Si hablamos de amor, ¿cuántas experiencias —fracasos— se necesitan para llegar a la adultez? ¿Cómo se cuentan? ¿Cuánto duelen?
Luego de Mi libro enterrado (Mansalva), en el que hablaba de la muerte de su padre, el escritor Héctor Libertella, y de El invierno con mi generación (Penguin), en el que se ocupaba del devenir de la amistad adolescente, Mauro Libertella registra en Un reino demasiado breve (Penguin) sus primeras parejas y todo lo que las rodea: esperanzas, celos, miedos, hastíos, inseguridades; dicho de otro modo: la asimetría que se da en toda relación.
"Dicen que después del primer beso todo va cuesta abajo", le decía Clark Kent a Luisa Lane en la película de Zack Snyder. Si esa es la sensación de Superman, cuál podría ser la de Julián —tal el nombre del protagonista de esta novela—, que no es ni quiere ser un hombre de acero.
Vistas en retrospectiva, las parejas de Julián tienen un punto de conflicto que no se logra identificar pero que está ahí. Por eso, antes que con certezas, la novela avanza a través de interrogantes, perplejidades, dudas. Julián/Mauro disfruta y apuesta, pero también sufre y teme. Probablemente no haya otra manera de vivir el amor.
Las tres novelas —Mi libro enterrado, El invierno con mi generación y Un reino demasiado breve— entran en el género de la autoficción. Curiosamente, la poeta y ensayista Tamara Kamenszain, que es la madre de Libertella, escribió hace poco sobre este género en Una intimidad inofensiva. Para Kamenszain, hay toda una literatura que busca "insuflarle vida al adelgazado yo enunciativo del formalismo".
—Tengo que decir que al libro de ella lo leí por arriba —reconoce Libertella en diálogo con Grandes Libros. —Me cuesta leer los libros de mi familia, como veo que a otras personas de mi familia les cuesta leer los míos. A veces, da la sensación de que uno fuera a leer cartas. Ahora bien, más allá de mi experiencia puntual con ese libro, evidentemente los míos entran en esa gran corriente de la que tanto se habla, que puede ser mencionada como intimidad o literatura del yo.
—Un reino demasiado breve, sin embargo, está escrito en tercera persona.
—Por primera vez no escribí en primera persona, lo que fue bastante difícil. Creo que lo hice por dos razones: por un lado, para probar algo que nunca había hecho; después, porque al escribir sentí pudor. Me resultó más complicado que en los libros anteriores. No sabía qué iba a pensar la gente implicada. La tercera persona fue una especie de resguardo, de coraza. Pero fue difícil, porque la sentía falsa. Sentía que estaba emulando a "La Literatura".
—Hablás del pudor y pienso si escribir de amor de manera descarnada, mostrándose indefenso, es un desafío o un rasgo más de ese pudor.
—Me costaría ponerme en el lugar de "macho" porque nunca tuve una experiencia así en mi vida. Nunca fui un depredador. Con las mujeres fui muy dubitativo. Uno de los problemas de la novela es en qué lugar ponés a las mujeres en un relato donde hablás de hombres y mujeres. No quiero hablar de feminismo ni de machismo, porque son temas que me exceden, pero es cierto que en los últimos años hay una toma de conciencia acelerada y hay una lectura menos ingenua sobre el rol de la mujer. Eso me hace estar alerta: no me gustaría ubicarlas en un lugar feo que yo quizá haya naturalizado. No es que lo haya tenido todo el tiempo en la cabeza, pero evidentemente algunas experiencias relacionadas con eso colaboraron para que no armara un libro "machista". Y a la vez, también traté de no irme para el otro lado: el del looser, el del antihéroe total.
—¿Alejarse del modelo de Woody Allen?
—Claro, pero fijate que Woody Allen es el antihéroe total y, sin embargo, siempre estuvo con muchas mujeres y en las películas está con mujeres hermosas y geniales. El antihéroe también garpa. Este libro es más breve que los anteriores, pero me llevó más tiempo escribirlo. Hice diferentes versiones, cosa que nunca había hecho. En una de las versiones había escrito varios capítulos en los que contaba, al modo de Juan Forn, historias de amor de personajes de la cultura y la historia: Woody Allen era uno. Pero no funcionó. Se perdía la parte de la narración y los capítulos tampoco estaban bien escritos. No eran de Juan Forn.
—Con estas tres novelas, es evidentemente que hay un proyecto autobiográfico.
—Por lo menos, lo hubo: eso lo podemos constatar. Que lo haya a futuro, no lo sé. Me gusta escribir en esta línea, en términos literarios y psicoanalíticos, pero también me pregunto si voy a poder seguir haciéndolo. Sobre todo, en un aspecto material muy sencillo: no sé si voy a seguir teniendo experiencias vitales de la densidad de las que ya he narrado. Son tres libros sobre la juventud, que es una edad de oro muy productiva para narrar. Pero cómo narrar lo que viene después.
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