María Teresa Andruetto: “La literatura me ha dado un camino de conocimiento de lo humano”

Con su nuevo libro de cuentos, No a mucha gente le gusta esa tranquilidad (Penguin), la escritora cordobesa se ocupa de personajes menores con una mirada sensible y profunda.

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María Teresa Andruetto ganó el premio Andersen en 2012
María Teresa Andruetto ganó el premio Andersen en 2012

No a mucha gente le gusta esa tranquilidad es una obra maestra. Hay que decirlo otra vez para que no pase desapercibido: No a mucha gente le gusta esa tranquilidad es una obra maestra. María Teresa Andruetto, ganadora del Premio Andersen —el "Nobel de la literatura infantil y juvenil"—, regresa a su versión de literatura para adultos con un libro sensible, profundo, de una belleza inquietante.

Demoró dos años en publicar estos ocho cuentos breves. Es el resultado de un trabajo de orfebrería; se lee con la sensación de que cada palabra ocupa su lugar preciso. Nada le sobra, nada le falta. Cada historia es una lupa que se acerca a personajes menores, casi anónimos, y que, sin embargo —o justamente por eso— se vuelven tan reconocibles, tan próximos: personas a las que "nunca les pasa nada" y que sin embargo —o justamente por eso— están en busca de aquello que las salve. A veces el amor, a veces el perdón, a veces una pequeña aventura que le dé sentido a la vida.

María Teresa Andruetto habló con Grandes Libros de su nuevo libro. El encuentro fue transmitido por Facebook y seguido por más de 12.000 personas.

María Teresa Andruetto junto a Patricio Zunini en el auditorio de Grandes Libros (Octavio Görg)
María Teresa Andruetto junto a Patricio Zunini en el auditorio de Grandes Libros (Octavio Görg)

¿Hay algo que la literatura "nos da"? ¿Es una herramienta de ayuda, una enseñanza?

—Corriéndome del lugar de la autoayuda, hay, por un lado, un acceso a modos de vida diferentes del nuestro. Los personajes son eso. Como lector, uno se ve obligado a correrse de sí y ponerse en el lugar de un otro posible. Eso da una expansión de la experiencia que nos permite salir de los preconceptos, de las certezas, de los prejuicios. Uno se ve llevado a mirar desde otro punto y ve otras cosas. También como escritora, la literatura me ha dado un grado de comprensión, un camino de conocimiento de lo humano que valoro mucho. En ese sentido, no sé si llamarlo sanador, pero sí enriquecedor.

Sé que son palabras incómodas porque uno no quiere tomar a la literatura como algo terapéutico, pero es cierto que yo traje la idea a la conversación.

—Tenemos miedo de eso, sí. La literatura nos enseña muchas cosas, y ahí hay otra palabra que a uno le gusta alejar de la literatura. Pero lo que pasa es que la literatura nos enseña mucho en la medida en que no se lo pidamos.

La literatura nos enseña mucho en la medida en que no se lo pidamos

Una característica de estos cuentos es el silencio, lo elidido, la elipsis. ¿Se trabaja de la misma manera en la literatura para adultos que en la literatura para niños?

—Quizás haya un poco menos de elidido en los libros para chicos, pero no siento esa diferencia entre zonas de lectores. Solamente en los pequeñísimos lectores, pero también ahí dejo zonas opacas para que ingrese el lector. La escritura tiene que ver con eso: la pregunta es cómo escribir con un vacío lo suficientemente importante para que el otro ingrese.

¿Cuánto hay de la literatura del sur de los Estados Unidos en estos cuentos?

—Soy una lectora intensa de esa literatura. Siempre encontré que tenía mucha proximidad en los asuntos y a veces en los comportamientos sociales con la vida en la llanura. En estas historias, aunque a veces los lugares no estén mencionados, yo pensaba en distintos lugares de la geografía cordobesa. En la literatura me instalo en espacios que conozco. No me gusta investigar; me gusta recordar, en todo caso, los registros que la vida fue dejando en mí. Conozco la vida en los pueblos, conozco algo de la vida en el campo, en las pequeñas ciudades. En realidad, lo que uno puede ver en un pueblo pequeño es lo mismo que sucede en un lugar grande, sólo que se accede un poco más a la vida del otro.

En la literatura me instalo en espacios que conozco. No me gusta investigar; me gusta recordar, en todo caso, los registros que la vida fue dejando en mí.

¿Cuáles son tus límites en el recuerdo? ¿Hay espacios en los que no te interesa meterte?

