en los libros de texto escolares, con héroes que no son de bronce, pero tampoco de barro. "Si miramos 100 o 200 años atrás, como es el caso de este libro", sigue Balmaceda, "nos sorprenden las enormes diferencias en cuanto a la forma de vida y, sobre todo, en cuanto a cierta honorabilidad de aquellos hombres. Pensaban más en el bien común que en ellos mismos. En general, ninguno de estos hombres logró grandes beneficios por sacrificarse por la patria".
—¿Al poner la lupa en la intimidad alguna personalidad histórica se le volvió una antipática?
—En algunos casos he detectado conductas que no son propias de líderes. Puedo mencionar algunos casos: Pedro de Mendoza fue una figura fundamental para el desarrollo de Buenos Aires y, sin embargo, cuando las cosas se pusieron mal no estuvo a la altura de las circunstancias. Uno de los presidentes que más admiro es Domingo Faustino Sarmiento por el gran aporte que hizo en educación y, sin embargo, creo que no tuvo una conducta adecuada durante la época de la fiebre amarilla. Siempre vamos a encontrar algún aspecto que podríamos censurar; de todas maneras, no se comparan con la enorme cantidad de cosas buenas que hicieron. En este libro destaco que conocer más a San Martín y a Belgrano hace que cada vez los admire más.
—¿San Martín, entonces, no es un invento de Mitre?
—¡No! El ejército argentino es una creación de San Martín. Los mejores militares de la época fueron instruidos por José de San Martín. Hay historias increíbles, como la del paisano que en una fiesta fue maltratado por dos granaderos —hoy diríamos que le hicieron bullying. Este hombre se fue a quejar ante San Martín y él llamó a los granaderos y los hizo ir casa por casa de todos los invitados de la fiesta para pedir disculpas. Como un "delivery del perdón". Esas cosas, que solo San Martín podía llegar a hacer, nos hablan de la conducta de un líder clarísimo.
—Hablemos de la tapa del libro, que parece casi el póster de una película de Tarantino, con San Martín, Belgrano y Güemes.
—En principio era un cuarteto y no era Tarantino sino Damián Szifrón, con quien hemos trabajado juntos y tenemos una amistad de muchos años. Iba a ser como de "Los simuladores", pero por cuestiones comerciales que le escapaban claramente a él y a su producción, no pudimos tener a cuatro de aquellos grandes hombres.
—¿Quién hubiera sido el cuarto?
—El almirante Brown. Si recordamos las historias de "Los simuladores", ellos resolvían problemas a todo el mundo. Bueno: estos cuatro resolvieron los problemas de toda la nación argentina. Lo que busco con Iván Tiscornia, que es el dibujante de mis tapas y que también trabajó con Damián y conmigo, es que capte la esencia del libro para hacer una tapa más cinematográfica.
—Una última pregunta sobre la tapa: es llamativa la inclusión de Güemes. No está Alberdi, no está Moreno, pero está Güemes.
—Es que en este período Juan Bautista Alberdi no tuvo mucha participación y Moreno solo tuvo 9 meses de actividad. El resto tuvo una participación mayor. Además, Güemes tuvo una alianza muy importante junto con Pueyrredón, San Martín y Belgrano. Fueron los cuatro pilares de la independencia. La figura del almirante Brown es también muy digna de destacar porque toda la actividad marítima y naval de nuestra nación se basó en sus enseñanzas y su organización.
—Hace poco se festejó el Día de la Tradición en la Argentina, pero ¿tenemos una tradición? ¿O tenemos muchas?
—Si tenemos que hablar de tradición, la nuestra se fue formando con todos los que intervinieron y forjaron la nación. Los festejos de San Patricio, por ejemplo, eran habituales ya en aquel tiempo. En 1817, en 1824 hubo grandes festejos de San Patricio en la ciudad de Buenos Aires. Luego, la gran camada de los inmigrantes ha generado enormes cambios en la alimentación y en nuestras costumbres. Nosotros no somos ni netamente españoles ni netamente italianos ni netamente americanos o precolombinos. Somos la confluencia de todas esas personas que han creado una identidad especial. Por eso somos distintos de los chilenos o de los peruanos. Tal vez en Buenos Aires seamos un poco más cercanos a los uruguayos, pero tenemos una identidad particular que no se puede comparar con otras del continente.
—Hace unos años, durante el gobierno de Cristina Kirchner, hubo una disputa sobre el Instituto Mariano Moreno. ¿Cómo es tu relación hoy con el revisionismo?
—Por supuesto que conozco a todos los historiadores que participaron en el Instituto, sobre todo a Pacho O'Donnell, de quien he recibido su aliento constante durante años. Él sabía que yo tenía una mirada distante sobre el revisionismo planteado como una cuestión cercana a lo político. En realidad, todo historiador vive revisando la historia porque vuelve a leer los mismos documentos que ya leyeron sus maestros hace 100 años, porque trata de encontrar nuevas interpretaciones y nuevos elementos para alimentar la historia. Pensar el revisionismo como los jueces de la historia no me parece un camino adecuado. Al contrario: creo que con el aporte de todos podemos generar una historia mucho mejor. Sin duda, si nos pusiéramos a revisar como críticos feroces, seguramente encontraríamos en todos los personajes de la historia algo para discutir. Pero lo que tenemos que hacer es encontrar los grandes valores que nos dejaron y tratar de tenerlos siempre como bandera.
—¿Desde que asumió Macri hay una nueva forma de ver la historia?
—Cuando ya las instituciones académicas llevan décadas y décadas de trabajo, están muy por encima de las cuestiones políticas o partidarias. Los académicos —no sólo en el ámbito de la historia: en las ciencias, en la geografía— hacen un trabajo muy por encima de esas cuestiones. Siempre vamos a tratar de tenerlos a ellos como un norte. Y creo que no lo hizo el gobierno anterior ni varios gobiernos anteriores, tampoco lo está haciendo este, pero en cuestiones de historia hay que acercarse a la Academia Nacional de Historia. Allí están los grandes historiadores de la Argentina. Si hay que consultar algún detalle o si hay que mover un monumento, yo creo que la Academia Nacional de Historia tiene mucho para aportar.
—¿Por qué tenemos tanta necesidad de saber del pasado?
—Porque necesitamos raíces. En momentos de crisis es donde más necesitamos aferrarnos al pasado y a lo sólido que tuvimos. Por ejemplo, los valores de estos hombres. En casa nos pasa que a veces nos aferramos a las historias de nuestros abuelos inmigrantes. Con la historia, nos pasa lo mismo: necesitamos aferrarnos y encontrar valores allí. Son una fuente inagotable de ejemplos y de virtudes.
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