—No. En eso siempre he querido ir más allá. "Más allá" quiere decir ir más a fondo en la pequeña cosa que miro, más abajo, más profundo. Esa sería la máxima aspiración. Hay una frase de Wallace Stevens, que dice "Todo escritor tiene un arco de sensibilidad fuera del cual nada existe". Esa sensibilidad está dada por la experiencia de vida. Uno no puede comprender mucho más lejos de su experiencia de vida: de su condición social, geográfica, cultural, de época, etc. Para ir más lejos hay que investigar y eso implica mixturar la investigación con un conocimiento de lo humano, que no se investiga sino que se busca en uno mismo. También hay otra frase del poeta Yorgos Seferis: "Si buscas mejores resultados prueba cavando en el mismo sitio". No más lejos, sino más abajo. Son frases de cabecera para mí. Una preocupación mía es cómo correrme de los estereotipos. Por ejemplo, me interesa lo que tiene que ver con la necesidad de amor de los personajes y lo que son capaces de hacer para conseguir un gesto del otro. A veces hacemos cosas muy desagradables para ser mirados por el otro. Pero la cuestión de los sentimientos puede llevar rápidamente a la cursilería, a lo superficial. Pero si uno mira en profundidad se desarman los prejuicios. Ese es el trabajo del escritor.

El silencio tiene un peso muy grande en los cuentos. Pienso, sobre todo, en el silencio que es como una cárcel en el cuento "Lección de piano", donde un hombre se rehúsa a tocar durante 20 años, después de la muerte de su mujer.

—Es el tema de la culpa y la vida que pudo ser de otra manera si el personaje hubiera sido más blando a lo que vida le trae. Muchas cosas que nos pasan tienen que ver con la rigidez: suponer que uno tiene que vivir de determinada manera y obedecer a unos ciertos patrones familiares, del entorno, de clase, lo que fuere. Si se anduviera menos prevenido en la vida, tal vez tendría menos dificultades.

“No a mucha gente le gusta esta tranquilidad” llega dos años después de “Los manchados”
“No a mucha gente le gusta esta tranquilidad” llega dos años después de “Los manchados”

Hay ciertos objetos que no aparecen en todos los cuentos, pero que cuando lo hacen, cambian el sentido de la historia: son unos vasos azules irrompibles. Son como una marca no solamente de época sino también de clase.

—Exacto. Mis personajes transitan un sector medio de la sociedad. Uno puede ir un poco hacia abajo o hacia arriba, pero no muy lejos de lo que ha sido la propia experiencia de vida si uno quiere dar una veracidad que el otro la tome. Para ir a un sector muy alto o muy bajo en la escala social yo tendría que ir a ver. En cambio, en estas zonas, por la propia experiencia o por los modos de vida, tengo un registro corporal: sé qué se come, con qué elementos, dónde.

Otra cuestión presente en el libro tiene que ver también con las migraciones.

—Fue una sorpresa para mí. El tema de la migración está presente en mi obra, pero aquí no lo había visto. Es verdad que unos se van, otros vuelven. La parisina que se va y vuelve, el muchacho que se va al exilio, la italiana que vino. Todos los cuentos tienen de algún modo ese registro. No es extraño, porque el tema de la migración ha impregnado bastante mi vida.

Vos pertenecés a una generación o, para no cerrar en una época determinada, a una tradición de escritores que miran a Italia: Antonio dal Masetto, Angela Pradelli, Griselda Gambaro. Con estéticas distintas, con posturas distintas, pero miran hacia allá.

—Hay algo de la propia experiencia de vida, de los lugares de donde uno viene. También está la presencia de la inmigración italiana en la llanura, en Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. En mi generación y también en una anterior hay una fuerte marca de lecturas del neorrealismo italiano, con Pavese a la cabeza. Ahora veo con placer la reedición de Crónica de mi familia, de Pratolini, en Tusquets. Como la literatura del sur norteamericano, es una literatura donde las formas tienen mucha importancia, pero también el relato y las historias menores.

El Andersen fue algo que me movió mucho, estuve un año sin escribir

Empezamos hablando de las diferencias entre la literatura para adultos y la literatura infantil y juvenil y quería llevarte de nuevo ahí. ¿Por qué no has publicados nuevos libros para chicos?

—Se han publicado reediciones, pero después de todo este tiempo va a salir por Limonero un libro nuevo, un libro álbum que todavía no tiene título definitivo. ¿Por qué? No soy una escritora compulsiva ni escribo todo el tiempo ni me obligo a escribir. Tampoco me pongo en función de libros para chicos o libros para grandes. Voy siguiendo el derrotero de mi deseo. Me he acostumbrado a trabajar de esa manera y puede pasar mucho tiempo sin que escriba ficción o poesía. En este caso, me parece que tiene que ver con el Andersen. Fue algo que me movió mucho, estuve un año sin escribir. Por entonces tenía una novela empezada —Los manchados— y cuando retomé la escritura me refugié ahí. Tal vez me sentía menos demandada. Tardó en aparecer algo que me gustara. Quizá el premio ponía el techo alto. Yo también soy de las que piensa que cuando uno empieza, los demás lo cuidan en su posibilidad y en la dificultad de publicar, pero cuando uno va teniendo más reconocimiento ya nadie lo cuida, entonces uno tiene que estar más alerta de lo que hace.

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